Una aproximación a la mentalidad dominante. La Izquierda como nuevo moralismo
por José Luis Sáiz Calabria
I.- Introducción
Un recorrido por sus antecedentes, su configuración e incidencia en la batalla cultural de nuestro tiempo, y sus efectos en la política.
En una democracia normal lo habitual y lo exigible es revisar las promesas políticas de los gobernantes, el cumplimiento de los proyectos políticos propuestos, la salud moral de la sociedad en la que operan, y, en suma, el estado al que han conducido a la nación.
De acuerdo con esa convención, podemos decir que el balance que presentan estos cuatro años largos de José Luis Rodríguez Zapatero es, no ya adverso, si no desolador. Finalmente la economía como gran baza positiva se desmorona, y muestra sus grandes carencias, su falta de fundamentos sólidos. Más que incertidumbre, consustancial a su dinámica, se percibe ya la crudeza de una crisis honda y preocupante, con el paro creciendo y negros presagios en el horizonte. La riqueza producida ha beneficiado sólo a unos pocos, la mayoría de los estudios atestigua que desciende la participación del trabajo en la renta nacional. Ha aumentado el PIB y se ha estancado el PIB per cápita.
Pero el balance moral es, si cabe, aún peor. Han crecido las víctimas por crímenes de género a pesar de la profusión de campañas y normativas, aumentado exponencialmente los divorcios con una legislación que ha convertido al matrimonio en el contrato más precario que pueda imaginarse, se ha tolerado culpablemente el aborto ilegal, deteriorada sin remedio la enseñanza en todos los niveles, está a la vista una próxima legalización de la eutanasia y no parece haber freno a la expansión del alcoholismo juvenil. Todo esto, y bastante más, sitúan a España en la cola mundial de los niveles perceptibles de ética pública.
Sin embargo, todo ello, con ser cierto, no cubre ni mucho menos la totalidad de factores que están en juego en la preocupante realidad española de los últimos años. Creer que nuestra aciaga condición obedece al desventurado avatar de un mal gobierno, que es básicamente lo que piensa el PP y una gran parte de la derecha social, es una gran ingenuidad, cuando no una simpleza, que en algunos no puede ser inocente.
Una cuestión que surge reiteradamente cuando se analizan estos últimos años del gobierno socialista concierne a la naturaleza del proyecto que se ha movilizado por parte de Zapatero. Creo que las caricaturas del personaje, y la insistencia en su escasa talla intelectual o política, nos hacen un flaco favor a la hora del análisis. Por supuesto que su cursilería, su mendacidad, o su habilidad manipuladora sacan de quicio a una buena parte del país, pero hemos de reconocer que para otra parte no pequeña de nuestra sociedad el personaje es simpático y a un nivel elemental es capaz de tocar fibras muy eficaces en la conciencia social. ¿Por qué?
Creo que lo esencial del Proyecto político de Zapatero es su naturaleza pedagógica y terapéutica, con una gran carga de ideología y pretensiones moralizantes y es precisamente este hecho el que puede explicar muchos de los acontecimientos que estamos contemplando. Así, pudiera parecer un contrasentido, desde un enfoque convencional de la política, que nuestro Presidente no se esmere a la hora de presentar propuestas o programas concretos de actuación. Todo tiene la apariencia de una improvisación permanente a la búsqueda de impactos potentes pero efímeros. Lo grave del asunto es que pueda permitírselo porque domina un marco de referencia moral que opera sobre la sociedad, por cuanto contiene el canon moral e ideológico de las convenciones que se identifican con los valores de la democracia y del pluralismo. Nadie que no quiera parecer un inadaptado social puede, no ya contradecir, ni siquiera eludir, ese canon de la corrección política.
Este es el núcleo del planteamiento que propongo para realizar una aproximación al verdadero proyecto Z, y en general de la izquierda en la actualidad, y para ello nos vemos obligados a realizar el esfuerzo de un recorrido intelectual por la historia de los antecedentes filosóficos e ideológicos de la izquierda, en el marco de la cultura occidental, al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
II.- Un esquema de la evolución de la izquierda desde el final de la Segunda Guerra Mundial
1. El Comunismo de posguerra
La Recreación de un mito y la imposibilidad de la revolución.
Nuestro recorrido arranca en 1.945. Una Europa devastada, en la que habían muerto más de 30 millones de personas en la Segunda Guerra Mundial, es el escenario en el que los partidos comunistas occidentales van a adquirir un destacado protagonismo político explotando una situación favorable en la que aparecían como la fuerza más sacrificada y tenaz en la terrible y finalmente victoriosa lucha contra el nazismo. Al fondo estaban, sin duda, los más de 20 millones de muertos soviéticos de la contienda, pero también la necesidad, agravada por los estragos bélicos, de reconstruir las sociedades europeas de forma que fuese posible eliminar la pobreza por medio de profundos cambios sociales y de la redistribución de la riqueza.
Desde esta perspectiva los partidos comunistas occidentales de Francia y de Italia, señaladamente, van a lograr una presencia social y política que perdurará hasta los años 70 del siglo XX, como fuerza hegemónica de la izquierda, aportando a la clase trabajadora una identidad ideológica, una solidaridad social y una representación política de superior envergadura y alcance que en los años de preguerra. Dentro de esa identidad comunista, qué duda cabe, un elemento significativo era la admiración incondicional a la gran patria soviética como el paraíso de los trabajadores en construcción.
