Vanidades (Jan Mabuse)
VANIDAD
"La vanidad, o excesiva necesidad de lisonjas, no es más que el amor propio de los moralistas y la aprobatividad de los frenólogos. En su conversación, en sus gestos, en su vestir, no lleva otro objeto, el vanidoso, que hacerse admirar y atraerse todos los elogios. El amigo de la gloria, el jactancioso, el magnífico, el petimetre, la coqueta y el fanfarrón, son todos de esta familia.
No debe confundirse el orgullo con la vanidad, como se ha hecho durante mucho tiempo. Si bien estos dos sentimientos suelen ir juntos, muchas veces también pueden existir separados e independientes uno de otro. El orgullo, repito, es una excesiva estimación de sí mismo; la vanidad, una inmoderada necesidad del aprecio de los demás. Satisfecho el orgulloso de su mérito, llega a admirarse a sí propio, y la mayor pesadumbre que se le puede dar es evidenciarle los defectos que tiene. El vanidoso sólo se empeña en que se le mire con pasmo, y nunca se halla más atormentado que cuando observa que no se hace caso de las frivolas ventajas en que él tanto se complace.
En un frío rigoroso, Diógenes, medio desnudo, tenía abrazada una estatua de bronce. Preguntóle un lacedemonio si padecía. "No", contestó el orgulloso cínico. "¿Qué mérito, pues, halláis en eso?", replicó el lacedemonio. Otro día, habiendo dejado su tonel, aquel Sócrates delirante, estaba recibiendo en la cabeza el agua que caía de lo alto de una casa, no queriendo apartarse. Como pareciese que le tenían lástima algunos de los que le veían, Platón, que casualmente pasó por allí, dijo: "¿Queréis que vuestra compasión sirva de algo a ese vanidoso? Haced como si no le vieseis".
Definamos, ahora, los caractéres más o menos ridículos que se refieren a la vanidad:
El amigo de la gloria es aquel que procura continuamente hacerse un lugar en la opinión de los demás y que a toda costa quiere parecer algo.
Se distingue el jactancioso en que este quiere que todo el mundo se ocupe de su persona, ostentando al efecto sentimientos, ideas y modales ridículamente estudiados.
El magnífico no ostenta grandeza y suntuosidad, sino para cautivar el asombro y la admiración de los que le rodean.
El petimetre es también un vanidoso que procura siempre hacerse notable por medio de un ademán libre, vivo y ligero, y sobre todo, por un exquisito cuidado en la compostura y adornos de su vestido.
Compañera del petimetre es la coqueta, pérfida sirena que procura cautivar los sentidos y trabaja para convencer, en particular a muchos hombres, de la fuerza con que les quiere, siendo así que no hace caso de ninguno.
El fanfarrón es un ente por demás ridículo, que de continuo está exagerando su valor o sus brillantes victorias.
(...)
Oigamos la admirable amplificación de aquella sentencia del Salmista: "Ciertamente Vanidad es todo hombre" (Salmo 39, 11); y de esta otra, del Eclesiastés: "Vanidad de Vanidades, y todo es Vanidad"(Eclesiastés 1, 2).
Dice Pascal:
"La vanidad está tan arraigada en el corazón del hombre, que un galopín, un pinche de cocina, un mozo de cordel, se jactan de su estado y pretenden tener quien los admire, y aun los mismos filósofos no se hallan exentos de esta flaqueza. Los mismos que escriben contra el amor a la gloria, quieren tener la gloria de haber escrito bien; y yo mismo que estoy escribiendo esto, tal vez tengo iguales deseos, deseos que tendrán quizás también los que lo lean"
¿Qué pretende pues ese severo moralista?
"Que el hombre se estime por lo que valga, que se ame porque en sí tiene, una naturaleza capaz del bien; pero que, no por esto, halague las bajezas, propias de esta misma naturaleza; que se desprecie al mismo tiempo, porque su capacidad es limitada; pero que, no por esto, haga poco aprecio de esta capacidad natural. La naturaleza del hombre debe considerarse de dos modos: La una, según su fin, y bajo este aspecto, es grande e incomprensible. La otra, según su hábito, y bajo éste, es abyecto y vil. El hombre no es más que una caña de las mas débiles de la naturaleza, pero es una caña que piensa. Es una nada con respecto a lo infinito, un todo con respecto a la nada, y un intermedio entre la nada y el todo. Está infinitamente apartado de ambos extremos, no hallándose menos distante su ser de la nada, de la cual ha salido, que de lo infinito, al cual ha de ir a parar" (Pascal, "Pensamientos", parte primera, art 5)"
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