La Iglesia necesita un nuevo Concilio ante los cambios históricosde Tendencias 21 de Leandro SequeirosA 7 personas les gusta esto. - 
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6 más  El  mundo cristiano se halla en un momento excepcional de su historia: ha  llegado el tiempo del cambio de paradigma hermenéutico, después de  veinte siglos en el paradigma antiguo, y ello coincide con la necesidad  de abordar cambios cruciales, tanto en la convergencia interreligiosa  como en el compromiso religioso, urgente y pragmático, por aliviar el  inmenso sufrimiento de la humanidad. Es este carácter excepcional de los  tiempos el que reclama, por su propia lógica, la convocatoria de un  nuevo concilio. Es la tesis del último libro de Javier Monserrat: Hacia  el Nuevo Concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la  Ciencia. Por Leandro Sequeiros.     
        
                    La historia del pensamiento teológico y político es apasionante. A  lo largo de miles de años, los humanos han pretendido interpretar el  mundo para dominarlo. En este intento de construcción de cosmovisiones,  las tradiciones religiosas han cumplido una función fundamental. En  occidente, el paradigma greco-romano ha tenido una gran trascendencia y  perdurabilidad por su gran poder explicativo y por aunar la filosofía,  la teología y la ciencia. Sin embargo, la Revolución Científica de los  siglos XV al XVII y la Ilustración en el siglo XVIII, trastocaron el  paradigma dominante. Diseñaron un universo autónomo en el que la ciencia  se configuró como árbitro del conocimiento. Pero la teología, a pesar  de loables esfuerzos, quedó anclada en un paradigma obsoleto. ¿Es el  momento propicio para hacer confluir todas las fuerzas cristianas hacia  un concilio que empuje hacia un nuevo paradigma?        
                     Este es el intento de un sugerente ensayo que acaba de publicar el doctor 
Javier Monserrat, jesuita y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. El título de su trabajo es 
El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia. Hacia el Nuevo Concilio.  Ha sido publicado por Ediciones San Pablo, Madrid en septiembre 2010, y  tiene 750 páginas. Para entender bien el objetivo de este voluminoso  ensayo, es conveniente situarlo en el contexto del autor.                      
       Estudió filosofía y psicología en la Universidad Complutense  donde obtuvo el Doctorado en 1972 con una tesis sobre los aspectos  metodológicos de “La fenomenología del Espíritu” de Hegel. También  estudió filosofía y teología en Frankfurt am Main (Alemania) entre los  años 1972 y 1975. Su aportación a la filosofía política se centra en dos  libros: 
Dédalo. La revolución americana del siglo XXI y 
Hacia un Nuevo Mundo.  En ellos están esbozadas algunas de las intuiciones de este ensayo. En  la actualidad, impulsa la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la  Universidad Comillas, en la que realiza una tarea intelectual de  presencia en las resbaladizas fronteras entre la filosofía, la ciencia y  las religiones.                            
Hacia el Nuevo Concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia (2010)                            Como el mismo Monserrat lo define, “Es este un ensayo de ciencia,  de filosofía y de teología. Está construido en nuestro tiempo y, por  ello, tiene una intencionalidad creativa. Es la creatividad que siempre  se ha atribuido a la teología de la tradición cristiana. La teología es,  por una parte, adhesión a la doctrina de Jesús, tal como ha sido  transmitida en el  [kerigma]http://www.portalmisionero.com/kerydoc.htm]urlblank:cristiano.  Por otra, es el esfuerzo hermenéutico para explicar cómo el kerigma (la  Voz del Dios de la Revelación) es congruente con la experiencia natural  (la Voz del Dios de la Creación)” (Página 36).                     
       Y más adelante: “Los argumentos presentados en este ensayo han  partido de la constatación de la fuerza ancestral del hecho religioso,  de las religiones, y de su sorprendente crisis en la modernidad. Una  crisis más profunda en las “religiones” que en la “experiencia  religiosa” interior de los individuos. El cristianismo, protagonista  principal de esta crisis histórica, se ve abocado a una reflexión  rigurosa sobre su significación y su sentido, para aclarar su situación  en la cultura de la modernidad” (página 563).                            