Interesa destacar en este relato la conexión que se va producir entre este comunismo de posguerra y un grupo de intelectuales y celebridades artísticas que, en muchos casos, sin mantener vínculos formales de militancia con el partido, son los que van a recrear el mito político y elaborar los materiales ideológicos, filosóficos y culturales que van a operar posteriormente en el proceso de evolución de la izquierda hasta nuestros días.
Estos intelectuales participaron activamente en la recreación del historial, sin duda ambiguo, de los comunistas en la lucha contra el fascismo.
Recreación que finalmente configuró una imagen triunfal de coherencia, valentía y sacrificio. A ello se une la defensa de las posiciones soviéticas con total desprecio a los datos de una realidad que ya empezaba a conocerse a través de los testimonios de muchos “resistentes” que conocieron la URSS y daban cuenta de los gulags y los crímenes soviéticos. Cuando en 1.947 se publica en Francia la biografía del oficial soviético Víctor Kravchenko, “Yo escogí la libertad”, un relato estremecedor sobre la crueldad y el terror estalinista, estos intelectuales agitan una brutal campaña de boicot para evitar su difusión en la que abundan las acusaciones de “colaboracionismo”, “propaganda fascista” o “retaguardia nazi”.
Tergiversaban o inventaban los hechos para que se ajustasen a una necesidad existencial. Así Jean Paul Sartre y Simonne de Beauvoir vivieron su renovada resistencia recreando los rituales comunistas y aplicando el epíteto de “colaboracionista” a sus enemigos personales. Su nula combatividad frente al nazismo ha tenido menos importancia que la “historia” que reescribieron y el prestigio que les confería. En realidad, las cuestiones que les impulsaron a integrarse en la órbita comunista coincidían en escasa medida con las de la clase trabajadora. Para ellos el comunismo ofrecía la promesa de una sociedad profundamente secularizada en la que la odiada Iglesia Católica quedaría apartada de la opinión pública y se eliminaría la superstición religiosa.
En el plano teórico, un precedente importante para esta corriente de intelectuales se encuentra en los “Manuscritos económicos y filosóficos” de Marx (1.844), en los que abundan los comentarios acerca de la alienación del hombre, de su esencia humana e individual, en una economía capitalista. De esta forma para los marxistas franceses “no científicos”, podía existir una tradición marxista que no fuera verdaderamente materialista en su enfoque de la naturaleza humana, pero que incorporara una perspectiva humanista oponiéndose, a su vez, a la alienación capitalista.
Es decir, nos encontramos con una reconstrucción de Marx en clave humanista, en la que lo que se destaca es el concepto de “alienación espiritual”, derivada de la vida en un mundo que no satisface las necesidades existenciales. La economía sería así la parte más visible que representa a una sociedad “irracional”, que no se corresponde con la conciencia humana en aquello que debería haber sido el punto más elevado de la condición histórica del hombre. Estos intelectuales son marxistas selectivos o “sui generis”, se dice por ejemplo que Sartre nunca leyó a Marx. Posteriormente en los años 60 Louis Althusser arremete contra este marxismo humanista, ideológico, carente a su entender de rigor científico y alejado de una auténtica concepción materialista de la historia.
Sin duda, sólo en un sentido muy amplio puede afirmarse que estos intelectuales fueran marxistas, pero lo cierto es que durante mucho tiempo se alinearon claramente con el bloque comunista y actuaron de hecho como arietes intelectuales de la izquierda y como disolventes de la cultura burguesa, configurándose como auténticos referentes de la cultura de izquierdas.
Superando los debates ideológicos, si nos situamos en la dura realidad, los comunistas europeos occidentales de los años sesenta tenían que explicar por qué las economías y los regímenes capitalistas, los estados de bienestar europeo, no sucumbían a las contradicciones internas. ¿Por qué las clases trabajadoras no se mostraban lo suficientemente humilladas por las disparidades sociales, y no promovían por la fuerza un cambio en esta situación? ¿Y por qué en la mayoría de la población no existía la percepción de que sus condiciones materiales se estaban deteriorando y de que irían a peor si no se producía una revolución socialista?
Las razones de esta deficiencia de la conciencia revolucionaria son de sobra conocidas. Hasta que se produce la crisis del petróleo de 1.973 el PIB de Francia se incrementa anualmente en al menos un 5% y sucede algo parecido en Alemania e Italia. Las diferencias salariales se reducen, aumenta el sector público y se crean las bases de la sociedad del bienestar.
Todo ello significa que las contradicciones sociales internas, que supuestamente iban a traer la revolución, se hacían cada vez menos evidentes. Además era difícil presentar a los modernos estados de bienestar europeos, con amplios sectores públicos e industrias nacionalizadas como los modelos de libre mercado que los marxistas pudieron llegar a describir como de capitalismo puro.
Pero el marxismo en sus múltiples variantes ha demostrado a lo largo de la historia una enorme fecundidad para encontrar nuevas reinterpretaciones, fervorosamente seguidas por sus elites y militantes, pese a los retos tozudos de la realidad. Le bastó con recuperar y actualizar el concepto de “imperialismo” como fase final del capitalismo que ya Lenin había desarrollado antes de la Primera Guerra Mundial. Se planteó pues, un nuevo objetivo: la cruzada contra el imperialismo, en la que confluyen el antiamericanismo, con la oposición al alineamiento de Europa del lado americano en la Guerra Fría, y la lucha contra la explotación capitalista del tercer mundo, con la emergencia de nuevos caudillos populares como Fidel Castro o el “Che” Guevara, convertidos en iconos revolucionarios.
