El psicoanalista, el psicólogo y el asesor motivacional han reemplazado al sacerdote como consejero.
Foto: Archivo / EL TIEMPO
Sacramento de confesión en desuso: muchos católicos han decidido que ya no requiere de este paso.
Fabián Salazar Guerrero, candidato a doctorado en Teología, acusa falta de compromiso de los fieles y sostiene que una parte de la responsabilidad es de la Iglesia.
En el reciente mes de marzo tuve la oportunidad de visitar la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Fui con la convicción de llegar como peregrino, celebrar el sacramento de la reconciliación (o confesión) y participar de la Eucaristía. Vaya sorpresa me llevé cuando descubrí que los confesionarios estaban vacíos. Sin embargo, le comenté a un sacerdote, en el templo, que quería confesarme y me respondió: "Eso no me toca", a secas, y acto seguido dijo que allí el horario de confesiones comienza a las tres de la tarde.
Me sentí confundido y desconcertado, realmente triste; de no ser por mi compañero de viaje (un sacerdote), me hubiera quedado con la intención de confesarme en uno de los santuarios más importantes de la fe católica.
Esta situación me hizo pensar en todos aquellos que, en algún momento, se han topado con alguna situación similar y, más que eso, me llevó a analizar lo que ha venido sucediendo con la costumbre y norma de todo buen católico de confesarse.
Inicié una búsqueda informal por Internet con la siguiente pregunta: ¿Qué diagnóstico hace la gente acerca de la confesión? Un primer hallazgo: en este tema no es posible tener estadísticas y las respuestas dependen de la subjetivad; no obstante, sí se puede identificar una radiografía entre luces y sombras.
¿La gente ya no cree en la confesión? En repetidas ocasiones se escuchan frases como: "¿Por qué voy a confesarme con un hombre más pecador que yo?"; "Yo me confieso directamente con Dios" o "Yo no necesito confesarme".
Estas y otras expresiones parecen denotar un cansancio o una desilusión de la gente sobre la institución eclesial o sus representantes. Algunos afirman no encontrar un testimonio creíble en la Iglesia Católica, tras los escándalos en los en que se ha visto involucrada, y se rebelan ante lo que califican de intromisión o imposición de la Iglesia.
Llama la atención que para algunos católicos el psiquiatra, el psicoanalista, el consejero, el psicólogo o asesor motivacional han reemplazado al sacerdote como acompañante y consejero. Alguien me dijo: "El sacerdote es el psicólogo popular, en cambio, yo puedo pagar un especialista que me ayude".
Se reconoce un miedo generalizado a asumir la responsabilidad de nuestros actos. Son frecuentes las excusas: "Yo soy así y no voy a cambiar"; "La culpa es de los otros, que me hacen infeliz", y la clásica: "No es mi culpa".
Por otra parte, la confesión, al no ser un "acto social", no tiene detrás una industria comercial que ejerza presión social y venda productos de consumo para promoverla, como sucede con el matrimonio.
La confesión, al celebrarse de forma privada, tiene para algunos menos importancia porque la consideran un requisito o acaso una recomendación que se deja para determinadas etapas del año o para acontecimientos sociales-religiosos, como la primera comunión del hijo. No obstante, hay que ver las filas el Miércoles de Ceniza y durante la Semana Santa, cuando los confesionarios sí están llenos.
Sin embargo, siguen existiendo también expresiones de apoyo de fieles y grupos católicos que dan valor profundo a la confesión y que reconocen que este sacramento es todo un proceso que abarca varios requisitos adicionales: examen de conciencia, contrición, conversión, confesión, absolución y penitencia (reparación). Es decir, no es solo confesarse y ya.
¿Se entiende lo que se está confesando? Para hacer la prueba, pregunté a algunos estudiantes y profesores de la Universidad (del Rosario, donde trabajo): ¿Qué es pecado? En las respuestas se nota un péndulo que va desde "todo es pecado" a "nada es pecado".
En realidad, no me dieron una definición y parecería que cada uno adapta la interpretación a su medida. Esto ocasiona, seguramente, situaciones de relativismo, de justificación o de negación del pecado. Es interesante que las personas quieran confesarse, pero, a ciencia cierta, muchas no saben qué es lo que quieren confesar. Existe una situación de malestar que los lleva a la confesión, pero no una formación para hacerlo o celebrarlo.
Aparece un catálogo que precede al acto de la confesión que incluye: no asistir a misa, tratar mal a otras personas, asuntos de moral sexual -principalmente engaño al cónyuge-, relaciones prematrimoniales y masturbación, robo, hablar contra el otro, herir o asesinar, intento de suicidio y aborto.
