sábado, 16 de julio de 2011

JACQUES MARITAIN : FUENTE FILOSÓFICA DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

JACQUES MARITAIN : FUENTE FILOSÓFICA DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

JACQUES MARITAIN : FUENTE FILOSÓFICA DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

de Carmen Cuevas Oyarzun, el jueves, 14 de julio de 2011 a las 17:35 y Viernes, 15 de julio de 2011 a las 17:56

Jacques Maritain nació en París el 18 de Noviembre de 1882. Creció en esa ciudad apenas guiado espiritualmente en el protestantismo de su madre. Cuando ingresó al Liceo Henri IV, no poseía ninguna convicción religiosa en particular. Se inscribió en la Sorbona en 1901 durante la rica y corrupta Tercera República de Francia, en una época en que el rabioso anticlericalismo francés había convertido a la Iglesia en un gueto intelectual. Un rígido empirismo había efectivamente excluido toda discusión respetuosa en materias espirituales.

Un día, en que Jacques caminaba de la mano con su novia judía, Raïssa, por un parque parisiense, hicieron una pacto según el cual, si dentro de un año no encontraban ningún sentido a la vida más allá de su significación material, ambos se suicidarían.

) que los guió a la fe católica.Tal desesperación desapareció cuando, en el Colegio de Francia, escucharon las clases de Henri Bergson, cuyas teorías de la creación evolutiva exaltaban el espíritu del hombre y su habilidad para descubrir las cosas inteligibles a través de la intuición. En 1905, los recién casados Jacques y Raïssa conocieron al apasionado católico León Bloy (

Pronto Maritain comenzó a estudiar el masivo trabajo de Santo Tomás de Aquino. Como Santo Tomás había fundado en Aristóteles una base filosófica para armonizar la razón humana con la fe cristiana, Maritain descubrió en él las posibilidades de traer a la edad moderna, dominada por el escepticismo y la ciencia, un Tomismo rejuvenecido.

'Los Grados del Saber'es, ante todo, un mal de la inteligencia”"El mal que sufren los tiempos modernos

En lo más alto de su fama en los años 20s y 30s, Maritain disertó en Oxford, Yale, Notre Dame y Chicago. También enseñó en París, Princeton y Toronto. Después de la Segunda Guerra Mundial, sirvió por tres años como embajador de Francia ante el Vaticano. En 1963 el gobierno francés lo honró con el Gran Premio Nacional de las Letras.

.Los cincuenta y tantos libros que Maritain escribió, a lo largo de un período de más de medio siglo y traducidos a todas las lenguas mayores, le ganaron la distinción de ser

En sus libros, artículos y conferencias, Maritain llamó repetida y apasionadamente a la Iglesia a fin de que pusiese su teología y su filosofía en contacto con los problemas del presente. Su visión, calificada de liberal, en materias de política y justicia social le ganó acérrimos enemigos entre los pensadores ultraconservadores de la Iglesia. Incluso hubo intentos fallidos de que algunos de sus libros fuesen condenados por el Vaticano.

. Es más, Pablo VI incluso consideró hacerlo Cardenal, pero el filósofo rechazó tal proposición.El Papa Pablo VI honró a Maritain durante el Concilio Vaticano II y, en 1967, en un gesto sin precedentes en un Pontífice, lo reconoció como fuente de inspiración de su gran encíclica sobre justicia social y económica,

.Cuando en 1960 murió su amada esposa y colaboradora Raïssa, Maritain se retiró al silencio y a la oración en una cabaña con los Hermanitos de Jesús en Tolosa, Francia. Allí falleció en 1973, ocasión en que Pablo VI lo describió en público como

. En realidad, ningún pensador católico moderno ha hecho más en la tarea de alcanzar esa finalidad que Jacques Maritain.. En carta dirigida al poeta Jean Cocteau, le dijo: Maritain se refirió una vez a sí mismo como