La crisis de las religiones en el siglo XXI                            La sociología de la religión coincide en afirmar, a partir de los  muchos estudios multidisciplinares, que las religiones institucionales,  al inicio del tercer milenio, se encuentran en una grave crisis de  identidad. Existe en nuestro mundo un deseo profundo de espiritualidad,  de recuperar la armonía interior con la naturaleza. La llamada 
New Age  parece satisfacer muchas de esas necesidades arrinconando a las  religiones tradicionales. Parece que éstas no son capaces de dar  respuestas a los retos de las nuevas culturas científicas y técnicas  emergentes.                       
       Tal vez, una de las aportaciones más incisivas y corrosivas del  pensamiento filosófico se encuentre en la filosofía de la Naturaleza. El  modo de acceder a la realidad natural, lo que en el siglo XVIII se  llamó la Filosofía Natural y desde el siglo XIX, la Ciencia, ha  modificado el paradigma cultural de nuestro mundo. Este aspecto ha sido  resaltado por el doctor José Luis San Miguel de Pablos (también de la  Universidad Comillas) en su reciente libro 
Filosofía de la Naturaleza. La otra mirada. La mirada secular para mirar y comprender el mundo natural ha dado lugar al paradigma de la Era de la Ciencia.                     
       Escribe Monserrat: “Cuando en Europa entre los siglos XVI y XVII  se fue gestando un movimiento ideológico y cultural que luego se llamó 
modernidad,  -leemos en la página 16 - los sistemas de creencias empezaron a  cambiar. Este movimiento afectó a las sociedades cristianas y supuso  reconstruir desde sus raíces los fundamentos de la sociedad medieval.  Esta reconstrucción se dio en primer lugar en las ideas filosóficas  (apoyadas también por el nacimiento de la ciencia moderna) y en segundo  lugar, en las ideas sociopolíticas”.                     
       Y prosigue: en nuestra sociedad “el mundo de la religión  organizada se mira con antipatía, desprecio y se impone una sensación de  estar por encima desde cultura superior. El no creyente piensa que si  quienes deberían presentar los argumentos que hicieran verosímil la  existencia de Dios ofrecen una imagen tan pobre e inadaptada a la razón  de la modernidad, entonces este hecho se constituye en un refuerzo de la  increencia. La crítica inmisericorde de clérigos y religiones, así como  de sus manifiestas conductas indignas, puede llevar a la soledad de la  experiencia religiosa “sin religión”, pero también al ateísmo o al  agnosticismo” (página 18)                     
       Y en la última parte del ensayo insiste: “El paradigma antiguo se  extendió a lo largo de veinte siglos y todavía no ha sido cancelado en  la actualidad. Incluso durante el siglo XX gran parte de la teología  católica respondió al paradigma antiguo, aunque hubiera conatos de  renovación. El 
tomismo trascendental,  y Teilhard de Chardin, en cuanto se movió bajo la influencia del  neotomismo (capítulo III), respondieron al esquema teocéntrico del  antiguo paradigma. Pero otros filósofos y teólogos, al igual que muchos  creyentes cristianos, han entendido que el paradigma ya estaba fuera de  su tiempo, intentando, de una u otra forma, buscar alternativas” (página  427).                            
Implicaciones futuras                            Pero, ¿qué implicaciones para el futuro de las religiones puede  tener la emergencia del paradigma de la Era de la Ciencia ligado a la  modernidad?                     
