Y UNA REFLEXIÓN SOBRE EL APOLOGISTA CATÓLICO
"La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; no hace nada que no sea conveniente; no busca su interés; no se irrita; no piensa mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo sobrelleva, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Co 13, 4-8).
En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor unos por otros Jn.XIII, 38. |
Caridad es la virtud sobrenatural infusa por la que la persona puede:
1) Amar a Dios sobre todas las cosas, por Él mismo, y
2) Amar al prójimo por amor a Dios (lo que lo diferencia de la mera filantropía).
Es una virtud basada en fe divina o en creer en la verdad de la revelación de Dios. Es conferida solo por gracia divina. No es adquirida por el mero esfuerzo humano. Porque es infundida con la gracia santificante, frecuentemente se identifica con el estado de gracia*.
1) Amar a Dios sobre todas las cosas, por Él mismo, y
2) Amar al prójimo por amor a Dios (lo que lo diferencia de la mera filantropía).
Es una virtud basada en fe divina o en creer en la verdad de la revelación de Dios. Es conferida solo por gracia divina. No es adquirida por el mero esfuerzo humano. Porque es infundida con la gracia santificante, frecuentemente se identifica con el estado de gracia*.
En este post nos referiremos sólo al inciso dos antes enumerado. La caridad con el prójimo tiene muchas manifestaciones, sin embargo la fundamental es en aquellos actos que buscan su salvación eterna. Sollier afirma: "El fiel cumplimiento del "nuevo mandamiento" es llamado el criterio del verdadero discipulado cristiano (Juan xiii, 34 sg.), el estándar por el cual seremos juzgados (Mat., xxv, 34 ssc.), la mejor prueba de que amamos a Dios Mismo (1 Juan, iii, 10), el cumplimiento de toda la ley (Gal., v, 14)... La expresión "amar al prójimo por amor a Dios" significa que nos levantamos por encima de la consideración de la mera solidaridad y compasión a la más alta perspectiva de nuestra común adopción Divina y herencia celestial; sólo en ese sentido puede acercarse nuestro amor fraternal al amor que Cristo tuvo por nosotros (Juan, xiii, 35), y puede entenderse un tipo de identidad moral entre Cristo y el prójimo (Mat., xxv, 40). Desde este motivo superior la universalidad de la caridad fraternal sigue como una consecuencia necesaria. Todo aquel que vea en sus semejantes, no las peculiaridades humanas, sino los privilegios dados por Dios y semejantes a Dios, ya no puede restringir su amor a los miembros de la familia, o correligionarios, o conciudadanos, o a extraños dentro de las fronteras (Lev., xix, 34), sino que necesita extenderlo, sin distinguir al judío o al gentil (Rom, x, 12), a todas las unidades de la humanidad, a los expulsados socialmente (Lucas, x, 33 ssc.) y aún a los enemigos (Mat., v, 23 ssc.). Muy eficaz es la lección en la cual Cristo exhorta a sus oyentes a reconocer, en muchos samaritanos despreciados, al verdadero tipo de prójimo, y verdaderamente nuevo es el mandamiento en el cual nos llama a perdonar a nuestros enemigos, a reconciliarnos con ellos, ayudarles y amarles."