La Persona y el Individuo

. Ésta es un pregunta muy apropiada para destacar, a la luz de la cultura moderna, el lugar común de la identificación de ambas. Encontramos esta identificación en las más variadas expresiones del individualismo, que afirma que un individuo tiene el derecho a perseguir los objetivos de su deseo sin consideración alguna de los efecto que esta acción pudiera tener en otros. La famosa frase de Jean Paul Sartre, en su obra de teatro No Existe - “el Infierno es la demás gente” - refleja esta extendida falta de preocupación que la gente centrada en sí misma tiene por otros. Un breve vistazo a la lista de libros de mayor venta en temas de auto ayuda corrobora este punto: ‘Ganar por medio de la Intimidación’, ‘Cómo ser su propio mejor amigo’, ‘Tenerlo Todo’, ‘Sea dueño de su propia vida’, ‘Divorcio Creativo’, ‘Cómo divorciarse de la Madre y del Padre’., que es su más claro y profundo tratamiento de la persona, Maritain pregunta si la persona es simplemente nada más que el En el libro

La pregunta de Maritain pudiera tener hoy mayor validez que nunca antes, considerando la desmesurada preocupación por el egoísmo de la sociedad presente. Numerosos críticos de la cultura contemporánea han estudiado en gran detalle este fenómeno. He aquí algunos trabajos notables que vienen a la mente: ‘La Cultura del Narcisismo’ de Christopher Lasch; ‘La Sicología como Religión’ y ‘El Culto a la Autoadoración’ de Paul Vitz; ‘La Herejía del Amor al Yo’ de Paul Zweig; ‘La Inflación del Yo’ de David Myers; ‘La Era de la Sensación’ de Herbert Hendin.

.Las revistas populares y virtualmente toda la propaganda comercial están basadas en la noción de que la persona humana no es más que el mero individuo, un centro para la experimentación de los placeres y la adquisición de bienes materiales. El novelista Thomas Pynchon captura la esencia de este ser consumidor al describir a uno de sus personajes

Aquí Maritain se abstiene de ser moralista. No se dirige contra el mal o la estrechez del yo. Por el contrario, nos aconseja no apresurarnos en desecharlo, señalando que nadie puede llegar a ser santo sin un fuerte sentido de sí mismo.

. Resulta extremadamente claro que el yo no puede ser igualado con la persona, puesto que aquello que es “detestable” no puede ser lo mismo que aquello que es “lo lo más perfecto en toda la naturaleza”. ¿Cómo resolver esta aparente contradicción?, mientras que, por otra, recuerda que Santo Tomás afirma que Maritain quiere llevarnos a una mayor profundidad en este asunto. En efecto, visto superficialmente, pareciera que aquí existiese una contradicción. Por una parte, se refiere a la afirmación de Pascal

. Notemos aquí que aquello que es distinguible en la mente no lo es necesariamente en la naturaleza. Así por ejemplo, podemos mentalmente distinguir los lados derecho e izquierdo de una hoja de papel, pero, si cortamos el lado derecho, no logramos removerlo para dejar un pedazo de papel que sólo tiene el lado izquierdo. Cortando el lado derecho solamente conseguimos un papel más pequeño que todavía tiene un lado derecho de igual proporción a su contraparte izquierda. No podemos separar la derecha y la izquierda en la realidad no obstante ser posible lograr una distinción muy útil y práctica de ambas en la mente. yMaritain elude esta contradicción estableciendo una distinción crucial entre

. La filosofía consiste en distinguir, pero no con el propósito último de descomponer las cosas en fragmentos, sino de apreciar más profundamente la diversidad dentro de la unidad, la multifacética constitución del ser, la manera en que el objeto de la preocupación filosófica se integra. Maritain nos propone entender cómo la individualidad y la personalidad (que son principios y no realidades independientes) se combinan, como el cuerpo y el alma, para formar la unidad singular del ser humano.Del mismo modo, aunque es posible distinguir entre individualidad y personalidad, no es posible separar una de otra en el ser humano concreto. Se ha dicho que el lema de la vida filosófica de Maritain fue