Con ello, no lo olvidemos, se desviaba la atención de la tremenda represión de los países comunistas.
2. El Neomarxismo
Ciertamente, ante los datos que ofrecía la realidad europeo-occidental y la propia evolución de los países comunistas, se había tornado difícil defender un marxismo-leninismo ortodoxo, o al menos una versión creíble del materialismo economicista. El nuevo enfoque antiimperialista podría ser un buen recurso, pero plantear, a mediados de los años 60, que Francia, Italia o Alemania occidental, se encaminaban hacía una Revolución obrera a causa de la miseria de las masas, suponía un desafío intelectual insuperable a la credibilidad.
En un plano teórico, el proyecto socialista ya había sufrido un duro revés en la década de los años 30 cuando el economista austriaco Von Mises explicó que un sistema de mercado donde los precios pueden servir de indicadores de la demanda funciona de manera más eficiente que otros sistemas, resultando un tipo de economía óptimo para la satisfacción de necesidades agregadas.
Este contexto, con el desafío que planteaba a los marxistas, explica en gran medida la nueva dirección que emprende el neomarxismo, como forma de pensamiento que se nutre de Marx de una forma crecientemente selectiva.
Los neomarxistas, que se identifican como “marxistas cualificados” no aceptan la totalidad de las teorías históricas de Marx, si no que mantenían la oposición entre el socialismo y el capitalismo como una postura moral.
Debilitadas las bases económicas de la teoría marxista, los socialistas iban a construir su edificio conceptual sobre la noción de “alienación” de Marx, tomada de sus escritos más precoces. Iban a destacar las pretendidas o verdaderas desigualdades en los sistemas de mercado para probar que los socialistas jerarquizaban las bases humanísticas. Su proceso de argumentación, por lo tanto, podía prescindir de un estricto análisis materialista y centrarse así en la religión, la moral y la estética.
Uno de los conceptos fundamentales de las diversas corrientes neomarxistas, como luego veremos, es la identificación del socialismo con el estadio más avanzado de la conciencia humana, bien que para que ello sea posible resulta necesario un cambio revolucionario, no tanto en las estructuras económicas como en la mentalidad social, aunque este concepto puede tener enfoques diversos. Con lo que, paradójicamente se viene a invertir el clásico esquema marxista, al afirmar el predominio de lo superestructural (pensamiento, religión, conciencia, arte) sobre las condiciones materiales y los medios de producción.
En este recorrido es necesario recordar la figura de Antonio Gramsci, y su “filosofía de la praxis”, que según escribe en sus “Cuadernos de la cárcel”, es la coronación de todo el movimiento intelectual y moral que arranca del Renacimiento que realizaría el nexo definitivo entre la Reforma protestante y la Revolución francesa. La tarea del comunismo para Gramsci es llevar al pueblo el secularismo integral, rebasando la limitación de las élites intelectuales, y disolviendo el arraigo social y la importancia que en la creación de lo que él denominaba “sentido común” tenía aún el catolicismo. Al fin y al cabo para él, nadie ha mostrado mayor eficacia que la Iglesia Católica para crear un sentido común amalgamando en su seno tanto al pueblo analfabeto como a una élite intelectual propia. No olvidemos que Gramsci escribe en los años 30, pero que su obra es recuperada en los 60.
Para hacerse con la “sociedad civil”, otro concepto gramsciano, esa amalgama de ideas, creencias, actitudes, aspiraciones, que configuran el pensamiento hegemónico, o de situarse ante la vida una sociedad, ha de conquistarse la cultura para el marxismo, ha de organizarse la cultura por medio de la captación de sus agentes, los intelectuales.
En el marxismo originario el final de la religión es el resultado del advenimiento de la sociedad sin clases. En el gramscismo, en cambio, la extinción de la religión es más bien la condición de la revolución. La destrucción de la religión no debe buscarse por medio de una propaganda atea directa, sino a través de una pedagogía historicista que convenza a los jóvenes de que la metafísica pertenece a un pasado irrevocablemente transcurrido. En el plano social, este ateísmo actúa mediante una simple eliminación del hecho del problema de Dios, realizada, según las palabras del propio Gramsci, por una “completa laicización de toda la vida y de todas las relaciones y costumbres”, esto es, a través de una absoluta secularización de la vida social, que permitirá a la “praxis” comunista extirpar en profundidad las raíces sociales de la religión (1)
3. La Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse)
En 1.923, en la Universidad de Frankfurt, se funda el Instituto de Estudios Sociales, que desde 1.931 es dirigido por Max Horkheimer, y en la que van a colaborar Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Erich Fromm y Walter Benjamín, entre los más destacados, todos ellos procedentes de la mediana y gran burguesía judía alemana. En 1.933 con la subida de Hitler al poder el Instituto queda disuelto y sus miembros toman el camino del exilio, para recalar finalmente en Estados Unidos desde 1.936, en la Universidad de Columbia. Su influencia alcanza su apogeo en la Alemania de postguerra, donde las corrientes de pensamiento han de definirse en relación con ella. Representa la forma de neomarxismo con una elaboración más sistemática.
