LA NEUROTEOLOGÍA
Por estos días he estado leyendo un “curioso” libro titulado “La Conexión Divina”. Lo escribió un renombrado catedrático de la universidad complutense de Madrid especialista en fisiología del sistema nervioso, el doctor Francisco Rubia.
El libro trae como subtítulo, “la experiencia mística y la neurobiología” y según afirma en las primeras páginas, el texto busca dar respuesta a interrogantes como los siguientes: “¿Cuál es la base neurobiológica de la experiencia mística?, ¿existen en el cerebro estructuras que producen la experiencia de trascendencia?, ¿existen en la psique, o en, como diríamos hoy, en el sistema límbico, estructuras cuya activación nos pone en contacto con lo que muchos denominan «divinidad»?, ¿es posible activar, si es que existen, esas estructuras de forma natural y no mediante drogas?, ¿tiene sentido, como se está haciendo últimamente en Estados Unidos, hablar de «neuroteología»?” suficiente para atraer la atención del curioso.
Pero vamos al principio, ¿de dónde viene eso de la neuroteología?, la palabra la tomaron de una novela del escritor inglés Aldous Huxley llamada “La Isla”. Que narra la existencia de una pequeña isla llamada “Pala” donde, entre otras cosas, sus habitantes buscan la “iluminación” por medio del consumo de una sustancia psicodélica llamada “moksha”.
Eso en cuanto a la palabra, ¿y la “cosa”? la “cosa” debemos ubicarla dentro del gran espectro de desarrollo de las llamadas neurociencias; grupo de disciplinas cuyo propósito es estudiar el sistema nervioso en su relación con la conducta humana. Como es sabido, en los últimos años se ha dado un inmenso desarrollo en los estudios acerca del sistema nervioso debido en parte al avance en el perfeccionamiento de las tecnologías que sirven para “observar” la actividad cerebral, tales como los Rayos X , la TAC (Tomografía Axial Computarizada) y la IRM (Imagen por Resonancia Magnética).
Un verdadero fervor entusiasta cuasi religioso se ha apoderado de los científicos quienes ven ya cercano el momento en el que por fin serán develados todos los misterios ocultos de la naturaleza y particularmente del hombre. Y este entusiasmo los ha lanzado ya sin prevención de ningún tipo hacia la conquista de dominios que hasta la fecha parecían muy por “encima” de sus posibilidades. Es así como desde hace ya varios años se han dado a la tarea de investigar los mecanismos cerebrales que están “detrás” de las experiencias “místicas”, en un esfuerzo por “explicar” el fenómeno religioso, tan antiguo como la misma humanidad, y de este esfuerzo ha salido la neuroteología. (¿Qué hubiera opinado santo Tomás?)
Lo que pretendemos en este escrito no es presentar objeciones “neurocientíficas”. No tenemos la competencia para tal cosa. Nuestro propósito es más humilde; medianamente conocedores del catecismo, queremos tan sólo expresar algunas reflexiones que nos fueron surgiendo a lo largo de la lectura del libro arriba mencionado.
Dicen que en un estudio publicado en 2006 por la revista Neuroscience Letters, se registró la actividad cerebral de 15 monjas carmelitas, a quienes previamente se les solicitó “recordar” sus experiencias místicas. La idea era descubrir qué regiones del cerebro se “activaban” durante su actividad “rememorativa”, con el fin de concluir qué regiones ayudaban a “producir” la experiencia religiosa.
Pues bien, respecto de esto debemos hacer una aclaración y es la siguiente: el místico tiende a ocultarse. Es una constante en la historia del misticismo católico. Una anécdota servirá para ilustrar lo que quiero decir, creo que es de san Camilo de Lelis. Se cuenta que por aquellos tiempos causaba gran admiración una monja que según la gente del pueblo era una santa y tenía “experiencias” místicas. Le pidieron a Camilo que fuera a verificar si efectivamente se trataba de una gran santa o de una gran farsa. El santo se puso en camino y al llegar a las puertas del convento tocó y a la hermana que abrió le dijo: “buenos días, vengo a visitar a la santa”. De inmediato la hermana contestó: “sí, claro, soy yo”. Dice la historia que san Camilo no necesitó más pruebas para comprobar que se trataba de una farsa, e ipso facto abandonó el convento.