. El gran científico, matemático, filósofo y pensador religioso del siglo XVI, explica que detestamos el yo porque puede imponerse como el centro de todo, una imposición que está en directa oposición a la justicia. En otras palabras, el yo tiene dos cualidades: es injusto porque se auto convierte en el centro de todo; es detestable para otros porque trata de intimidarlos, puesto que cada yo es el enemigo y procura ser el tirano de todos los otros. Puede eliminarse su aspecto desagradable, pero no su injusticia. se encuentra en su obra clásica,La afirmación de Pascal de que

, que corresponde a la verdadera personalidad, es lo que Santo Tomás tiene en mente cuando habla de la fuente de la generosidad y la bondad., tiende a atraerlo todo hacia sí mismo. Por el contrario, el , que es Maritain argumenta en forma similar que el

. La primera se refiere a la vida individual, la vida contenida en una cosa viviente singular. La segunda, sin embargo, se refiere a una forma de vida trascendente, que puede ser compartida. La doctrina cristiana de la Trinidad sigue un línea similar. Cada persona en la Santísima Trinidad tiene su propia individualidad. Mas, sin embargo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo poseen una abundancia de vida que comparten uno con otro en forma tan íntima que los tres juntos constituyen un Dios único y singular. y La distinción entre individualidad y personalidad tiene sus raíces en el mundo antiguo. Los griegos tenían dos palabras para indicar vida:

(una comunión de personas), una unión dos-en-una-carne de dos individuos que trascienden sus respectivas singularidades para compartir entre sí sus personalidades en una unidad que es sagrada y profunda.Más recientemente, el Papa Juan Pablo II ha vuelto a enfatizar cómo el matrimonio entre un hombre y una mujer es una imagen de la Trinidad y

‘Cómo llegar a ser un Individuo’‘Cómo llegar a ser una Persona’. es el fruto de la teología judía y cristiana. Separada de esta raíz, la “persona” queda truncada como El sicólogo Paul Vitz ha explicado que el concepto de

Maritain hace referencia a la contribución al personalismo del filósofo existencialista cristiano Nicolás Berdiaeff. Este destacado pensador ruso escribió apasionada y extensamente sobre la “persona”. Para él, la noción de persona captura la la cualidad doble y polarizada del ser humano. Las siguientes palabras suyas podrían haber sido escritas por el propio Maritain:

“El hombre es una personalidad no por naturaleza sino por espíritu. Por naturaleza es solamente un individuo. Por personalidad es un microcosmos, un universo completo. Como tal, es un contenido universal y, al mismo tiempo, puede ser un universo potencial en la forma de un individuo... En cuanto personalidad es infinitamente abierto, entra en lo infinito, y admite lo infinito en sí mismo; en su auto-revelación se dirige hacia un contenido infinito.”

Resuelta la aparente contradicción distinguiendo las polaridades material y espiritual, Maritain se adentra con mayor profundidad en la discusión de la individualidad.

La Individualidad

de toda esencia, la existencia concretiza la esencia en realidad.; es aquello en virtud de lo cual algo llega a ser verdaderamente real. Como , para el Doctor Angélico, es haciendo eco del existencialismo de su maestro, Santo Tomás de Aquino. LaEn un sentido fundamental inteligible para la mayoría de la gente, sólo los individuos existen en el mundo extramental de la realidad concreta. Las ideas y sus semejantes no tienen una existencia real, es decir, no son capaces de ejercitar el acto de existir. Aquí, Maritain habla como un

Es preciso agregar aquí que no es la esencia lo que existe (y ciertamente, no es la existencia lo que existe), sino el sujeto subyacente. Es este sujeto el que ejercita el acto de existencia y, con ello, permite a una esencia penetrar en el mundo de lo real. Para Maritain y Santo Tomás, la realidad está compuesta de sujetos que ejercitan la existencia y manifiestan una esencia. Este es un punto crucial que permite al filósofo distinguir las entidades reales de aquellas esencias platónicas o formas ideales que flotan en un paraíso de abstracciones.

“individualizados por la materia” individualizadosLa individualidad es, por consiguiente, común a todas las cosas que existen. Así, los ángeles y Dios son individuos. Los espíritus puros son individuos en virtud de su forma.