       Este texto es expresivo: “Por ello, frente al mundo antiguo, la  modernidad produjo dos grandes “segundas navegaciones” del pensamiento  occidental. Frente al 
teocentrismo antropológico  de la tradición cristiana, comenzó la segunda gran navegación de la  ciencia y de la filosofía de la modernidad. Poco a poco fue  configurándose la posibilidad objetiva de una explicación racional del  universo sin Dios, como sistema real autónomo eterno y autosuficiente.  Fue creciendo así una nueva antropología humanista sin Dios que llevó al  ateísmo y al agnosticismo modernos” (página  17).                     
       Aunque posteriormente el autor matiza la aparente rotundidad de  sus postulados, no deja de lado la universalidad de este proceso: el 
paradigma de la modernidad  afecta a todas las tradiciones religiosas: “La modernidad ha afectado  principalmente a los países occidentales donde estaba implantado el  cristianismo. Otras religiones se han visto afectadas con menor fuerza,  aunque la modernidad va hoy extendiéndose poco a poco a todas las  culturas” (página 18).                            
La espina dorsal del sugerente ensayo de Javier Monserrat                             Paradigma de la modernidad, la Era de la Ciencia, el anclaje  obsoleto de las teologías, el desajuste entre la filosofía, la ciencia y  las religiones… ¿Qué argumentaciones se presentan?                      
       Este texto resume bien el esquema general del discurso del ensayo y las argumentaciones que comentamos:                     
        “En este ensayo, tras un capítulo introductorio en que se  estudia el hecho religioso y la crisis de la religión (capítulo I), se  expone el contenido esencial del kerigma cristiano que la primera  comunidad y la iglesia quisieron transmitir a la historia de acuerdo con  su adhesión a la persona de Jesús y a su doctrina (capítulo II). En el  siguiente capítulo se emprende una reconstrucción histórica del proceso  que llevó a la configuración del paradigma greco-romano, como  hermenéutica del kerigma cristiano desde la cultura antigua. De acuerdo  con esto se concluye con una precisa exposición, punto por punto, de las  características generales del paradigma greco-romano y de la visión  hermenéutica del cristianismo que promovió (capítulo III).  Frente a  esta visión antigua, se aborda un estudio de la nueva imagen del  universo, de la vida y del hombre, producida por la ciencia y la  filosofía de la modernidad. De la misma forma que en el capítulo  anterior, se concluye con una exposición precisa, punto por punto, de  los trazos esenciales de esta nueva imagen científico-filosófica de la  realidad, comparándola con los contenidos del paradigma antiguo  (capítulo IV). El paso siguiente de nuestro ensayo es esencial en la  lógica de nuestras argumentaciones: la nueva imagen de la realidad en el  mundo moderno conduce a perfilar los principios de una nueva  hermenéutica del kerigma cristiano, que lo asume íntegramente y lo  interpreta de una forma más profunda que ilumina el sentido de la  religión en nuestro tiempo (capítulo V)” (página  28).                     
       En el ensayo se muestra que la sociología y la filosofía de la  religión han expresado en términos de “conflicto” las relaciones entre  religiones y modernidad. El paradigma tradicional de la teología  cristiana parece que está desajustado y no tiene respuestas a las nuevas  preguntas de una sociedad emergente.                      
       “Frente al teocratismo socio-político de la sociedad medieval –  leemos en la página 17 - apareció también una segunda gran navegación de  la modernidad constituida por el nuevo discurso que llevaba a concebir  la neutralidad ideológica del Estado moderno como sistema de  convivencia, es decir, que conducía a la ideología laicista y a la  separación entre la iglesia y el Estado. Con la modernidad apareció una  nueva manera de hacer frente al enigma del universo y al drama personal o  colectivo de la existencia. La modernidad, por tanto, retiró a la  religión el monopolio como sistema de sentido. El ideal metafísico no  sólo se satisfacía con la conjetura religiosa, sino también por otras  alternativas, como el ateísmo, el agnosticismo o la increencia en  general”.                     