El punto que deseo aclarar es que la santidad verdadera, el misticismo verdadero, no se expone como fenómeno de circo, la profunda humildad de estos seres privilegiados los lleva a ocultar ante los demás los dones con que Dios se digna regalarlos. Razón por la cual es sumamente extraño el intento de “invitar” 15 monjas carmelitas para estudiar su “misticismo”.
Pero supongamos en gracia de la discusión que el “místico” accede a ser estudiado en su “misticismo”. Se le pide que recuerde su última experiencia mística y entre tanto le son ubicados algunos electrodos en la cabeza para registrar la actividad cerebral y así “sorprender” a su cerebro “creando” la mística.
¿Es esto posible? ¿Qué será lo que acudirá a la memoria del “sujeto”? ¿Aparecerá la experiencia mística en su misticismo? ¿O más bien habría que decir que lo que viene a la mente del sujeto son los concomitantes sensibles y emocionales de la misma? Creemos que esta última opción es la correcta. El mismo doctor Rubia reconoce en su escrito que una de las características comúnmente asignadas a las experiencias místicas es su “inefabilidad”, es decir, la imposibilidad de traducirlas a un discurso lógico, la imposibilidad de “decirlas”. El místico se ve inhibido de explicar con palabras su vivencia, razón por la cual la mayoría de ellos recurre a la poesía como medio de expresión, y tratan de explicar con analogías y metáforas.
Entonces sucede que si a un místico se le pidiera recordar una experiencia pasada a lo más que podría llegar sería al recuerdo de los sentimientos, emociones, imágenes, sensaciones físicas, etc. que acompañaron a la experiencia mística propiamente dicha. Por la sencilla razón de que en una experiencia mística el protagonista principal es Dios, y no hay que creer que Dios también haya sido invitado a participar en el estudio. En otras palabras, el místico solo no puede nada.
Y resulta que los sentimientos, emociones, imágenes, sensaciones físicas, etc. que acompañan a manera de concomitantes a la experiencia religiosa efectivamente están mediadas por procesos cerebrales. Y el truco consiste en decir que esos procesos son “causa” de la experiencia religiosa, cuando lo correcto sería afirmar que esos procesos cerebrales funcionan como mediadores de ciertas concomitantes biológicas que acompañan la experiencia mística pero que de ninguna manera pueden ser llamados “causa” de ésta, porque la “causa” será siempre Dios.
Fijémonos en el asunto de la inefabilidad. Decíamos que se trata de la imposibilidad de explicar con palabras, en un discurso lógico, lo propio de la experiencia mística. Esto ha sido reconocido por toda la mística tradicional. Y se explica por el hecho de que al ser la experiencia mística, una experiencia de lo absoluto, no es posible conceptualizarla en un sistema lógico finito como el humano, a no ser indirectamente por medio de la poesía o de metáforas y analogías finamente construidas para tal propósito.
El doctor Rubia tiende a explicar la inefabilidad de la siguiente forma: dado que se ha visto que las regiones cerebrales relacionadas con las “experiencias” místicas son distintas de aquellas comúnmente asociadas con el habla, es explicable que esas experiencias sean de difícil verbalización.
Un sacerdote amigo me hizo caer en la cuenta de que aquí el error está en no distinguir entre verbalización y conceptualización. La inefabilidad de las experiencias místicas es inefabilidad por conceptualización y no por verbalización. Lo cual significa que la experiencia mística no es conceptualizable, susceptible de ser expresada en conceptos humanos, pues su “esencia” permanece de suyo en el nivel de lo absoluto. De forma tal que, siguiendo el equivocado razonamiento del doctor Rubia, aun suponiendo que la misma región del cerebro encargada del habla, fuera la encargada de las “experiencias” místicas, seguiría siendo imposible verbalizarla, pues las palabras que decimos o escribimos significan conceptos, y en ausencia de conceptos no significan nada.
Finalmente quisiéramos agregar que no es nuestro propósito restarle valor a los esfuerzos de los científicos. Sólo queremos dejar claro el equívoco que se oculta detrás de expresiones como “biología de la fe”, “conexión divina”, etc. o algunas que nos vienen del mundo angloparlante como “spiritual neuroscience”[ , (esta última si bien se mira oculta un sofisma gigante), o el título de un trabajo de David Biello titulado “Searching for God in the Brain”. Estos científicos seguramente algo encontrarán, pero honestamente alguien debiera decirles que nunca será lo que están buscando.
Algunos científicos quisieran ver a Dios con su microscopio, no tanto para “verlo”, sino para probar finalmente que no es espiritual y trascendente al mundo.
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