Hace un par de semanas terminó en Roma una exposición sobre el exterminio nazi de personas con minusvalías, donde se mostraban los planes de eliminación científica de quienes no entraban en los parámetros de perfección y productividad establecidos por el III Reich. No fue solo una idea: fueron exterminadas alrededor de 250 mil personas, entre ellos cinco mil niños.
Uno de los documentos presentados en la exposición fue la correspondencia entre dos médicos implicados, Hensel y Valentin Faltihauser. Este último, con el fin de lanzar una bomba de humo sobre sus responsabilidades, se dedicó luego a reprochar a la Iglesia católica su defensa de las personas con minusvalías. Así, en el juicio de Nuremberg, en el que fueron procesados los jerarcas nazis después de la derrota, dijo:
“Está claro que la Iglesia católica pueda no estar de acuerdo con la eutanasia. Personalmente, considero que esta posición no es verdaderamente humanitaria. La Iglesia (…) predica la piedad, pero en este caso se muestra cruel ya que, según una valoración puramente emotiva, pide que se perpetúe un penoso sufrimiento sin fin”.
Hoy es el Día Mundial del Síndrome de Down. La frase citada por el médico nazi Faltihauser es compartida en nuestros días por muchos que proponen, y practican, la eliminación precoz como solución del problema del Síndrome de Down. Y encima lo presenta como una manifestación de civilización. Es una de esas injusticias que claman al cielo.
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