Me gustaría continuar con las reflexiones de ayer acerca del tenebrario. Si la corona de adviento es el gran símbolo del adviento, y el Cirio Pascual lo es de Pascua, el tenebrario sería el objeto que mejor simbolizaría ese impresionante día de la muerte de Jesucristo en la Cruz. Quedan testimonios de que el candelabro triangular para el oficio de tinieblas, se usaba ya en el siglo VII.
Además, el objeto, usado tal como explique ayer, por sí mismo sería la causa de que algunas personas se quedasen a orar en la iglesia. Pocas veces, como en este caso, encontraremos un objeto que por sí mismo, por su mera presencia, provoque la oración.
Las quince velas simbolizan a los once apóstoles, las tres marías y la Virgen María. Es decir, aquellos que acompañaron a Jesús en aquel terrible día simbolizado por ese candelabro. De ahí que su significado también es: acompañemos a Jesús.
Pero lo que el párroco no debe hacer es mezclar la liturgia preconciliar con la actual. O se celebra una o la otra. Mezclarlas desvirtuaría ambas. Cada una de ellas debe ser realizada con toda pulcritud. Ningún presbítero está autorizado, además, para modificar por su cuenta lo mandado en las rúbricas.
Pero no atenta contra ninguna norma, la colocación de un objeto allá donde se tenga. Y menos todavía si se coloca en el pasillo central.
Lo que sí que deberían entender los párrocos, es la fuerza que tiene la luz dentro de un templo para mover a la gente a la contemplación. El crepúsculo dentro de una iglesia es una de las cosas más bellas del mundo. Su ritmo, su lentitud, el atenuarse de los colores, los haces de luz solar cada vez más nítidos, todo lleva a Dios. Y ese ambiente con un tenebrario en el centro supone una combinación admirable que, al menos, el día sagrado del Viernes Santo deberíamos aprovechar para la oración, o para dejar que otros hagan oración.
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