En un mundo marcado por el sufrimiento y la enfermedad, no preguntarse qué sentido tiene eso es algo que choca contra la propia inteligencia del hombre. Y pienso esto porque de nada vale tantas luchas, sacrificios, batallas y esfuerzos sin al final todo queda en, polvo eres y en polvo te convertiras.
Realmente confieso que me gustaría, si Jesús de Nazaret no se hubiese hecho hombre, soñar con un mundo de ensueño, de castillos y princesas, de reyes que imparten justicia y castigan a los malvados. Un mundo de belleza, de valores y virtudes, de paz y armonía, de seguridad y alimentos para todos. ¡Un cuento de hadas!
Confieso que, de niño, me gustaba mucho leer esas historias que, ya de antemano, suponías y deseabas que tuviera un final feliz. Creo que todos deseamos eso, y hasta en el cine, años mas tarde, aplaudíamos cuando el muchacho (protagonista) acudía a salvar y socorrer a su amada o al indefenso del peligro del malvado.
No puedo aceptar un mundo lleno de mentiras, de injusticias, de falta de verdad, de malas intenciones, de búsquedas de poder y riquezas para imponer sus caprichos, sus gustos, sus apetencias, sus ideologías... Y creo que todos pensamos y deseamos eso. Tampoco puedo resignarme a, por mucho que la vida me sea hermosa y placentera, terminar en un tiempo que se hace corto y rápido. La muerte no tiene sentido.
Arde dentro de mí unas ansias de felicidad eternas, una obsesión de vivir eternamente, de no resignarme a morir y acabar. No, la vida es para siempre, incluso no mereciéndola. Otra cosa es que por tus desamores y egoísmos termines eternamente sufriendo. Eso si, debido a nuestra libertad, parece ser razonable, pero siempre entendiendo una vida eterna.
Y creo que Dios, nuestro Padre Bueno, ese, que dentro de mí inspiraba ese gozo hermoso de niño al leer los cuentos de príncipes y princesas, nos creó para siempre. Porque Dios no nos puede haber creado para un rato. No tendría sentido. No se entiende que una criatura creada por Él, por la que entregó a su Hijo para salvarla de su pecado de rebelión, la deje morir. No tendría sentido tomar la naturaleza humana, padecer y sufrir un muerte de cruz para jugar con su criatura. No cabe en ningua cabeza.
Dios no puede equivocarse y, desde el principio nos pensó felices y eternos. Si bien, al crearnos libres, nosotros le excluímos de nuestras vidas y la emprendimos solos, rechazando sus proyectos y sustituyéndolos por los nuestros.
Pobre de nosotros porque nos hemos dado cuenta que de esa forma, sin Él, no podemos alcanzar la paz y la felicidad, y estaremos, si no volvemos a Él, errantes y eternamente angustiados y padeciendo dolor y sufrimientos que llegaran a desesperarnos.
Por eso, no entiendo como tanta intelectualidad no llega a descubrir la necesidad de ese Padre Bueno que todos tenemos. Porque resignarse a que todo acaba con la muerte es la peor de las resignaciones. Esa si que no la quiero.
Me puedo resignar a sufrir, a padecer dolor y a terminar en una muerte física que me ayude a purificarme y a prepararme para la resurrección verdadera a una vida nueva, pero nunca a una muerte de eterno sufrimiento y desesperación. No, porque tengo un Padre, revelado por su Hijo Jesús, que me quiere, que me ha creado para ser feliz junto Él y en su Casa, porque ha enviado a su Hijo a pagar con su vida por nosotros, y porque injertado en Él y asistido por el Espíritu Santo tenemos ganada la batalla.
Sólo hay que agarrarnos y confiar, porque muchas señales nos ha dejado para luchar contra nuestras dudas y tentaciones. Y, sobre todo, mantener los ojos bien abiertos, porque la tentación de nuestra razón nos puede confundir y de eso está muy bien informado y presto el tentador. Por eso, se hace necesario el ayuno, la abstinencia de todo aquello que nos acomode, nos instale, nos prometa felicidad caduca y falsa.
Un tiempo bueno que nos puede ayudar mucho es, dejándonos conducir, ponernos en Manos el Espíritu y en camino cuaresmal hacia la Pascua. Eso abrirá nuestros ojos para ver claro y hacer luz en nuestro camino.
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