sábado, 7 de abril de 2012

El tenebrario: el Oficio de Tinieblas en el Viernes Santo

El tenebrario: el Oficio de Tinieblas en el Viernes Santo:



Como este blog es seguido por no pocos sacerdotes, en el post de hoy me voy a permitir hacer una sugerencia: recuperar los tenebrarios.
El tenebrario (en latín tenebrarium, en inglés hearse) era el candelabro que se usaba en el Oficio de Viernes Santo antes del Vaticano II. Durante ese oficio, todas las luces del templo tenían que estar apagadas, y en el centro lucía este gran candelabro, solemne, alto, con quince velas. Durante el oficio, al finalizar cada salmo, se iba a apagando una vela, así hasta que progresivamente toda la iglesia se quedaba a oscuras.
Era una ceremonia muy impactante en su simplicidad: un candelabro en el que se iban extinguiendo sus llamas. El candelabro era un centro de luz, la luz de toda la iglesia. Una especie de solemne árbol de luz. La oscuridad que, poco a poco, se iba apoderando del espacio, era símbolo del triunfo de las Tinieblas, triunfo momentáneo. Pero las tinieblas eran tangibles, no una palabra en labios del sacerdote. La electricidad ha arruinado la belleza de este símbolo.
La actual liturgia del Viernes Santo me gusta más que la de antes de la reforma. Además, resulta claro que el antiguo oficio se hacía largo, pues consistía en una continua salmodia. Pero considero que sería una pena perder la belleza de los tenebrarios. ¿Cómo unir la actual liturgia y el antiguo objeto?
En mi opinión hay un modo muy simple. Aunque la liturgia sea la actual, nada impide que a la mitad del pasillo central se coloque un tenebrario allí donde los haya. Si a los fieles se les explica el sentido y la historia, ese objeto pasará a ser uno de los símbolos por excelencia del Viernes Santo.
Una de las cosas que siempre lamento, es que en Viernes Santo, acabado el oficio, todo el mundo abandona el templo. Digo que eso me da pena, porque la iglesia desnuda, sin la presencia del Santísimo, se convierte a esa hora del crepúsculo en un momento óptimo de meditación en el silencio. Los curas en ese momento solemos tener mucha prisa en cerrar las iglesias, y obrando así privamos a la gente de un momento óptimo para la oración, en un día que no es como otro cualquiera, un día especialmente sagrado.
Si explicáramos el sentido de quedarse a orar en una oración silenciosa, personal, habría gente (mucha o poca, no importa) que se quedaría. Insisto, no es el número lo que importa. Un par de personas, y aun una, justifican el que la iglesia quede abierta. Y más cuando si es una persona conocida, puede avisar al sacerdote para que vaya a cerrar la iglesia cuando acabe.
Y allí, en ese momento en que la gente se marcha y la iglesia queda casi en soledad, es cuando entra en juego el tenebrario de un modo más especial. Sería poéticamente precioso ver la iglesia casi vacía, con poca gente orando, aislada en los bancos, y con el tenebrario en el centro luciendo. Y todavía mejor si el sacerdote calculando la longitud de las velas del tenebrario, hace que éstas se vayan agotando por sí mismas a lo largo de la hora siguiente al fin del oficio.
Es decir, yo dejaría encendidas las velas antes del comienzo del oficio, y que se fueran extinguiendo por sí mismas una vez acabado el oficio, en un tiempo razonable. Todo esto, explicado al pueblo fiel, sin duda sería un aliciente para quedarse a orar. Y para todos (incluso para los que no se quedaran en la iglesia tras el oficio) sería un bellísimo signo cargado de poesía.

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