       Este conflicto se extiende también al ámbito de las mimbres  filosóficas del acontecer socio-político: “Además, entrando ya en lo  socio-político, el ideal natural de la especie (el dominio en comunión)  dependía de un discurso que no tenía por qué ser necesariamente  religioso. Es más: debía ser un discurso meramente natural porque la  sociedad civil estaba constituida por diversas religiones e ideologías,  sin que ninguna de ellas pudiera ser considerada válida para todos. Con  la modernidad nacieron nuevos discursos alternativos que eran legítimos  “sistemas de sentido” naturales al margen de la religión, tanto en lo  científico-filosófico como en lo socio-político” (página 17)                             
La “modernidad”, una puerta para la increencia religiosa                            Las tradiciones religiosas, y en especial las cristianas, siempre  han visto al proyecto de la modernidad como una fuente de increencia,  cuando no como un competidor que arrebata las raíces creyentes de las  personas y de las naciones. Y esto por varias razones:                     
       “El ateísmo y el agnosticismo militante se fundan, a nuestro  entender, en tres clases de argumentos diferentes, pero también en  alguna manera complementarios:                      
       1) El argumento fundamental ha sido que la ciencia y la  filosofía, o mejor, la filosofía construida a partir de los resultados  de la ciencia, ha permitido una explicación del universo sin Dios.                      
       2) El segundo argumento se relaciona con la imposibilidad de  hacer a Dios responsable de la creación de un universo dramático que  genera el sufrimiento humano y el Mal en general.                      
       3) El tercer argumento que apoya las posturas ateas y agnósticas  se conoce comúnmente como anticlericalismo. Las religiones, vistas desde  la modernidad, aparecen como ancladas en el pasado, defendiendo  posiciones superadas, reacias al cambio, intentando seguir en las  posiciones ancestrales de privilegio y de dominio social sostenido  durante miles de años. Esto ha generado un conflicto histórico entre la  modernidad laica y las religiones gobernadas por “clérigos” (página 18).      
        
                    Impacto de la modernidad en los paradigmas de las tradiciones religiosas                            La irrupción cultural y política del paradigma de la modernidad  afecta de modo especial al modo cómo se auto-expresan las diferentes  tradiciones religiosas, sobre todo en occidente: “Frente al proceso de  la modernidad y frente a la crisis de la religión en el mundo moderno,  este ensayo argumenta que se están produciendo cambios que afectan  sustancialmente a los dos grandes ideales humanos ya citados. Afectan,  en primer lugar, al 
ideal metafísico por responder al 
enigma; en segundo lugar, afectan al 
ideal natural de la especie por responder al 
drama de la existencia (página 22)                     
       Sin embargo, para Monserrat este impacto puede tener  consecuencias positivas para el futuro de las religiones: “Les afecta  porque el cambio permitirá hacer nueva luz sobre las conjeturas  metafísicas que responden al ideal metafísico y porque permitirán  también mejorar nuestra lucha por hacer realidad el ideal natural de la  especie hacia el dominio en comunión” (página 22)                     
       Por tanto, la permeabilidad de las tradiciones culturales y  religiosas a las expresiones del paradigma de la modernidad, puede ser  muy beneficiosa para éstas. Sin embargo, el cambio de paradigma –ya lo  predijo 
Thomas S. Kuhn  – no se realiza sin traumas, sin dolor. Es similar a una intervención  quirúrgica, que es sanadora a medio plazo pero que a corto plazo siempre  viene acompañada de dolor.                            
La iglesia católica ¿se atrinchera en un paradigma obsoleto?                            Este ensayo de Javier Monserrat defiende la tesis de que en la  actualidad la iglesia católica está todavía instalada en el paradigma  antiguo, o greco-romano: “Frente a éste, en la modernidad, la ciencia y  la filosofía, también las ciencias humanas, han llegado a un  conocimiento más preciso y exacto de cómo son realmente el universo, la  vida y el hombre creados por Dios. Sin embargo, no se ha producido  todavía la necesaria interpretación del cristianismo desde el mundo  moderno, ni en lo filosófico-teológico ni en lo socio-político. El  cristianismo sigue instalado, en alguna manera, en el teocentrismo y en  el teocratismo clásicos” (página  27).                     