La tarea que sus miembros se habían auto asignado era la de modular una teoría marxista de la conciencia que combinara la psicología profunda con una crítica radical de la racionalidad. Para Marx la única causa de la alienación era la explotación económica y social, pero la escuela de Frankfurt va más lejos. Negando que una sociedad totalitaria sea necesariamente dictatorial, pretende demostrar que la sociedad liberal segrega una forma más sutil de alienación. La crítica de la alienación se extiende así a todos los sectores antropológicos con la esperanza de alumbrar una teoría más satisfactoria del movimiento histórico.
Desde esta clave de análisis, su visión de la organización capitalista enfatizaba que ésta representaba una fuente creciente de angustia para el individuo. Con independencia de la pretensión liberadora del individuo, sostienen que persisten en su conciencia las cicatrices fruto de la lógica capitalista, porque al quedar los recursos estéticos e intelectuales constreñidos por una situación inhumana, la única consecuencia es una profunda y creciente alienación y la proliferación de las patologías mentales. En sus manifestaciones más extremas llegarán a una crítica radical, sosteniendo el “carácter necesariamente represivo y alienante de toda institución”, y por ende que ”toda sociedad es necesariamente represora”, o que el propio proletariado ya no es una clase privilegiada pues está alienado por la creencia en que los problemas sociales serán resueltos por la superabundancia de bienes.
Una de sus elaboraciones más importantes y significativas es la de los estudios sobre la autoridad y la familia, que representa un intento sistemático pero sectario de identificar las raíces psicológicas de la mentalidad autoritaria y pro-fascista. Esta búsqueda tenía una finalidad terapéutica, ya que se trataba de aislar el prejuicio, las actitudes y las personalidades peligrosas que explicarían la génesis de los fascismos. Esto representó una verdadera obsesión enfermiza para estos intelectuales, cuyo origen se encuentra en la creencia de que existe un desorden emocional inherente al capitalismo tardío, a pesar de la extensión del bienestar y de su intento de gestionar las crisis económicas asegurando un mínimo nivel de vida de forma generalizada.
Como decimos estas investigaciones no tenían una pretensión exclusivamente académica, dado que instan de forma enérgica a los políticos y a los funcionarios estatales a encarar y aplicar las medidas correctoras necesarias para extirpar socialmente las formas latentes del antisemitismo, el fascismo, las “actitudes seudo democráticas”, las “aberraciones” de la derecha o los prejuicios raciales, lo cual está en la base de la ingeniería social de la izquierda y de su pretensión de configurar personalidades sanas y “no prejuiciosas”.
Sin duda, es discutible que estas posiciones puedan considerase marxistas, aunque sus adeptos se consideraron a sí mismos como discípulos revolucionarios de Marx. En este sentido siempre mantuvieron un vínculo con elementos materialistas y destacaron los factores socioeconómicos subyacentes a las conductas neuróticas. Por ejemplo, Horkheimer afirmaba que la crisis familiar se ha producido a causa de los efectos destructivos del capitalismo tardío. A su entender, en esta fase histórica, las mujeres quedaban despojadas de las parcelas de libertad que disfrutaron en la casa durante el auge de la sociedad burguesa liberal, para quedar sometidas simultáneamente al dominio masculino, al del aparato productivo y al del Estado opresor. Educaron a sus hijos de un modo sadomasoquista y la absorción de este modelo de conducta reforzó el papel represivo del Estado. En suma, la falta de alternativas humanas socialistas a tal desorden trajo como resultado que la familia pasara a ser un caldo de cultivo de trastornos psíquicos.
Herbert Marcuse, sin duda el autor más vulgar y popularizado de esta corriente, en su mezcolanza de Marx y Freud, propone una nueva revolución que, después de socializar los medios de producción, avanzase hacia la completa liberación sexual para permitir una liberación auténtica de la existencia. Los tópicos freudianos son así socializados, hacía una utopía en la que desaparece la represión y nace la mayor creatividad. Una liberación estética y sexual, ligada a una transformación del cuerpo que “debe convertirse en instrumento de placer, en lugar de ser un instrumento de trabajo alienado”.
Un aspecto muy destacado de esta corriente ideológica es el concepto de “antifascismo”, por cuanto es la destilación final de su búsqueda del antídoto moral y cultural a la raíz del mal, tal como indicábamos anteriormente. Estos intelectuales, y particularmente Adorno, se caracterizaron por un anti-anticomunismo que llevó aparejada una indiferencia generalizada hacia las embestidas comunistas a la libertad personal y social, que ya eran clamorosas a mediados de los sesenta. La razón de esta actitud es evidente, dentro del esquema mental descrito, ya que para ellos las actitudes anticomunistas eran la prueba palpable de los residuos fascistas existentes en quienes las manifestaban.
Multiplicando las acusaciones de “fascismo potencial”, Adorno ataca prácticamente a toda institución: toda jerarquía está basada sobre la arrogancia y sobre la sumisión, la familia es “una fábrica de ideología reaccionaria”, el padre, “un ser superior con el cual el niño está obligado a identificarse de un modo masoquista”. Erich Fromm, que ya había señalado “el vínculo destructivo entre el cristianismo y la personalidad autoritaria”, denuncia igualmente el patriarcado mientras ensalza “el sentido de la libertad y de la igualdad presentes en la estructura matriarcal”.
Los teóricos de la Escuela de Frankfurt elaboraron una definición de “fascismo” que retóricamente podría aplicarse a cualquier cosa que se considere como retrograda o insensible. Probablemente este no ha sido su único logro conceptual, pero, como veremos, ha sido el más significativo desde el punto de vista histórico.