San Agustín, en su Sermón a los fieles de la Iglesia de Cesarea, explica:
"Entonces -me dirá alguien-, ¿qué es lo que no tienen los que tienen todo esto? Tú dices: ¿tienen el bautismo? Sí, lo afirmo. Tú dices: ¿tienen la fe de Cristo? Sí, lo afirmo. Si tienen esto, ¿qué es lo que no tienen? ¿Qué es el bautismo? Un misterio. Escucha al Apóstol (Pablo): Si conociera todos los misterios. Es mucho conocer todos los misterios de Dios; por muchos misterios que conozcamos, ¿quién los conoce todos? ¿Qué dice el Apóstol? Si conociera todos los misterios, si tuviera el don de profecía, y aún más, y toda la ciencia... Pero habías hablado de la fe. Escucha todavía: Si tuviera toda la fe. Es difícil tener toda la fe, como es difícil conocer todos los misterios. Y ¿qué es lo que dice? Toda, como para trasladar montañas; si no tengo caridad, nada soy. Atended, hermanos, atended, os ruego, la voz del Apóstol y ved por qué buscamos a nuestros hermanos con tales trabajos y peligros. La caridad es la que los busca, la caridad que procede de nuestros corazones. Por amor de mis hermanos y compañeros, dice el salmo, hablaba sobre la paz a propósito de ti, dirigiéndose a la Jerusalén santa. Ved, pues, hermanos míos, lo que dice el Apóstol: Aunque tuviera todos los misterios, toda la ciencia, profecía y fe, ¿qué fe? -como para trasladar montañas-, si no tengo caridad, nada soy. No dijo: "Todo esto es nada", sino: Si no tengo caridad, nada soy.
"¿Quién va a ser tan insensato que diga: "Los misterios no son nada"? ¿Quién tan demente que pueda decir: "La profecía no es nada, nada la ciencia y nada la fe?". No se dice que ellas no son nada, sino que siendo grandes como son, teniendo yo esos dones tan grandes, si no tengo caridad, nada soy. Grandes son ellas y yo tengo cosas grandes, y nada soy si no tengo caridad, mediante la cual me son provechosas las cosas grandes. En efecto, si no tengo caridad, pueden ellas estar presentes, pero no pueden aprovechar."
Por ello, San Pablo enseña: "Y si repartiese mi hacienda toda, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, mas no tengo caridad, nada me aprovecha". Y sentencia que entre la fe, la esperanza y la caridad, "la mayor de ellas es la caridad". (1a Cor XIII,13).
EL EJEMPLO DEL APOLOGISTA CATÓLICO
En efecto, sin la caridad nada somos. Asi, por ejemplo, el mayor apologista que defienda la verdadera fe sin caridad, sin pensar en el buen efecto de sus palabras en los demás, sin buscar la rectificación caritativa del errado, nada es aunque posea la verdad y toda la ciencia. El que ama a sus hermanos busca que rectifiquen sus errores tendiendo puentes y no los denosta de manera humillante, ni profiere calificativos que los denigren, los que tendrán como efecto que el equivocado se encierre más aún en sus errores. ¿De qué sirve, entonces, defender lo cierto si se provoca afianzar al errado en su falso criterio? Quien ama, no hace transigencias con el error y defiende toda la verdad sin ningún ocultamiento ni temor, pero no asume ni trata a todo errado como enemigo de mala fe. Combate el error señalando clara y hasta enfáticamente lo que es equivocado y absurdo, pero ¡ama al errado!. Distingue entre quien yerra de buena fe de quien es enemigo de la Verdad por mala fe e intención, pues éstos merecen distinto trato. Por ello, busca sumar en lugar de crear divisiones estériles. La Verdad no es para jactarse de ella, sino para compartirla con el prójimo, procurando convencerlo y atraerlo hacia la misma, pues el catolicismo es eminentemente apostólico. La verdadera caridad se distingue en dos elementos: nunca transige en los principios y verdades y, a la vez, busca la salvación eterna de todo prójimo. Con mucha facilidad se peca en un extremo u otro: o se transige y se callan principios o, por el contrario, nos erigimos en jueces implacables del prójimo. Sin la verdadera caridad -la más excelente virtud- nada somos; sin embargo...¡cuántas veces y con cuánta facilidad lo olvidamos, y ni siquiera tenemos esto presente en nuestros exámenes de conciencia y en nuestras confesiones!
Y es algo tan consustancial a la vida del cristiano este precepto general del amor al prójimo por amor a Dios que tantos aspectos abarca, que siendo el signo de ser discípulo de Cristo será, también, la principal materia del juicio final: "En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). San Juan de la Cruz, comentando este pasaje, lo resume muy bien diciendo poéticamente: "En el atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor".
*Corazones.org
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