       Pero, sin embargo, han llegado los tiempos oportunos. Sin caer en  un milenarismo o un mesianismo fácil, el autor de este ensayo opina que  es el momento propicio para el cambio de paradigma en las tradiciones  religiosas cristianas: “Nuestra tesis es que en la actualidad todo ha  madurado suficientemente para que se produzca el cambio de paradigma  pendiente desde hace varios siglos. Por consiguiente, tras varios siglos  de permanencia en el paradigma greco-romano, es indudable que nos  hallamos en un momento excepcional de la historia del cristianismo”  (página 27)                     
       El peligro de simplismos debe ser superado: “La tesis de que la  iglesia todavía se halla en el paradigma antiguo debe ser matizada. Sólo  en la segunda mitad del siglo XX se han advertido en la iglesia signos y  decisiones de que se está imponiendo la conciencia de que, en efecto,  el paradigma antiguo no permite responder a los desafíos racionales y de  sentido común que impone la modernidad. Por tanto, hoy se están  produciendo poco a poco más y más fisuras en la hermenéutica del  paradigma antiguo (página 27)                            
La necesidad de un cambio de paradigma para hacer más creíble el cristianismo                            Para Monserrat, “Si el conocimiento humano progresa en la  historia, es evidente que la imagen moderna del mundo representará una  imagen más profunda de las cosas que en el mundo antiguo. Por tanto, si  el kerigma que proclama la revelación en Jesús proviene del Dios creador  de la realidad, debe presumirse que estará en congruencia con la  realidad conocida por la modernidad” (página 29)                     
       Desde esta perspectiva, el ensayo que comentamos tal vez pueda  ser criticado de excesivamente optimista. Sin embargo, los argumentos  ofrecidos a lo largo del texto pueden justificar que “Una aportación, a  nuestro entender importante, de este ensayo consiste en la propuesta de  una alternativa al paradigma antiguo. Lo que llamamos el paradigma de la  modernidad (capítulo V) es la forma de entender el kerigma cristiano  desde la imagen moderna de la realidad” (página 29)                     
       La llamada 
teología de la ciencia  por algunos autores postula que ésta debe reelaborar los lenguajes que  expresan los contenidos del credo religioso dentro del marco  paradigmático de la modernidad: “Así, el paradigma de la modernidad es  la hermenéutica del cristianismo construida desde la imagen de la  realidad en nuestros días, resultado del proceso iniciado por la  modernidad ya hace varios siglos. El conocimiento actual del universo,  de la vida y del hombre, permitirá un conocimiento más profundo del  mundo real creado por Dios: nos hará entender cómo ha querido Dios que  sea la creación: cuál es, en definitiva, el orden o ley natural creada y  cuál el designio o ley divina que Dios ha infundido en el orden creado.  Así la Voz del Dios de la Creación, profundizada en la modernidad, nos  ilumina en la hermenéutica de la Voz del Dios de la Revelación” (página  29)                     
       Y continúa: “Este ensayo delimita con precisión en qué consiste  esta profundización excepcional en la explicación teológica del kerigma  cristiano hoy permitida por la modernidad. Frente a lo que fue el  paradigma antiguo se dibujan con precisión los perfiles fundamentales de  la imagen congruente del cristianismo, y de la religión, en los tiempos  modernos. Nuestro ensayo formula con toda precisión el contenido de la  alternativa paradigmática pendiente desde hace varios siglos” (página  29).                     
       Pero este esfuerzo no se reduce solamente a los contenidos  dogmáticos del kerigma, sino que se ramifica en la teología política:  “Frente al teocentrismo constitutivo del paradigma antiguo –que se  convierte en teocratismo al aplicarse al discurso socio-político -, en  que se imponía a la razón natural la verdad metafísica última de la  Divinidad de forma inequívoca, la modernidad muestra en cambio un  universo oscuro, borroso, enigmático, ambivalente, constituido por una  ontología monista, dinámica, autónoma o autosuficiente, evolutiva,  insospechada por la ontología antigua” (página 30).                            
