Este es el tiempo favorable. Convertíos y creed en la Buena Noticia. Ha llegado el Reino de Dios.
ENVIÓ A SU HIJO (Mt 21, 37)
Tu Hijo, Señor; ha navegado por las aguas turbulentas del mundo y fue llevado al puerto de la Cruz. Por eso nos elevamos hasta Ti por el ascensor divino.
El pensamiento de la felicidad celeste, no sólo no me causa gozo alguno, sino que hasta me pregunto, a veces, cómo me será posible ser feliz sin sufrir. Jesús, sin duda, cambiará mi naturaleza, de lo contrario, echaré en falta el sufrimiento y el valle de las lágrimas. Nunca pedí a Dios morir joven, me habría parecido cobardía; pero él se ha dignado darme, desde mi infancia, la persuasión íntima de que mi carrera aquí abajo sería corta. Así, pues, solo el pensamiento de que cumplo la voluntad del Señor es la causa de toda mi alegría.
¡Oh, hermano mío, cómo quisiera poder verte en vuestro corazón el bálsamo de la consolación! No puedo hacer más que apropiarme las palabras de Jesús en la última cena. No podrá ofenderse por eso, puesto que soy su pequeña esposa y, por consiguiente, sus bienes son míos. Os digo, pues, como él decía a sus íntimos: Me voy al Padre..., pero porque os he hablado así, vuestro corazón se ha llenado de tristeza. Sin embargo, os digo la verdad, os conviene que me vaya. Estáis ahora sumidos en la tristeza, pero volveré a veros, y vuestro corazón se llenará de alegría, y nadie podrá arrebataros vuestro gozo. Sí, estoy segura de ello: después de mi entrada en la vida, la tristeza de mi querido hermanito se cambiará en una alegría serena que ninguna criatura podrá arrebatarle.
Lo presiento, debemos ir al cielo por el mismo camino: el sufrimiento unido al amor. Cuando haya llegado al puerto, os enseñaré, querido hermanito de mi alma, cómo debéis navegar por el mar aborrascado del mundo: con el abandono y el amor de un niño que sabe que su padre le ama y no podría dejarle solo en la hora del peligro.
¡Ah, cómo quisiera haceros comprender la ternura del Corazón de Jesús, lo que él espera de vos! Vuestra carta del 14 estremeció dulcemente mi corazón. Comprendí, más que nunca, hasta qué punto vuestra alma es hermana de la mía, puesto que está llamada a elevarse hasta Dios por el ascensor del amor, y no, en manera alguna, subiendo por la ruda escalera del temor. No me extraña que la práctica de la familiaridad con Jesús os parezca un poco difícil de realizar; no se puede llegar a ella en un día, pero estoy segura de que os ayudaré mucho más a caminar por este camino delicioso cuando me vea libre de mi envoltura mortal, y pronto diréis, como san Agustín: El amor es el peso que me arrastra.
(Santa Teresa Del Niño Jesús. Ct. 229. Obras Completas, pp. 651-652)
Mi fortaleza y mi canción es el Señor: El es mi salvación. El es mi Dios, yo lo glorifico, el Dios de mis padres, yo lo exalto (Ex 15, 2).
ENVIÓ A SU HIJO (Mt 21, 37)
Tu Hijo, Señor; ha navegado por las aguas turbulentas del mundo y fue llevado al puerto de la Cruz. Por eso nos elevamos hasta Ti por el ascensor divino.
El pensamiento de la felicidad celeste, no sólo no me causa gozo alguno, sino que hasta me pregunto, a veces, cómo me será posible ser feliz sin sufrir. Jesús, sin duda, cambiará mi naturaleza, de lo contrario, echaré en falta el sufrimiento y el valle de las lágrimas. Nunca pedí a Dios morir joven, me habría parecido cobardía; pero él se ha dignado darme, desde mi infancia, la persuasión íntima de que mi carrera aquí abajo sería corta. Así, pues, solo el pensamiento de que cumplo la voluntad del Señor es la causa de toda mi alegría.
¡Oh, hermano mío, cómo quisiera poder verte en vuestro corazón el bálsamo de la consolación! No puedo hacer más que apropiarme las palabras de Jesús en la última cena. No podrá ofenderse por eso, puesto que soy su pequeña esposa y, por consiguiente, sus bienes son míos. Os digo, pues, como él decía a sus íntimos: Me voy al Padre..., pero porque os he hablado así, vuestro corazón se ha llenado de tristeza. Sin embargo, os digo la verdad, os conviene que me vaya. Estáis ahora sumidos en la tristeza, pero volveré a veros, y vuestro corazón se llenará de alegría, y nadie podrá arrebataros vuestro gozo. Sí, estoy segura de ello: después de mi entrada en la vida, la tristeza de mi querido hermanito se cambiará en una alegría serena que ninguna criatura podrá arrebatarle.
Lo presiento, debemos ir al cielo por el mismo camino: el sufrimiento unido al amor. Cuando haya llegado al puerto, os enseñaré, querido hermanito de mi alma, cómo debéis navegar por el mar aborrascado del mundo: con el abandono y el amor de un niño que sabe que su padre le ama y no podría dejarle solo en la hora del peligro.
¡Ah, cómo quisiera haceros comprender la ternura del Corazón de Jesús, lo que él espera de vos! Vuestra carta del 14 estremeció dulcemente mi corazón. Comprendí, más que nunca, hasta qué punto vuestra alma es hermana de la mía, puesto que está llamada a elevarse hasta Dios por el ascensor del amor, y no, en manera alguna, subiendo por la ruda escalera del temor. No me extraña que la práctica de la familiaridad con Jesús os parezca un poco difícil de realizar; no se puede llegar a ella en un día, pero estoy segura de que os ayudaré mucho más a caminar por este camino delicioso cuando me vea libre de mi envoltura mortal, y pronto diréis, como san Agustín: El amor es el peso que me arrastra.
(Santa Teresa Del Niño Jesús. Ct. 229. Obras Completas, pp. 651-652)
Mi fortaleza y mi canción es el Señor: El es mi salvación. El es mi Dios, yo lo glorifico, el Dios de mis padres, yo lo exalto (Ex 15, 2).
No hay comentarios:
Publicar un comentario