Estamos constantemente oyendo loas al desarrollo, a las novedades, a la eficacia y al progreso y está resultando casi universal la creencia que las disquisiciones y discusiones doctrinales, el estudio, meditación y defensa de los principios generales, han caducado. Cuestiones bizantinas, dicen muchos con tono sarcástico de superioridad, cuando alguien intenta poner en evidencia errores de principio o falsos planteamientos doctrinales y desviaciones de la ortodoxia.
Lo que importa es la ortopraxis, la acción eficaz y beneficiosa y no la ortodoxia inmovilista que se desarrolla en el mundo abstracto de las ideas.
Esta primacía de la praxis se observa no sólo en la política y en la administración, sino que invade zonas más delicadas y que hasta ahora habían tenido especial cuidado de preservar la integridad de los principios: la moral y la religión. Se han relegado al olvido o a la execración pública las palabras herejía, anatema y condenación para vivir en un mundo plácido, sin contrastes, un mundo de hedonistas en el que los únicos "marginados" serán los que conservan la preocupación por la recta doctrina y con sus consideraciones ortodoxas juegan el papel de aguafiestas en la kermesse contemporánea.
Pero si nos paramos a pensar, aunque sólo sea un momento sobre los motivos que inspiran a los que desprecian a la ortodoxia, veremos en seguida que en ellos existe también una base doctrinal, que no por ser inconsciente en la mayoría, es menos reconocible y definida. Se ha creado una nueva ortodoxia que aunque carece las más de las veces de coherencia y precisión, no es menos intransigente y exclusivista que la verdadera ortodoxia.
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Tres son las columnas, los dogmas, sobre los que se asienta la neoortodoxia: el relativismo, el evolucionismo y el naturalismo.
Relativismo
Niega la existencia de principios generales universales, lleva al subjetivismo cuando no al confusionismo y es la puerta de entrada de todas las aberraciones, pues si todo es opinable, variable y relativo no existen principios seguros en los que basar las actividades humanas.
Evolucionismo
Admite como postulado (no sujeto a discusión) que "todo tiempo futuro será mejor", que la humanidad y la naturaleza progresan ineluctablemente y que todo cambio y transformación es necesariamente beneficioso.
Naturalismo
Niega u olvida el mundo sobrenatural, la vida futura después de la muerte con sus recompensas y castigos y las realidades invisibles, pues si las admitiese encontraría en ellas principios absolutos e invariables contrarios a los dos primeros dogmas.
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Con estos tres dogmas tenemos elementos suficientes para interpretar la praxis neoortodoxa que se desarrolla de un modo análogo en la mayoría de las actividades del hombre moderno, sean culturales, políticas, jurídicas, administrativas, económicas, morales o religiosas. La experiencia enseña que esta praxis neoortodoxa sigue siempre un determinado esquema en cinco etapas bien definidas.
Primera etapa
Consiste en denigrar el pasado, buscar defectos reales o ficticios en lo existente, señalar injusticias o irregularidades y crear una psicosis de cambio alegando los dogmas del relativismo y del evolucionismo e invocando derechos a una vida más cómoda y placentera en este mundo, de acuerdo con el tercer dogma.
Segunda etapa
Se esfuerza en convencer de la necesidad de organizar algo más perfeccionado y sobre todo diferente a lo que existía y que para esto esto es indispensable un estudio "exhaustivo" del estado actual de la cuestión. Estudio que debe ser rápido, cuantitativo y utilizar encuestas y computadoras y una terminología nueva que supla con vocablos esotéricos la pobreza de sus conceptos.
Tercera etapa
Es la de la planificación. Admite ésta como evidente que los encargados de ella son de una inteligencia superior a la de todos sus antecesores y el proyecto ideal que elaboran es infinitamente superior a lo que existe en la actualidad, ya que tiene en cuenta el estudio exhaustivo cuantitativo mecanizado de la etapa anterior y se esfuerza en contentar al mayor número de los interesados.
Cuarta etapa
Es la de la destrucción, pues para desarrollar el proyectado plan de la tercera etapa es necesario eliminar las instituciones y estructuras anteriores. No faltan colaboradores en esta etapa, ya que muchos esperan que cuanto mayor sea su celo en la demolición tanto mayores serán sus méritos en las nuevas estructuras.
Quinta etapa
Cuando llega (pues en el transcurso de las cuatro etapas anteriores pueden ocurrir cambios que obligan a un nuevo replanteamiento de los planes) se trata de realizar el plan previsto. Pero como la realidad tiene sus leyes complejas, muchas de las cuales han escapado a la máquina computadora y no han sido tenidas en cuenta en las encuestas, se llega, es verdad, a algo diferente de lo que existía al principio del proceso pero que se aleja a menudo del plan previsto y que, en el mejor de los casos, no tiene todos los defectos de la situación anterior, sino otros diferentes. Estos nuevos defectos obligarán a un nuevo replanteamiento en manos de nuevos planificadores, todavía más inteligentes que los anteriores, que empezarán de nuevo el ciclo con sus cinco etapas.
Claro es que en este nuevo ciclo, la cuarta etapa, o sea la de la destrucción, será mucho más fácil por la fragilidad e inconsistencia de las nuevas estructuras creadas en el primer ciclo.
Finalmente llegamos al paraíso de la neoortodoxia, todo es fluido variable y relativo, siempre en espera de un futuro maravilloso que nunca llega. Pero en este juego incesante se habrá logrado una finalidad muy importante y es el olvido y desprecio de las realidades sobrenaturales que son las únicas que pueden dar un sentido a la vida y una estabilidad y seguridad al orden natural.
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Cuando estos ciclos sucesivos afectan a las instituciones seculares o a la organización económica o política, pueden producir algunas veces resultados parciales positivos y lejos de nosotros el condenar de un plumazo la afición desarrollista de nuestros contemporáneos, pues cada caso particular necesitaría un análisis detallado. Cuando todo este proceso resulta más grave es si se utiliza en lo que constituye la base y la razón de nuestra civilización en general y de nuestros países hispánicos en particular: la religión católica. Lo que parecía más estable y definitivo, lo que era base y fundamento de nuestra vida espiritual y por consecuencia de nuestro comportamiento, se tambalea y arrastra en su caída todo lo demás.
Encontramos desgraciadamente estas cinco etapas del ciclo neoortodoxo en el interior mismo de la Iglesia, fomentadas por miembros del clero y hasta por altos jerarcas que actúan de un modo solo comparable con un médico que desarrollase la guerra bacteriológica contra sus mismos compatriotas con el pretexto que el concepto de enfermedad es un concepto relativo. La disciplina, el derecho canónico, la música, el arte, los seminarios, la liturgia y hasta el dogma, todo se encuentra ahora sujeto a una (o varias) de las cinco etapas del ciclo diabólico. Todo está en proceso de crítica, de estudio cuantitativo, de planificación imprudente, de destrucción sacrílega o de estructuración improvisada.
Este ciclo diabólico, apoyado por las más altas jerarquías produce y acelera la "autodemolición" de la Iglesia y con una ceguera incomprensible, o con manifiesto deseo de destrucción, muchos creen que estas cinco etapas del ciclo deben acentuarse.
La recibimos de nuestros antepasados |
Sólo por este camino se podrá llegar a un verdadero progreso, pues la Verdad Religiosa no la obtenemos por nuestras propias fuerzas, sino que la recibimos de nuestros antepasados en la fe y la transmitimos a nuestros sucesores, sin cambio ni alteración, y si somos fieles todo lo demás se nos dará por añadidura.
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Artículo aparecido en el nº 18 de la revista "Roma", de marzo-abril de 1978.
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