Hoy, Jesús, tus hermanos te vemos bajar a nuestro río, al de los pecadores, y en el misterio de tu bautismo adivinamos el significado profundo que tiene el misterio de tu nacimiento, pues fue naciendo como te hiciste uno de nosotros, uno de los que necesitábamos ser bautizados; y fue naciendo como dispusiste y presentaste un cuerpo, en el que los pecadores habíamos de ser ungidos por el Espíritu que vino sobre ti y se quedó en ti.
Hoy, Jesús, te vemos que subes bautizado de nuestro río, y nos vemos que subimos contigo, pues tú, habiendo querido ser por el nacimiento uno de nosotros, has querido que, por la fe, cada uno de nosotros fuese miembro de tu cuerpo: que cada uno pudiese hacerse tuyo, como tú te hiciste nuestro.
Y no sabe el corazón qué ha de guardar con más secreto y amor, si el misterio de verte bajar con nosotros a nuestro río, o el de vernos subir contigo a la casa de tu santidad; si el de verte bautizado en un bautismo general de pecadores, o el de vernos reconocidos, en el Hijo único, hijos de Dios, amados, predilectos.
Y tal será hoy, Señor, nuestra comunión contigo en la Eucaristía, misterio inefable de quien, comulgado, sigue bajando a nuestro río de pecado; misterio de quienes, comulgando, somos unidos a quien es el cielo de los bienaventurados.
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