La construcción de una nueva imagen de Dios                            En el fondo de este discurso teológico, hay una sospecha sobre la  inadecuación de la imagen de Dios que presentan las religiones  greco-romanas: “Una nueva idea de la materia y de la vida obliga a un  replanteamiento de la ontología en la que se había fundado la visión del  mundo antiguo. Este universo enigmático no impone una metafísica  última. El hombre, al contrario, queda abierto a conjeturar por  argumentos objetivos construibles por la razón que sería posible una  hipótesis metafísica última de naturaleza teísta, o sea, una Divinidad  fundante y creadora; pero que ese universo enigmático permite también  otra hipótesis metafísica, también argumentable, a saber, la hipótesis  de un puro mundo sin Dios, o sea, el ateísmo” (página 30).                            
Dios sigue siendo noticia.  Las ciencias propician la reelaboración teológica de la idea de Dios y  su intervención en la historia y en el mundo: “El hombre, cargado,  además de la razón, con todos los elementos emocionales de su  existencia, debe hacer frente al enigma del universo y decidir el  sentido de su vida. Debe siempre hacerlo en función de dos grandes  preguntas existenciales, insertas en el núcleo mismo de la conciencia  del hombre moderno: ¿es real y existente el posible Dios a pesar de su  ocultamiento en un universo enigmático, de su lejanía y de su silencio?  Es decir, ¿es posible un Dios, oculto e impotente, que funda el enigma  de lo real y crea el drama de la existencia? El posible Dios existente,  ¿tiene una voluntad real de relación con el hombre y de liberación de la  historia humana?” (página 30).                            
Una nueva hermenéutica del kerigma cristiano                            El cambio en la 
imagen de Dios y su presencia-ausencia en el mundo  implica una recreación creativa del anuncio de salvación de Dios en la  historia. Leemos en Monserrat: “Si la modernidad nos lleva, por tanto, a  un entendimiento en profundidad de la experiencia existencial del  hombre real, abierto al enigma desde el interior de un universo  enigmático, entonces, desde el punto de vista cristiano, la pregunta es  inmediata: ¿cuál es la hermenéutica del kerigma cristiano y a qué visión  del hombre moderno nos lleva? El concepto paradigma de la modernidad  responde precisamente a la forma de entender el kerigma cristiano, en  toda su amplitud y detalles, que se configura desde el presupuesto de  que el universo, la vida y el hombre realmente creados por Dios son los  que ha descrito la modernidad” (páginas 30-31).                     
       El ensayo que comentamos insiste en la urgencia de un cambio  integral de paradigma en la teología y no sólo maquillajes o  adaptaciones oportunistas: “Por tanto, más allá de las meras  adaptaciones ad hoc y de un insuficiente 
incompromiso hermenéutico  el cristianismo necesita hoy un cambio integral de paradigma que  permita claridad teológica y permita salir de una situación de penosa  incertidumbre. La propuesta que nosotros argumentamos es clara: no se  puede seguir en una incertidumbre que no nos permite saber dónde  estamos, sino que es necesario que el cristianismo afronte  explícitamente el cambio histórico de paradigma” (páginas 28-29).                     
       Nos encontramos en un momento privilegiado para realizar esta  intervención urgente en un cristianismo enfermo: “¿Qué circunstancias  han propiciado que hoy estemos ya en condiciones de vislumbrar el  paradigma de la modernidad como alternativa al paradigma greco-romano?  En mi opinión hay una respuesta verosímil a esta pregunta. Hoy tenemos  ya una alternativa porque se han producido algunos hechos de  transcendencia. En primer lugar, la ciencia moderna fue durante siglos  “reduccionista” y no cabía diálogo con la religión. Hoy en día, sin  embargo, la ciencia ha dejado de ser “reduccionista” (en un proceso de  cambio no cerrado, todavía en curso) para orientarse hacia un enfoque  vitalista y holístico” (página 32).                             
