Una combinación de hechos ligados entre sí –crisis económica, movimientos masivos de indignados, convulsiones sociales, unido a un hundimiento moral- nos entregarán a formas de totalitarismo que ya acepto como inevitables. Eso sí, tranquilos, todos los ritos de la democracia se seguirán celebrando con la misma seriedad (y falsedad) de un pontífice de la época de Augusto.
Que ese nuevo estado sea de derechas o de izquierdas, eso es lo mismo. La porra es igual de dura en los dos casos. Aunque los totalitarismos, contrariamente al imaginario popular, no usan la porra. Usan la cárcel, que se ve menos en la tele. Cuando un estado usa mucho la porra, eso significa que no posee ni la calle.
El caso es que, dejando aparte lo de la porra, las estructuras democraticas no resistirán las tormentas que conllevará la caída del estado de bienestar.
Pero, es curioso, la convicción de este futuro que se aproxima a su paso, em hace vivir en la mayor de las serenidades interiores. Este año 2012 me ha hecho ver la sociedad que me rodea de un modo más desligado, como si ya no me importara. Como si el destino de esta civilización occidental ya estuviera escrito en una tragedia griega que ya he leído. De pronto, soy más libre que nunca. Libre del deseo. Libre de los espejismos del porvenir. Sinceramente, todo me afecta mucho menos. Como el que mira desde el ventanal de su casa a la calla y comenta probando el té: Cómo están las cosas. Pásame otro brioche. Están tan jugosos por dentro, con sus pasitas.
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