Estos intelectuales han sido calificados de “bolcheviques culturales”, y sin duda, alteraron profundamente el clima de opinión en Europa orientando el centro cultural hacia la izquierda, pero sin afectar al capitalismo ni promover un cambio revolucionario en la propiedad de los medios de producción. Representan la metamorfosis o transposición del materialismo revolucionario a un contexto cultural radical, en el que lo que queda es el resentimiento y el odio a la sociedad burguesa considerada como sinónimo de fascista, con el añadido de un elemento inquietante que habrá de tener consecuencias ulteriores en los planteamientos de la izquierda: el componente pedagógico o reeducativo, recordemos lo dicho acerca del prejuicio y la mentalidad autoritaria, que opera como uno de los motores fundamentales de la ingeniería social de la izquierda actual.
Como se ha dicho con acierto, “la razón dialéctica propuesta por la escuela de Frankfurt es una razón que no cesa de negar. Busca lo contrario, después lo contrario de lo contrario, y al final lo contrario de todo: segrega el eterno no. En este sistema, la conciencia misma, deviene negación, negación de todas las mediaciones que se interponen entre el individuo y lo total. Un pensamiento tal, que únicamente pretende la disección critica de lo real por un incesante zumbido, no puede jamás construir. Pero posee un inmenso poder de subversión” (2).
En definitiva, los teóricos frankfurtianos, desde la cima de los elegidos con sus retorcidos análisis, siempre cautos ante todo tipo de acción, proporcionaron los temas y los instrumentos de la izquierda postmarxista.
Su obra apuntaba ya hacía una izquierda lejos del proletariado, una izquierda que pudiera reunir a sectores con estilos de vida no tradicionales.
4. La izquierda posmarxista
En los años 80 están ya sentadas las bases para el ascenso de la izquierda posmarxista. Se ha producido un cambio social, económico y demográfico de gran envergadura. Los países occidentales se orientaban hacía economías de servicios y cambian los perfiles ocupacionales y sociológicos de la antaño considerada clase obrera. Los trabajadores ya no se identifican como clase con la misma fuerza que lo habían hecho antes ya que sus modos de vida y sus entornos sociales se encontraban en vías de extinción.
Los amplios distritos electorales que habían votado por los partidos comunistas se van reduciendo rápidamente, y, aún más, el voto se desplaza hacia la derecha nacionalista en un proceso de creciente descontento con la inmigración, considerada como responsable del aumento de la inseguridad, la violencia y de la reducción de los salarios.
Todo ello se vio acelerado por la caída de la Unión Soviética y de los regímenes comunistas del Este europeo en 1.989, aunque la afiliación a los partidos comunistas ya había mermado significativamente en los inicios de la década. Finalmente las transformaciones económicas y demográficas habían determinado que las confrontaciones sociales en las que se basaba el comunismo fuesen un hecho del pasado.
En este duro contexto se va a producir un cambio muy importante en la hegemonía de la izquierda con el declive, parece que definitivo de los partidos comunistas. Los socialistas se adaptaron mejor al cambio de escenario y entendieron claramente que su futuro político estaba ligado a una clase profesional en ascenso que había dejado de lado los valores cristiano- burgueses, y por otro lado, a la creciente población inmigrante.
Por otra parte, quizás en un intento de buscar una continuidad simbólica, los partidos socialistas se han cuidado mucho de no provocar a los comunistas y han procurado identificarse con ciertos elementos de su idiosincrasia. A este respecto resulta reveladora su voluntad de no admitir la magnitud de los errores y crímenes del comunismo, y en ello hay, sin duda, otro factor de continuidad con los frankfurtianos. Su actitud es atribuir las críticas al comunismo a motivos abyectos pues quienes toman conciencia de los crímenes comunistas intentarían desviar la atención de las atrocidades cometidas por la derecha, y especialmente el Holocausto, luego incurrirían en “fascismo”, el gran mal, merecerían la “reeducación”, y su discurso no podría ser planteado en la buena sociedad.
Esta “nueva” izquierda se modula en una lucha constante contra el “fascismo” y en la promoción permanente de la agitación cultural desde las grandes plataformas mediáticas y culturales de lo políticamente correcto, en las que se elaboran las agendas culturales y se ensalzan o se proscriben los libros, los autores y los temas de interés, y que finalmente van introduciéndose, en un proceso incontenible y devastador, en los grandes medios y en las expresiones de la cultura popular, la televisión, la música, la literatura o el cine.
Así, por ejemplo, desde finales de los años setenta en Francia, y antes en los USA, se ha librado una batalla por la aceptación legal y social de los estilos de vida homosexuales e incluso de la pederastia. En junio de 1.999 el diario francés Liberation presentaba la guerra contra la homofobia como un punto esencial de la lucha de la izquierda contra el fascismo: “La homofobia, heredera de la mala bestia nacida del racismo, requiere una permanente actitud vigilante por nuestra parte”, y continuos esfuerzos, “no solamente en la batalla por la ampliación de derechos, sino también en el ámbito de las emociones humanas”. Hay que entender que se pretendería incidir precisamente en dichas emociones, para lo cual no hay mejor recurso, en el mundo actual, que esos medios de la cultura “pop”.
Quizás la última manifestación de este proceso que estamos recorriendo sea la llamada “ideología de género”, en la que viene a confluir el feminismo radical, otro de los temas de la agenda progresista, con el marxismo. Ya Engels sentó las bases de la unión entre marxismo y feminismo en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, escrito en 1.884, en el que afirma: “El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino”.
