Una foto: la calma antes de la tormenta perfecta:
Esta foto acaba de aparecer a la luz pública. Se trata de una foto entre una serie que nadie sabía de su existencia. Ninguna de las fotos tiene nada de especial, ni un particular interés histórico. Muestran a Hitler en diversos momentos de su vida como Canciller.
Casualidades de la vida, tengo la misma foto tomada por otro fotógrafo desde otro ángulo de la misma sala. El arzobispo es el nuncio Cesare Orsenigo.
Pero esta foto en concreto ejerce en mí una especial fascinación. Cada vez que la miro no puedo dejar de interrogarme acerca de lo cerca que estaban un seguidor de Cristo (el obispo que da la espalda) y un seguidor del Mal. Apenas un metro separa dos destinos, quizá dos eternidades.
El obispo charla con el Ministro de Asuntos Exteriores. El engreido e inútil de Von Ribbentrop. No puedo dejar de ver una cierto aire de superior condescendencia en la sonrisa del Ministro. Qué lejos estaba de saber que en pocos años sería ahorcado en una prisión aliada. Si en ese cóctel hubiera recibido una visión de su futuro, hubiera tenido que sentarse bajo la impresión.
El mismo soldado de las SS que hace guardia en un extremo de la foto, ¿qué habría pensado si hubiera sabido que esa cancillería sería enteramente destruida, que todos los generales allí presentes rodarían por los enlodados campos de batalla hasta rendirse sin ninguna gloria?
Hay un camarero detrás de Hitler que me llama la atención. Mira al obispo con una silenciosa pero intensa atención. No sé, creo notar sorpresa y reflexión en esa cara. La sorpresa de encontrar allí a un obispo. La reflexión que le produce el contraste entre la ideología satánica que reinaba en esa casa y el credo del Cordero Degollado que representaba ese hombre allí. Quizá él mismo había sido católico antes de entrar en el Partido. Quizá recordaba las enseñanzas de su niñez. Su rostro no es de desdén, ni de altanería, está reflexionando, unos segundos de reflexión antes de que el cóctel siguiera su curso y sus movimientos.
Por último, el oficial de las SS detrás del grupo del primer plano. Se preocupa de su flamante uniforme. Si no murió en un campo de batalla, o en un campo de prisioneros ruso, probablemente se encargaría de quemar ese uniforme con todos sus galones para que no se lo encontraran los aliados.
El Futuro pendía sobre todos ellos, y no lo sabían. Un futuro wagneriano, épico. ¿Qué futuro puede estar sobre nuestras cabezas sin nosotros saberlo? ¿Puede cambiar todo en cuestión de un año? ¿Cambiará a mejor en el caso de que haya un cambio radical rápido? No. Las fuerzas acumuladas en el presente son el presagio de tormentas. El buen cambio vendrá después de la tormenta. Pero ahora las tensiones que contra la Ley de Dios ha acumulado nuestra civilización, sólo pueden augurar el oscuro presagio de una gran tormenta. Hemos quebrantado el Orden del Creador una y otra vez, cada vez más más, progresívamente más rápido. Veo tensiones irresueltas, crecientes, en nuestra sociedad y en el mundo. Vienen las tormentas.
domingo, 12 de febrero de 2012
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