Por Anacleto González Flores
-Mártir mexicano-
El precio de la victoria ha sido siempre de sacrificio, de martirio y de sangre.
Los primeros cristianos pudieron arrojar a los césares y a todos los perseguidos hacia el desierto de la derrota; pero antes tuvieron que bautizar con su sangre la melena de los leones del circo y de las arenas ardientes desde donde combatieron con los emperadores.
La Iglesia continúa y continuará haciendo su peregrinación a trevés de un desfiladero de espadas.
La mano de los fuertes se abrirá para ahogarla, como lo intentaron los primeros perseguidores y será necesario que minuto a minuto se repita el encuentro y que corazones, espiritus, cuerpos y conciencias padezcan las retorceduras del dolor y las angustias y fatigas de la pelea.
Un día será bajo el golpe del acero que raja la carne de los hombres inermes; otras veces en pleno erizamiento de plumas, de pensamientos y de palabras; pero minuto a minuto tendrá que repetirse, tendrá que librarse recia, honda y viva la batalla de todos los días, de cada instante, de todos los momentos.
Y minuto a minuto será preciso que Dios aporte, es cierto, el impulso de su brazo; pero minuto a minuto será también preciso, será indispensable, será imprescindible, que cada católico aporte dolor a la fatiga, de desangramiento, para alcanzar la victoria.
Y a pesar de nuestra cobardía, de nuestra desorientación, de nuestro miedo y de nuestra pereza, el precio de la victoria de Dios, por medio de los hombres -ahí está la historia para comprobarlo-, ha sido y será siempre de angustia, fatiga, inmolación de carne, de espiritu y de vida.
De tal manera que mientras los católicos, entre nosotros, no aporten, no den tributo de amargura, de lucha que debemos dar todos, la victoria no vendrá.
Nada le ha costado tanto hasta ahora a los hombres y a los pueblos como la victoria, porque la victoria es lo más costoso de todo.
Nosotros hemos querido obtenerla a precio de nuestra cobardía y de nuestra inercia. Por eso no ha venido. Tenemos que comprarla.
Para comprarla tenemos que pagar íntegro su precio de dolor, de sangre o cuando menos de fatiga y de esfuerzo.
Nos hallamos colocados muy claramente ante estas dos cosas: o pagamos el precio de la victoria y lograremos tenerla en nuestras manos o nos negamos como hasta ahora, a pagar el precio total y entonces debemos pensar que estamos condenados a llevar para siempre el grillete y la señal ignominiosa de los derrotados.
Paguemos el precio de la victoria. Hoy con un débil esfuerzo y un sacrificio insignificante. Mañana de cara hacia el potro y con el cuerpo ensangrentado. Y la victoria no tardará.
Tomado de Gladium.
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