Citábamos antes a Marcuse, y su utopía sexual, pero recordemos también a otra vieja conocida, Simonne de Beauvoir que anunció ya en 1.949 su conocido aforismo: “¡No naces mujer, te hacen mujer!”, más tarde completado por la lógica conclusión. “¡No se nace varón, te hacen varón!”.
La ideología de género es un feminismo radical surgido hacia fines de los 60, que rompe con el anterior movimiento feminista de paridad (que creía en la igualdad legal y moral de los sexos), para exigir el derecho a determinar la propia identidad sexual, y así llegar a una sociedad sin clases de sexo. Tuvo una fuerte presencia en la polémica Cumbre de Pekín, la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995.
Las feministas de género denuncian la urgencia de deconstruir los roles socialmente construidos del hombre y de la mujer, porque esta socialización –dicen– afecta a la mujer negativa e injustamente. Una de sus teóricas, Judith Butler, afirma: “Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras. En consecuencia, varón y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino.” La heterosexualidad no significaría más que uno de los casos posibles de práctica sexual. Ni siquiera sería preferible para la procreación, y en último extremo las técnicas actuales hacen posible la completa disociación entre sexualidad y procreación, maternidad/paternidad y filiación. Y como la identidad genérica podría adaptarse indefinidamente a nuevos y diferentes propósitos, correspondería a cada individuo elegir libremente el tipo de género al que le gustaría pertenecer, en las diversas situaciones y etapas de su vida.
Ni que decir tiene que el objetivo de esa desconstrucción es la familia y el matrimonio, y lo corroboramos con esta cita que se comenta por si sola de la feminista Shulamith Firestone, en su libro “La dialéctica del sexo”: “El colapso de la revolución comunista en Rusia se debió al fracaso en destruir la familia, que es la verdadera causa de la opresión sicológica, económica y política. `Mamá´ es una institución sin la cual el sistema se destruiría. Entonces ´Mamá´ debe ser destruida para ser sustituida por una feminista socialista que acabaría con la explotación capitalista”.
Hay, por último, un elemento novedoso y que merece ser cuando menos anotado, en esta nueva izquierda, y se refiere a su posición respecto a los Estados Unidos, por cuanto son identificables muchas afinidades con los ideales americanos e incluso con el capitalismo. El viejo antiamericanismo de los 60 se ha difuminado y en Francia, por ejemplo, hay un sentimiento proamericano muy fuerte entre amplios sectores de intelectuales de la izquierda, que aplican de forma rutinaria el rotulo de “extremismo de derecha” a toda crítica al imperialismo americano. Es significativo que Estados Unidos reciba alabanzas por haber destruido la vieja Europa por medio de la exportación de un nuevo modelo económico y social.
Finalmente el ejemplo americano ha contribuido a la tarea de la integración europea como proceso diseñado para construir un continente pluralista, secular y socialdemócrata. Perdido todo interés en las redistribuciones económicas y en la nacionalización de la producción se percibe como necesario un compromiso con el capitalismo y con la globalización económica con sus posibilidades ilimitadas, lo cual no es incompatible, ni mucho menos, con la agenda ideológica y cultural de esta nueva izquierda.
5. Resumen: los factores decisivos y una nota final
Por tanto, después de este recorrido podemos entender la transformación producida en el seno de la izquierda desde la crisis del comunismo, a través de cuatro grandes factores o claves:
1. Sustitución del sujeto histórico: del proletariado a la burguesía con mala conciencia.
2. Mutación de sus objetivos: de la justicia social y la redistribución material a los nuevos estilos de vida “liberada”, y en el límite a la desconstrucción de la naturaleza humana a través de sus instituciones básicas.
3. Metamorfosis de su instrumento intelectual: de la ideología científica, en su versión de materialismo histórico o de economicismo cientifista, a un Nuevo Moralismo.
4. Modificación de su desideratum o aspiración última: del Comunismo en su forma de revolución proletaria y finalidad distributiva, al cambio cultural y finalmente antropológico.
Llegados a este punto no me resisto a transcribir unas palabras esclarecedoras del filósofo italiano Augusto del Noce, escritas en el ya lejano y evocador 1.989, y que a mi modo de ver aportan un matiz interesante al tema de nuestro análisis. La trayectoria de esta mentalidad sirve de fondo interpretativo del desarrollo reciente de la sociedad occidental y la explosión de la Contestación en 1.968 es un momento significativo para comprender tal desarrollo. Augusto del Noce la calificó como la última revolución burguesa, en tanto que marca el paso desde el viejo estadio burgués a una nueva etapa. En ese proceso, nos dice el filósofo italiano, “el marxismo ha encarnado la cultura del paso desde la sociedad cristiano-burguesa, a la sociedad burguesa pura. Incluso se podría decir que ha encarnado la transición hacia lo peor, en el sentido de que gracias a él la sociedad burguesa ha perdido todo el sentido moral y religioso que le quedaba, liberándose de todas las ¨escorias¨ que todavía la unían a la sociedad tradicional, y presentándose así como materialismo y laicismo acabados. Occidente ha realizado todo lo que prometía el marxismo, salvo la esperanza mesiánica” (3)
Sin duda, es un enfoque abierto a reflexiones interesantes.
