Juan XXIII quería una ruptura con el pasado
Atila Sinke Guimaraes
Como parte de las conmemoraciones del 50º aniversario del concilio, que comenzó en octubre y continuará durante todo el “Año de la Fe”, L’Osservatore Romano, el principal periódico de la Santa Sede, ha estado publicando artículos sobre este tema. Hoy, quiero llamar la atención de mis lectores sobre un artículo de Marco Roncalli titulado “El Vaticano II en exhibición” (10 de octubre de 2012, p. 4). En él, el autor presenta una visión general de la exposición de una semana en Bérgamo, la ciudad donde nació y creció Juan XXIII.
La exhibición fue dirigida por el P. Enzio Bollis, contando con el pleno apoyo de la diócesis y fue una iniciativa de la Fundación Juan XXIII. Se mostraron manuscritos y documentos normalmente inaccesibles que duermen en los archivos de la Fundación y fueron por primera vez mostrados al público. Todos los documentos expuestos están relacionados con el pontificado del Papa Roncalli[1].
El Concilio Vaticano II fue convocado explícitamente contra el Vaticano I
Entre estos documentos había una nota de Mons. Loris Capovilla, secretario de Juan XXIII en la que, en nombre del “Papa”, daba instrucciones para la redacción de la bula Humanae salutis, la bula que convocó el concilio. En el texto escrito por Capovilla, hay notas al margen escritas a mano por el propio Juan XXIII. En este texto se afirma claramente, nos asegura Marco Roncalli, que el “Papa” no deseaba seguir el curso del Concilio Vaticano I porque “ni en su sustancia ni en su forma podría corresponder a la situación actual”. También vemos una refutación de la posición de la Iglesia sobre el orden temporal enseñado por Pío IX, por ahora, enfatiza la nota, “la Iglesia demuestra que ella quiere ser mater et magistra [madre y maestra]”.
La exhibición muestra que Juan XXIII convocó el concilio con intención de discontinuidad |
Esta revelación es, en mi opinión, una extraordinaria confirmación de que Juan XXIII no quería ninguna continuidad con el anterior concilio ecuménico convocado y dirigido por Pío IX. Cuando él afirma que el Vaticano II no debe seguir al Vaticano I “sea en su contenido o en su forma”, él estaba diciendo que debería ser completamente diferente; lo que no está muy lejos de decir que debería ser lo contrario.
En efecto, decir que la sustancia debería ser diferente significa que la doctrina defendida debe ser diferente. Decir que la forma debería ser diferente significa que debe evitarse el carácter militante de los documentos del Vaticano I. Por cierto, la razón alegada para explicar un cambio en la posición de la Iglesia con respecto al mundo ―que ahora ella quiere ser madre y maestra― confirma que él quería que el Vaticano II se mantuviera alejado del espíritu militante del Vaticano I.
Una de las políticas comunes de la Santa Sede después de 1975 ―cuando una fuerte reacción en contra del concilio se volvió pública y acelerada― ha sido la de tratar de vincular Vaticano II al Vaticano I, a fin de darle legitimidad al primero. Fue por esta razón que Juan Pablo II “beatificó” a Juan XXIII junto con Pío IX. Esta también es la razón por la que a veces vemos al Vaticano adoptando medidas “conservadoras”. Y es por esta misma razón que Benedicto XVI está ahora insistiendo en la “hermenéuticade la continuidad”. El objetivo de todas estas iniciativas es pretender que el concilio no fue lo que en realidad fue: una revolución planeada en la Iglesia Católica que pretende destruirla y remplazarla con otra Iglesia completamente diferente.
Tenemos que agradecer a la Divina Providencia por permitir que el citado artículo fuera publicado en L’Osservatore Romano, lo que nos da un arma valiosa para rechazar esta insidiosa maniobra para salvar al concilio mediante la interpretación de sus múltiples errores según la anterior doctrina de la Iglesia. ¿Es posible interpretar el Non serviam [No serviré] de Satanás bajo la luz de la Quis ut Deus? [¿Quién como Dios? de San Miguel?
