domingo, 1 de enero de 2012

El ultraconservadurismo, esa enfermedad del espíritu

El ultraconservadurismo, esa enfermedad del espíritu:


Una de las alegrías que me deparó el nuevo año, fue comprobar lo mal considerado que estoy en círculos ultraconservadores de tipo lefevrista. Ya hace años llegué a saber que mi SuNegritamma Daemoniaca estaba prohibida entre ellos, por haber recibido una mala censura. Según leí, en mi libro se observaba una visión muy optimista de la salvación. Lo tomé como un elogio.


Mis consideraciones favorables acerca de la reforma litúrgica del Vaticano II, acabaron por hundir mi nombre entre ellos hasta los abismos. Con más saña, porque siempre decían: no se fien, lleva sotana, parece tradicional, pero no, no se fien.


Y es que el ultraconservadurismo cismático ha caído en una serie de variantes a cada cual más aberrante. Los lefevrianos son los más moderados dentro de ese desfile de la sinrazón. Un desfile de sedevacantistas, revelaciones marianas, extravagancias melgibsonianas y mensajes a través de posesos.


El ultratradicionalismo recuerda totalmente a la escuela farisaica. Así como los teólogos ultraliberales recuerdan a los saduceos. Queridos, mal está caer en las manos de Boff, pero recordad que al huir no os podéis refugiar bajo la sotana de Lefevre.


Sabéis lo que me gusta un gran pontifical. Pero los roquetes no lo son todo. El pobre cura postconciliar que de un modo relajado alaba al Señor y congrega la comunidad de creyentes en el Señor con toda sencillez, no tiene nada de lo que arrepentirse. El envaramiento, la rigidez, la exigencia de lo minúsculo, resultan agobiantes cuando conforman una mente que ya todo lo ve así. Cuando la riqueza y variedad de la fe (y sus manifestaciones) se observan bajo ese estrecho canuto, hasta la misma Biblia comienza a parecer terriblemente liberal con sus profetas poniendo el espíritu por encima de la letra.


Qué duda cabe que Boff parece demasiado humano y Lefevre demasiado inhumano. Os deseo a todos el triunfo del sentido común. Del mismo modo que no es oro todo lo que reluce. Tampoco es ortodoxia todo lo que se oculta tras el roquete. La ortodoxia la marca la Iglesia, no Econe. Vamos, y tampoco Boff, pero al menos él tiene pintas de profeta.

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