III.- La izquierda postmarxista como una forma de religión política
En primer lugar, cabe preguntarnos por qué hablamos de Religión Política. Hay algunos antecedentes reveladores en el amplio universo del marxismo.
El filósofo marxista alemán Ernst Bloch, coetáneo de la Escuela de Frankfurt y amigo de Adorno, desarrolla los elementos utópicos del marxismo. En una de sus obras, titulada “El Principio de esperanza”, hace el inventario de los mitos mesiánicos que podrían aportar al marxismo su “fundamento teológico”. Apelando a la energía utópica, considera la teoría marxista como un nuevo profetismo. “Es necesario considerar –escribe- el camino del socialismo marchando de la ciencia a la utopía, y no solamente de la utopía a la ciencia”. En su obra “Ateismo en el cristianismo” afirma que “el hombre es el dios del cristianismo”.
Resulta curioso y revelador también que una de las obras de este filósofo esté dedicada al antiluterano Thomas Münzer, el fundador de la secta de los anabaptistas, que ya en el siglo XVI había profetizado el advenimiento de un milenio igualitario y comunista.
De lo que se trata, en definitiva, es de la correspondencia entre el proyecto de esta nueva izquierda como aspiración redentora en el proceso hacía un final de la historia que culmina en un mito de “liberación”, a través de un cambio profundo en la naturaleza del hombre. Veamos algunos de sus elementos.
Hay una persistente nostalgia del comunismo, que transciende su propio fracaso histórico, y que se basa en la creencia arraigada de que “en el centro del comunismo está el amor a la humanidad”, y de que ha representado una valiosa experiencia de aprendizaje humanitario. En el trasfondo, más o menos atenuado, sigue presente como punto de referencia un dios comunista, que acoge a los mártires en la cruzada contra el fascismo.
Hay también, y de manera muy acusada, un dualismo moral simplista, que excluye una comprensión completa de la realidad. Las convicciones previas moldean y condicionan la percepción de la realidad. Así se exagera la malevolencia de los adversarios políticos y una nueva expresión, no menos virulenta de rencor, ha sustituido al viejo rencor igualitario y de clase.
Hay una obsesión retórica con los peligros fascistas, porque el antifascismo actual aporta el criterio esencial que nos permite distinguir el Bien del Mal. Es necesario estar constantemente al acecho para extirpar, antes de que sea tarde, las amenazas. La izquierda poseería una pureza de intenciones que se demuestra continuamente en el combate incesante contra lo impuro. Esta autoconciencia de la pureza moral crea su propia cultura cívica aliada con sectores importantes de la judicatura y de la Administración Pública.
Otro elemento que no podemos dejar de destacar es la peculiar tolerancia que se promueve en el terreno multicultural, por cuanto más que basarse, no ya en valores cristianos como la caridad, ni siquiera en la más convencional cortesía, encuentra su fundamento en un profundo autorrechazo ancestral.
En este punto podemos observar la traducción a la política de un culto de la culpa cultural cuya introspección condiciona gravemente la percepción de la realidad y de la historia. Así las grandes migraciones que estamos viviendo constituyen la gran oportunidad para una reconstrucción de los viejos países europeos y de la que se espera y se desea “un cambio inagotable en las costumbres, una imparable hibridación y una transformación étnica total”. Son palabras de Humberto Eco.
En último extremo, “bienvenido sea el caos”, piensan todos aquellos que como la escritora norteamericana Susan Sontang han hecho suya la afirmación de que Occidente es el “cáncer de la humanidad”. Y por ello desean frenéticamente una repoblación de Occidente con inmigrantes no occidentales, con independencia de que muchos de ellos evidencien actitudes inequívocamente hostiles y ningún deseo de integración.
Todo ello configura una especie de rito de conversión, una particular metanoia, de la experiencia del pecador arrepentido que se convierte y que ya queda, purificado, a la espera del auténtico fin de la historia en este nuevo paraíso.
Los aspectos heroicos de las viejas religiones políticas del siglo XX han desaparecido por completo, las férreas tiranías en que se desplegaron son felizmente cosa del pasado, y sin embargo, esta nueva religión política también tiene su aspiración redentora encaminada a esa perfección de la historia y a ese “estadio avanzado de evolución de la conciencia humana” que se arroga la izquierda, y para lo cual, ya no son necesarias groseras coacciones o la brutal represión, sino que se extiende con un despotismo blando pero implacable porque ha conquistado la mentalidad social.
IV.- Conclusiones y perspectivas
Podemos decir que todo este proceso ha sido impulsado por una elite rebelde operando en un contexto histórico excepcional, caracterizado no lo olvidemos por el enorme impacto emocional de las guerras mundiales en la conciencia del hombre occidental, y utilizando como herramienta intelectual la cultura marxista en sus variadas expresiones, para configurar una nueva moralidad, una nueva pretensión de sentido y un nuevo proyecto humano.
Mantiene un vínculo con las utopías liberadoras de antaño y adquiere las formas de una nueva religión política, sin coerción física ni liderazgos heroicos, pero que va decantándose en un totalitarismo blando aunque, por ello mismo, extraordinariamente eficaz por cuanto oculta los verdaderos mecanismos de su asimilación.
Ha parasitado símbolos judeo-cristianos, pero viene equipada con sus propios mitos de transformación.
Esta elite ha triunfado políticamente y cuenta con respaldos decisivos en los medios de comunicación, la judicatura y la Administración, cuya acción conjunta ha ido desplazando los objetivos políticos desde la provisión de servicios sociales hasta la promoción y el respaldo de nuevos estilos de vida.
