jueves, 28 de abril de 2011

Juan Pablo II y la teología del cuerpo

Juan Pablo II y la teología del cuerpo: "


La teología del cuerpo es el título que Juan Pablo II les dio a las 129 catequesis sobre la sexualidad humana, el significado del cuerpo, el celibato y el matrimonio que impartió entre 1979 y 1984, a la luz tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo.



Durante mucho tiempo la teología cristiana tuvo una fuerte influencia de la filosofía griega antigua, sobre todo de la platónica, que enfatizaba la bondad del alma y menospreciaba el cuerpo. Esta visión dualista que separa al cuerpo del alma es totalmente falsa y dañina para Juan Pablo II.



La doctora en Filosofía y Teología, Blanca Castilla y Cortázar, considera que “Juan Pablo II abrió las puertas a algunas verdades que habían sido cerradas. Ha sido el primer papa en afirmar que el hombre y la mujer fueron creados a la vez, en un mismo y único acto de amor. El primer papa que dijo que la mujer fue creada a imagen y semejanza de Dios y que no es derivada del hombre”.



Juan Pablo II aclara de una vez por todas el relato de la creación y la cuestión de la costilla de Adán, que tanto problema ha causado a la antropología humana. “Trata de la soledad del varón y la mujer y no solo de la soledad del hombre-varón producida por la ausencia de la mujer. Esta soledad tiene dos significados: uno que se deriva de la búsqueda de su propia entidad, y otro, que se deriva de la relación varón-mujer”. Sobre el primer significado: “El hombre está solo porque es superior al mundo visible: es más que cuerpo. Se revela asimismo como persona, con su autoconciencia y su autodeterminación. A través de su propia humanidad, queda constituido en una relación única y exclusiva con Dios mismo”.



“Cuando Dios dice: no es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él, Dios se sirve de la costilla de Adán en un lenguaje simbólico para acentuar la naturaleza común del varón y la mujer. La costilla parece indicar también el corazón. El término ‘ayuda’, semejante a él, sugiere el concepto de complementariedad y de correspondencia exacta. El término ‘semejante’ se une a la semejanza del hombre con Dios”.



En este punto, el papa enlaza con lo que para él es “el meollo mismo de la realidad antropológica y teológica que se llama cuerpo: desde el comienzo descendió la bendición de la fecundidad entre varón y mujer”. En cierto sentido es “todo” lo que Dios “ha podido” dar de sí mismo al hombre. Esa unidad entre varón y mujer indica desde el principio no solo el cuerpo, sino también la comunión “encarnada” de las personas.



Antes de sus catequesis sobre la teología del cuerpo, en 1969 (un año después de la publicación de la Humanae vitae de Pablo VI), siendo el cardenal Karol Wojtyla, escribió el tratado Amor y responsabilidad, que muchos sexólogos quisieran haber analizado con tanta profundidad humana, psicológica y espiritual.



Que un cardenal afirmara que “desde el punto de vista del amor a la persona y del altruismo, se ha de exigir que en el acto sexual el hombre no sea el único que llega al punto culminante de la excitación sexual” era algo impensable.



Airea, con un lenguaje cercano, la problemática de la psicología femenina: “Los sexólogos constatan que la curva de excitación de la mujer es diferente a la del hombre… Su organismo está dotado de muchas zonas erógenas, lo cual es una especie de compensación de que su excitación crezca más lentamente. El hombre ha de tener en cuenta esta diferencia de reacciones… Existe un ritmo de la naturaleza que los cónyuges han de encontrar para llegar al mismo momento al punto culminante de excitación sexual”.



Y prosigue: “Cuando la mujer no encuentra la satisfacción natural ligada al punto culminante (orgasmus), es de temer que no sienta plenamente el acto conyugal, que no embarque en él su personalidad entera, lo cual la deja expuesta a neurosis y trae consigo una frigidez sexual que resulta a veces de un complejo o de una falta de entrega total de la que ella es la responsable. Pero otras, es consecuencia del egoísmo del hombre… La mujer empieza entonces a rehuir las relaciones sexuales… Además puede contraer enfermedades orgánicas en los órganos sexuales. Tampoco basta la bondad de la mujer que finge el orgasmo para no humillar al orgullo masculino. Todo lo cual conduce a la degradación del matrimonio”. ¿Quién da más?



Para evitar esta degradación, es indispensable “una educación sexual que no se limite al fenómeno del sexo, sino una profunda educación del amor: el otro es más importante que yo”. Insiste en alcanzar en estas relaciones “una ternura desinteresada que penetre en los estados del alma. El acto conyugal debería comportar una particular intensificación de la emoción: la conmoción de la otra persona. Darse es más que querer el bien. Hay un específico conocimiento que el varón y la mujer pueden experimentar al unirse en una sola carne. Cada uno es dado al otro como sujeto único, como yo como persona”.



Dedica varias catequesis a la paternidad y maternidad responsable, a la luz de Humanae vitae. “Cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la vida, porque en cada acto conyugal entre varón y mujer se renueva el misterio de la creación. Dios hace saborear el éxtasis del cielo en la comunión de las personas, en el significado unitivo y procreativo”. Conocedor de que vivir la virtud de la continencia periódica puede ser costoso, recordó que “toda práctica de la honesta y natural regulación de la fertilidad forma parte de la espiritualidad cristiana conyugal y familiar, y solo viviendo también según el Espíritu se hace interiormente verdadera y auténtica”.



No se olvida, por último, de la castidad “por el reino de los cielos”. “Si un varón o una mujer son capaces de darse en don por el reino de los cielos, esto prueba a su vez (y quizás aún más) que existe la libertad del don en el cuerpo humano. Quiere decir que este cuerpo posee un pleno significado esponsalicio”.

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