La Era de la Ciencia, una oportunidad única                            Los expertos en sociología de la ciencia son conscientes del  cambio radical que se está dando en el seno de las comunidades sobre la  naturaleza de la ciencia y sus complejos laberintos hacia la verdad. “En  segundo lugar, esta nueva visión de la realidad ha llevado a reconocer  un universo donde Dios no se impone: un universo, en definitiva, ajeno  al teocentrismo del paradigma antiguo. Por último, en tercer lugar, este  hecho ha llevado a quienes reflexionaban sobre la teología desde la  ciencia a intuir que el eje central para una hermenéutica del  cristianismo debía ser la teología de la 
kénosis Un concepto teológico de kénosis que debía ampliarse a la kénosis de la Divinidad en la Creación” (página 32).                     
       El profesor Monserrat acude aquí a “la 
Era de la Ciencia, un concepto acuñado por 
Georges Ellis,  el premio Templeton 2004 por sus contribuciones al encuentro entre las  ciencias y las religiones: “En esta Era de la Ciencia, si Dios es Autor  de la Creación descrita por la “racionalidad moderna”, el orden creado y  la ley natural, que han sido establecidos por voluntad divina, deben  entenderse de forma sustancialmente nueva” (página 321) (….) “La Era de  la Ciencia ¿conduce a un nuevo “paradigma de la modernidad” que  fundamente con mayor profundidad una nueva teología de la fe cristiana  que sustituya al antiguo paradigma griego?” (página 321)                            
Una propuesta sorprendente: la convocatoria de un concilio                            “El resultado de nuestro recorrido nos deja abiertos a la  conciencia de que el mundo cristiano se halla en un momento excepcional  de su historia: ha llegado el tiempo del cambio de paradigma  hermenéutico, después de veinte siglos en el paradigma antiguo, y ello  coincide con la necesidad de abordar cambios cruciales tanto en la  convergencia interreligiosa como en el compromiso religioso, urgente y  pragmático, por aliviar el inmenso sufrimiento de la humanidad. Es este  carácter excepcional de los tiempos el que reclama, por su propia  lógica, la convocatoria de un nuevo concilio, tal como, en lo que sigue,  será argumentado con precisión. Los capítulos anteriores son como los  cimientos, o las columnas sustentantes, sobre los que se eleva la lógica  histórica que conduce al nuevo 
concilio.  El nuevo concilio, de acuerdo con los supuestos hipotéticos presentados  en nuestro ensayo, deberá construirse en conformidad con los argumentos  defendidos. La lógica del concilio aparece, pues, al final del  recorrido, levantándose sobre los argumentos que constituyen el hilo  lógico conductor de este ensayo” (página 563).                     
       “La iglesia, en el fondo podríamos decir “el mundo cristiano” y  las religiones, se hallan en tal tribulación y desconcierto, están  enfrentadas a retos históricos tan grandes, que no hay otra forma  responsable de actuación cristiana que apelar al instrumento más  poderoso de que la iglesia dispone: el concilio. Sólo en un concilio  podría abordarse el replanteamiento global que exigen los cambios  históricos” (página 566).                     
       En este breve artículo se ha intentado espigar de un modo  subjetivo los puntos que han parecido más relevantes del denso ensayo  del profesor Monserrat. Para algunos, se tratará del desvarío de un  visionario. Otros lectores pueden encontrar intuiciones válidas para la  reconstrucción del cristianismo si tiene el coraje de afrontar los retos  que la Era de la Ciencia le pone delante. Tal vez estemos al inicio de  un largo y fecundo debate, que vemos necesario, en una época de  penumbras. El tiempo será el mejor aliado.                            
Leandro Sequeiros. Catedrático de Paleontología y Colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión.                                  
             (Tendencias21)