Lo que guía a esta izquierda no es meramente el desagrado por la sociedad burguesa, mezclado con fantasías eróticas, sino una profunda dedicación a la transformación histórica y cultural.
La pretensión moral que la anima conduce necesariamente a una intervención educativa, contemplada en términos de reeducación en la tolerancia, como valor instrumental para la eliminación pública de las éticas de raíz religiosa, constreñidas a un ámbito meramente privado y sin legitimidad por tanto para intervenir en el debate social y político, y, en última instancia, en la evolución de nuestra sociedad.
En la particular circunstancia española todo ello se configura en una batalla de cariz religioso, recrudecida ahora por cuanto los nuevos clérigos progresistas estaban convencidos de la mutación del catolicismo español en una versión peculiar, secularizada y amable de un moralismo de los “valores comunes”, que hubiera abonado el terreno para su cosecha cultural. La reacción les sorprende y les excita.
¿Qué hacer?
Mi tarea era aportar un diagnostico crítico, y aquí os dejo mis reflexiones. Si la primera condición para actuar es entender lo que pasa y lo que nos pasa, aquí está mi aportación.
Se han transformado las conciencias y se ha alterado la moralidad social de tal modo que revertir una situación como la descrita requiere de enormes recursos morales, intelectuales, también políticos, y en suma, de comunicación porque la mentalidad social es la que condiciona las mayorías políticas, como bien comprendió hace tiempo el izquierdismo europeo. La mayoría ideológica es más importante que la mayoría parlamentaria, ya que la primera siempre anuncia la segunda, en tanto la segunda, sin la primera, está llamada a derrumbarse. Elemental lección que todavía no ha aprendido la derecha española.
Con este enfoque, se pueden apuntar algunas posibilidades y algunas condiciones para la acción, porque se trata, en todo caso, de una labor a largo plazo.
_ La necesidad de lo simbólico porque hay que actuar en el campo de las mentalidades, y por tanto utilizar los recursos y medios de la cultura popular.
_ La necesidad de la agitación porque hay que mantener unos equipos entrenados en el combate cultural y a la posible base social movilizada.
_ La importancia de intervenir en el mundo educativo porque hay que interferir en los proyectos reeducadores, a la vez que promover la superación del actual sistema educativo.
_ La recuperación de la razón en la línea de lo expuesto por Joseph Ratzinger. Europa vive una crisis religiosa porque vive una crisis intelectual sin precedentes. “El cristianismo debe recordarse siempre que es la religión del Logos. Esto es, fe en el Creator Spiritus, en el Espíritu Creador, del cual proviene todo lo real. Precisamente esta debería ser hoy su fuerza filosófica, pues el problema es si el mundo viene de lo irracional, y la razón no es por tanto otra cosa que un “subproducto”, quizás más dañoso, de su desarrollo, o si el mundo proviene de la razón, y ella sea por tanto su criterio y su meta. La Fe cristiana va por esta segunda tesis, teniendo así, desde el punto de vista puramente filosófico, buenas cartas que jugar, no obstante sea la primera tesis considerada hoy por tantos la única “racional” y moderna.
Pero una razón que sale de lo irracional, no constituye una solución a nuestros problemas. Solo la razón creadora, y que en el Dios crucificado se ha manifestado como amor, puede verdaderamente mostrarnos el camino” (4)
Como hemos ido narrando la matriz intelectual y filosófica de todo este proceso se localiza en los denominados “maestros de la sospecha”, fundadores del discurso que finalmente ha desembocado en este nuevo moralismo del que venimos hablando. Este discurso arranca de considerar la conciencia humana como falseada, bien por intereses económicos en Marx, bien por la represión del inconsciente que esconde el deseo de placer en Freud, y acaba en utopías totalitarias. Por ello ¿no es hora ya de sospechar de la sospecha?, de recuperar el sentido, de enfrentar ya la contradicción entre esa pretensión liberadora y su terrible consecuencia: el nihilismo de una humanidad que no se soporta.
_ Creo finalmente, como señala Máximo Borghesi, que en nuestro siglo XXI el humanismo caminará de la mano del cristianismo o perecerá a manos de la religión civil, ese nuevo moralismo del que he venido hablando, o del salvajismo yihadista. (5)
Como en los tiempos más oscuros de la historia europea, el saber y la razón filosófica parecen destinados a sobrevivir tras los muros de los monasterios, sean estos cuales sean.
Pero todo esto es materia para otro empeño que habrá que desarrollar.
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José Luis Sáiz Calabria
José Luis Sáiz Calabria
Notas
(1) Roberto de Mattei. “¿Una Europa gramsciana?”. Revista Debate Actual, nº 5, noviembre de 2007. Ediciones CEU.
(2) Alain de Benoist. “Vu de Droite: antología crítica de las ideas contemporáneas”. 1977.
(3) Augusto del Noce. Prefacio al libro de Marcello Venezianai “Processo a L´Occidente. La sociedad global y sus enemigos”. 1990.
(4) Joseph Ratzinger, Card. “Europa en la crisis de las culturas. Reflexiones sobre culturas que hoy se contraponen”. Subiaco, 1 de abril de 2005.
(5) Massimo Borghesi. “Secularización y nihilismo. Cristianismo y Cultura contemporánea. Ediciones Encuentro, 2007.
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