¿Qué es el ser humano?
Algunos investigadores están convencidos de que el ser humano no es más que un primate, un mamífero de enorme éxito evolutivo, que por la selección natural de los que mejor se reproducían, ha llegado a tener las características que hoy goza.
Así, por ejemplo, en un libro reciente, alguien (1) ha opinado que el secreto de la vida no es el ADN, por muy importante que sea a nivel molecular, sino el principio de colaboración entre los genes. En pocas palabras, cualquier gene que, surgiendo como resultado de una mutación, no aportara algo positivo a la supervivencia de todos los demás genes del organismo (o por lo menos no resultara destructivo) jamás sobreviviría. Los relativamente pocos genes de un microorganismo unicelular primitivo hace miles de millones de años, por ejemplo, o bien cooperaban para sobrevivir y reproducirse todos ellos, o de lo contrario perecían también todos. Estos «equipos» de genes han ido añadiendo más y más «jugadores» con el paso del tiempo, constituyendo al fin organismos extremadamente complejos, pero el objetivo ha sido siempre el mismo: un gene sólo «gana» (se reproduce en la siguiente generación) si también «ganan» todos los demás.
Según ese autor, con el ser humano la cooperación genética da un salto enorme al surgir el habla. El habla humana es la más asombrosa de todas las estrategias de cooperación, y ha hecho del ser humano el organismo dominante que es en este planeta.
Una respuesta posible ante nuestra interrogante «¿Qué es el ser humano?», entonces, sería esta: el ser humano es un gran número de genes que cooperan para reproducirse eficazmente generación tras generación.
En la misma línea y en otro libro de reciente publicación (2), otros se aventuran a explicar que la violación sexual es una conducta para la que algunos (¿todos?) los varones vienen programados genéticamente, ya que la violación no es sino una estrategia reproductora más, una que claramente goza de cierto éxito. O sea que los violadores tienen hijos, los cuales heredan la predisposición a reproducirse mediante la violación. Y es por eso que existe tal conducta.
De repente se cierne una sombra de horror sobre lo que parecían inocentes teorías científicas interesantes acerca de la evolución humana. ¿De verdad no es nada más el ser humano que una serie de rasgos físicos y predisposiciones de conducta, cuyo único fin es reproducirse generación tras generación?
El problema con definir así al ser humano consiste en que con tal definición fenece toda posibilidad de hablar de moralidad. Sólo existen tácticas, de mayor o menor éxito, para garantizar la supervivencia de los genes en la siguiente generación. No existe tal cosa como el bien y el mal.
Sin embargo el ser humano, desde que es humano, ha convivido con la noción del bien y del mal. El ser humano, desde que es humano y se organiza en sociedad, siempre ha rechazado ciertas conductas como perversas y malignas. Siempre ha luchado con demonios, con fuerzas oscuras, las tinieblas del espíritu que ensombrecen y retuercen el alma humana. Y siempre ha reconocido también lo sublime, lo adorable, la espiritualidad positiva, Dios, como una realidad sin la cual la belleza de la vida no tiene explicación.
Muchas personas, de convicciones y religiones muy diversas, preferimos todavía hoy hablar del ser humano sin abandonar la idea de que existen el bien y el mal. Los cristianos hemos descubierto, además, personalmente, algo incluso más sublime que solamente la moralidad. Hemos descubierto en Dios alguien que nos ama y da sentido y propósito a nuestras vidas. Hemos descubierto el perdón que nos rehabilita para ser mejores personas hoy que lo que fuimos ayer, mejores personas mañana que hoy. Hemos descubierto que si bien existe ¿por qué negarlo? el pecado, también existe la santificación de todo aquel que viene arrepentido a Cristo.
¿Qué es el ser humano? Un puñado de genes... pero con una dimensión espiritual que le atrae poderosamente hacia Dios.
1 R. Wright, Nonzero: The Logic of Human Destiny [volver]
2 R. Thornhill y T. Palmer, A natural Hisotry of Rape [volver]
Dionisio Byler, Boletín CEMB Nº 60, septiembre 2000
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