Se confiesa lo mismo, pero no siempre el confeso cambia; se confiesan los efectos pero no se reflexiona sobre las causas; se improvisa, pero se quieren resultados profundos, y se actúa, en muchas ocasiones, por miedo o culpa (en muchos casos, psicológicos) y no por amor o convicción.
Otra forma de diluir los pecados es hacerlos comunitarios y generalizarlos tanto, que al final todos tienen la responsabilidad y nadie la tiene.
Se podría asegurar que muchos católicos nunca han tenido clara una definición de pecado y, de seguro, no la han confrontado, por ejemplo, con las definiciones teológicas del Todavía, en ciertas fechas, se ven fieles que hacen fila para confesarse.Catecismo de la Iglesia Católica o del Código de Derecho Canónico. Y lo más grave, no la han confrontado con la Escritura.
Por otra parte, situaciones cotidianas -exaltadas por los medios de comunicación- como la mentira, la violencia, el robo, la vanidad, la avaricia, la explotación, el abuso y la sexualidad, se han convertido en condiciones "normales" del ser humano, socialmente aceptadas. Todo, a tal punto que muchos cristianos dejan de considerarlas un pecado.
Aparece entonces una conciencia dormida o vendida, y esto no solo en el plano de lo religioso, sino en el social. ¿Será que no se ha superado la frase popular que sentencia: "quien reza y peca empata"?
Sacerdotes, ¿los responsables?
Aunque existen esfuerzos por adaptarse a las nuevas circunstancias y responder a los desafíos pastorales, se encuentran aún los siguientes reclamos de la gente: "En muchas parroquias no se ofrece la posibilidad permanente para que los fieles se confiesen o no existen espacios donde puedan acceder a la confesión; se nota una escasez de sacerdotes y algunos no cuentan con la preparación suficiente; no existe una catequesis preparatoria al sacramento y muchos sacerdotes se quedan en el ritualismo y el legalismo, sin tiempo para el acompañamiento.
En el extremo está el sacerdote "chévere" que canjea el sacramento por conversaciones ligeras y consejos de autosuperación. No se llega a los jóvenes. La gente pide testimonio y no ven a sus sacerdotes confesarse.
Aunque no se puede generalizar a todo el clero, en el fondo existe un llamado de atención de los cristianos que se sienten sin acompañamiento de los sacerdotes (hay que recordar que en otras confesiones hay una mayor cercanía entre los fieles y las autoridades, y que la confesión suele ser un acto individual con un ser superior).
A propósito, Benedicto XVI ha hecho una exhortación urgente a sus sacerdotes: "No os resignéis jamás a ver vacíos los confesionarios".
¿Quién es el autor?
Fabián Salazar coordina el Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones de la U. del Rosario.
Benedicto XVI: “Es necesario volver al confesonario”
Audiencia a los participantes de un curso de la Penitenciaría Apostólica
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que Benedicto XVI pronunció este jueves al mediodía en la sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, al recibir en audiencia a los participantes en el Curso sobre Fuero Interno promovido por la Penitenciaría Apostólica.
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Queridos amigos,
Me alegra encontrarme con vosotros y dirigiros a cada uno de vosotros mi bienvenida, con motivo del Curso anual sobre el Fuero Interno, organizado por la Penitenciaría Apostólica. Saludo cordialmente a monseñor Fortunato Baldelli, que, por primera vez, como Penitenciario Mayor, ha dirigido vuestras sesiones de estudio, y le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido. Con él saludo a monseñor Gianfranco Girotti, Regente, al personal de la Penitenciaría y a todos vosotros que, con la participación en esta iniciativa, manifestáis la fuerte exigencia de profundizar una temática esencial para el ministerio y la vida de los presbíteros.
Vuestro Curso se sitúa, providencialmente, en el Año Sacerdotal, que he convocado para el 150º aniversario del nacimiento al Cielo de san Juan María Vianney, que ejerció de manera heroica y fecunda el ministerio de la Reconciliación. Como afirmé en la Carta de convocatoria: “Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él, [el Cura de Ars] ponía en boca de Jesús: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”. Del Santo Cura de Ars, los sacerdotes podemos aprender no sólo una confianza inagotable en el Sacramento de la Penitencia, que nos anima a colocarlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del “diálogo de salvación” que en él se debe desarrollar”. ¿Dónde se hunden las raíces de la heroicidad y la fecundidad, con las que San Juan María Vianney vivió su propio ministerio de confesor? Ante todo en una intensa dimensión penitencial personal. La conciencia del propio límite y la necesidad de recurrir a la Misericordia Divina para pedir perdón, para convertir el corazón y para ser sostenido en el camino de santidad, son fundamentales en la vida del sacerdote: sólo quien ha experimentado primero la grandeza puede ser convincente anunciador y administrador de la Misericordia de Dios. Todo sacerdote se convierte en ministro de la Penitencia por la configuración ontológica a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, que reconcilia a la humanidad con el Padre; sin embargo, la fidelidad al administrar el Sacramento de la Reconciliación es confiada a la responsabilidad del presbítero.