El silencio deliberado sobre el comunismo, reconocido oficialmente
Hace un tiempo informé[2]que el funcionario del Vaticano, el cardenal Eugène Tisserant se reunió con cismático metropolitano ruso Nikodin en agosto de 1962 en la ciudad francesa de Metz para establecer un pacto. La iglesia rusa cismática le pidió a Juan XXIII que el concilio no condenara el comunismo. Sólo bajo esta condición los obispos cismáticos rusos asistirían a la asamblea conciliar en calidad de observadores como era el deseo del “Papa” Roncalli. Tisserand aceptó, y, de hecho, no se hizo ninguna condenación, incluso después que 213 Padres conciliares pidieron formalmente que el concilio lo hiciera[3].
Marco Roncalli, el autor de este artículo y presidente de la Fundación Juan XXIII, nos explica estos documentos:
“Varios documentos recompusieron el clima de las negociaciones [del Vaticano] con la Unión Soviética para que permitiera que los obispos católicos participaran en el concilio junto con el envío de observadores de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que llegaron en la víspera del concilio después de la visita a Moscú de Mons. Johannes Willebrands, representante del Secretario. En esos documentos encontramos la confirmación de algunas de las garantías solicitadas:
Una carta del card. Bea confirma las concesiones hechas en el Pacto de Metz |
”La garantía de que no habrá condenación del comunismo o referencia a la Unión Soviética, que hubieran implicado inevitables reproches de carácter político con acontecimientos desagradables para la Iglesia rusa.
”La misma exigencia se hizo para otros temas como la paz y el ateísmo. En un adjunto a una carta del cardenal Bea del 8 de octubre de 1962 al Secretario de Estado el cardenal Amleto Cicognani (quien sucedió a Tardini), se hace referencia a la información obtenida durante la visita Willebrands:
”‘El arzobispo Nikodin planteó la cuestión del ateísmo. ¿Cómo [el concilio] piensa tratar de él? ¿Es posible evitar tratar de él [el ateísmo] para evitar implicaciones políticas en contra de ciertas naciones? ¡Ciertamente usted no debe pensar que nosotros como obispos ortodoxos defendamos el ateísmo! Esto no es cierto, pero le pedimos que comprenda nuestra situación. Se puede hablar del ateísmo sin mencionar o aludir a una nación en particular. De lo contrario, se podría correr el riesgo de transformar un documento religioso en un asunto político’”.
Una vez más, le debemos la revelación de estos documentos a la exhibición de Bergamo. Ahora sabemos con certeza que ello fue bajo la orientación directa del card. Bea y el Secretario de Estado del Vaticano el card. Cicognani, es decir, del mismo Juan XXIII, que fue una orden dada a los moderadores del concilio de no permitir condenación alguna del comunismo.
¿Quién habría de imaginar que cuando la Nuestra Señora en Fátima profetizó que Rusia esparciría sus errores por el mundo, ella también estaba incluyendo al Vaticano y al “papado” entre los promotores de esos errores?
Arriba a la izquierda, el artículo sobre la Exposición sobre el Vaticano II [1] Nota del traductor de LDP: El autor de este artículo considera que los “Papas” conciliares, es decir, desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI, son verdaderos Papas de la Iglesia Católica. Nosotros no compartimos esa opinión, ya que tenemos la convicción, basada en la evidencia, de que estos hombres eran y son herejes manifiestos y, por lo tanto, no pueden ser verdaderos Papas: ellos son en realidad, antipapas. Esto se desprende lógicamente del propio magisterio de la Iglesia, de la doctrina católica y de la opinión de los más notables doctores (véase más argumentación doctrinaria sobre este punto aquí). Luego, nuestra convicción es que, en las circunstancias actuales, la posición más coherente de un católico es la sedevacancia del trono de San Pedro. Esto quiere decir que el último pontífice de la Iglesia Católica fue Pío XII. Esa es la gravedad de la actual apostasía en que vivimos. Recordemos que la Virgen Santísima advirtió en La Salette: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del anticristo… la Iglesia será eclipsada”. En nuestra traducción pondremos la palabra “Papa” entre paréntesis para referirnos a los antipapas conciliares. [2] A.S. Guimarães, Animus Delendi II (Los Ángeles: TIA, 2002), pp. 28-30, note 16. [3]A.S. Guimarães, En las AguasTurbias del Concilio Vaticano II (Santiago de Chile, 2010), § 96ss. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario