
Por supuesto que hubiera bastado que jurase ante los miembros de su querido Tribunal Supremo. Pero su estado debe ser tal, que hubiera parecido más bien la escena de El Cristal Oscuro cuando el emperador se aferra al cetro (que le quiere quitar el chambelán) y grita ¡mío!, antes de expirar en una escena que impresionó la memoria de buena parte de mi infancia.
Pero ha sido todo un detalle el del Tribunal Supremo el dispensarle de jurar el cargo. Un gobernante es elegido para gobernar. Pero parece ser que no impide gobernar el hecho de no tener fuerzas ni para jurar el cargo. El Tribunal, con muy buen sentido, ha entendido que son dos cosas distintas, y que no que confundir churras con merinas.
Pero más bonito todavía que el detalle del Tribunal Supremo, ha sido lo que hizo unos días antes la Asamblea Nacional: le concedió tiempo, el tiempo que hiciera falta, el tiempo que fuera necesario. Los parlamentos toman resoluciones, aprueban propuestas de leyes, etc, pero esto de conceder tiempo me parece tan poético. El Parlamento como otorgador (y otorgador generoso) de esa cosa tan etérea como es la temporalidad. Es Momo en estado puro.
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