Vivimos en un contexto cultural marcado por la mentalidad hedonista y relativista, que tiende a suprimir a Dios del horizonte de la vida, no favorece la adquisición de un marco claro de valores de referencia y no ayuda a discernir el bien del mal ni a madurar un justo sentido de pecado. Esta situación hace todavía más urgente el servicio de administradores de la Misericordia Divina. No debemos olvidar, de hecho, que hay una especie de círculo vicioso entre el ofuscamiento de la experiencia de Dios y la pérdida de sentido de pecado. Sin embargo, si tenemos en cuenta el contexto cultural en el que vive san Juan María Vianney, vemos que, por varios aspectos, no era tan diferente al nuestro. También en su tiempo, de hecho, existía una mentalidad hostil a la fe, expresada en fuerzas que buscaban incluso impedir el ejercicio del ministerio. En esas circunstancias, el Santo Cura de Ars hace “de la iglesia su casa”, para conducir a los hombres a Dios. Él vivía con radicalidad el espíritu de oración, la relación personal e íntima con Cristo, la celebración de la S. Misa, la Adoración eucarística y la pobreza evangélica, mostrando a sus contemporáneos un signo tan evidente de la presencia de Dios, que empujaba a muchos penitentes a acercarse a su confesionario. En las condiciones de libertad en las que hoy es posible ejercer el ministerio sacerdotal, es necesario que los presbíteros vivan en “alto grado” la propia respuesta a la vocación, porque sólo quien se convierte cada día en presencia viva y clara del Señor puede suscitar en los fieles el sentido de pecado, dar ánimo y suscitar el deseo del perdón de Dios.
Queridos hermanos, es necesario volver al confesonario, como lugar en el que celebrar el Sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia Divina, junto a la Presencia real en la Eucaristía. La “crisis” del Sacramento de la Penitencia, de la que a menudo se habla, interpela en primer lugar a los sacerdotes y a su gran responsabilidad de educar al Pueblo de Dios en las radicales exigencias del Evangelio. En particular, les pide dedicarse generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; guiar con coraje a la grey, para que no se conforme a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12,2), sino que sepa tomar decisiones también a contracorriente, evitando adaptaciones o compromisos. Por eso es importante que el sacerdote tenga una permanente tensión ascética, alimentada por la comunión con Dios, y se dedique a una constante actualización en el estudio de la teología moral y de las ciencias humanas.
San Juan María Vianney sabía entablar con los penitentes un verdadero y apropiado “diálogo de salvación” mostrando la belleza y la grandeza de la bondad del Señor y suscitando ese deseo de Dios y del Cielo, del que los santos son los primeros portadores. Él afirmaba: “El Buen Dios sabe Todo. Incluso antes de que os confesarais, ya sabía que pecaríais y sin embargo os perdona. ¡Es tan grande el Amor de nuestro Dios, que llega hasta olvidar voluntariamente el futuro, para perdonarnos!” (Monnin, A., Il Curato d’Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. I, Torino 1870, p. 130). Es tarea del sacerdote favorecer esa experiencia de “diálogo de salvación”, que, naciendo de la certeza de ser amados por Dios, ayuda al hombre a reconocer el propio pecado y a introducirse, progresivamente, en esa estable dinámica de conversión del corazón, que lleva a la radical renuncia al mal y a una vida según Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1431).
Queridos sacerdotes, ¡qué extraordinario ministerio nos ha confiado el Señor! Como en la Celebración Eucarística Él se pone en manos del sacerdote para continuar estando presente en medio de su Pueblo, análogamente, en el Sacramento de la Reconciliación Él se confía al sacerdote para que los hombres hagan la experiencia del abrazo con el que el padre acoge a su hijo pródigo, devolviéndole la dignidad filial y volviéndolo a constituir plenamente en heredero (cf. Lc 15,11-32). La Virgen María y el Santo Cura de Ars nos ayuden a experimentar en nuestra vida la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad del Amor de Dios (cf. Ef 3,18-19), para ser fieles y generosos administradores. Os doy las gracias a todos de corazón y de buen grado os imparto mi Bendición.
[Traducción del original italiano por Patricia Navas
©Libreria Editrice Vaticana]
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