”.” de un computador, que es la mera potencialidad de recibir la información contenida en la programación de “Las personas humanas, porque son materiales, tienen su individualidad enraizada en la materia. La materia, en sí misma, es una mera potencia de recibir formas. Su naturaleza está esencialmente referida a aquello que puede dar forma. En términos muy simples, podría decirse que es algo análogo al “

A causa de esta naturaleza radicalmente parasitaria de la materia, Maritain se refiere a ella a una clase de “no-ser” en sí misma. Y porque es esencialmente relativa a la forma, también habla de la materia como una “avidez de ser”. Juntas, materia y forma, constituyen una unidad sustancial. La persona humana es una sustancia singular unificada, un todo dinámico que es la síntesis de cuerpo y alma.

La Personalidad

Luego de discutir el lado individual del hombre, Maritain se vuelve a la más difícil tarea de expresar el significado de su personalidad. Comienza este tratamiento explicando como el amor es el movimiento que dirige al yo hasta el centro de su personalidad. El amor no está relacionado con las esencias, o las cualidades o los placeres, sino con la afirmación del centro metafísico de la bienamada personalidad. El amor no ignora las cualidades de aquel que es amado. Es, en realidad, uno con él. Más aún, el que ama no se conforma con expresar su amor otorgando dones que solamente simbolizan su amor. Él se da a sí mismo.

En el centro metafísico de la personalidad se encuentra la capacidad de darse a sí mismo como persona y de recibir el don de otra persona. Esto no sería posible si los amantes no fuesen sujetos capaces de una afirmación recíproca sujeto-a-sujeto. El amor encuentra su fuente en la metafísica de la inter-subjetividad.

Maritain se adentra aquí en esa noción que ha dado tantos dolores de cabeza a los estudiantes de filosofía: la noción de subsistencia. Ésta es una noción crítica porque es indispensable para establecer, filosóficamente, la realidad del sujeto (como opuesto al objeto). El sujeto, por su parte, es importante porque sólo un sujeto puede existir como persona.

. En todo caso, es preciso afirmar que no es la esencia lo que existe sino el sujeto. Esencia es aquella cosa que es; el sujeto es aquello que tiene una esencia, aquello que ejercita la existencia y la acción, aquello que El sujeto existencial (como la existencia misma) elude los poderes de la conceptualización. No es un objeto de pensamiento, algo que podemos captar intelectualmente. Por ello, tiende a estar ausente de muchas filosofías, particularmente aquellas de orientación racionalista. El intelecto conoce las cosas como objetos. Mientras que el amor se mueve en un plano diferente y ama al otro en cuanto sujeto. La naturaleza del sujeto es tal que trasciende la operación del intelecto.

La subjetividad marca la frontera que separa la filosofía de la religión. La filosofía consiste en la relación de inteligencia a objeto; mientras que la religión se presenta en la relación de sujeto a sujeto. El amor nos da la oportunidad de establecer una relación de persona a persona. Puesto que Dios es amor, la religión viene a ser un paradigma de esta experiencia de inter-subjetividad.

La subjetividad tanto recibe como da. Recibe por medio del intelecto sobreexistiendo en el conocimiento. Da por medio de la voluntad sobreexistiendo en el amor. Mas, dado que es mejor dar que recibir, es por medio del amor que una persona logra alcanzar la suprema revelación de su realidad personal. Y descubre al mismo tiempo la generosidad básica de su existencia, en la que realiza el significado mismo de estar vivo.

. El amor rompe así las barreras que mantienen a las gentes a la distancia, mirándose unos a otros como objetos. Convierte al ser que amo en otro yo mismo, es decir, en otra subjetividad de mi mismo, en otra subjetividad que es mía. El amor perfecciona nuestra personalidad; nos ayuda a alcanzar más completamente el propósito mismo de nuestra existencia, el cual, en palabras de Maritain es

La vida de la personalidad no es la auto-preservación ni el auto-engrandecimiento como lo es la vida del individuo, sino el auto-desarrollo y el don de uno mismo. Supone sacrificio, y el sacrificio no puede ser impersonal. El individualismo sicológico, tan característico de los siglos XIX y XX es exactamente lo opuesto al personalismo. La personalidad comparte su vida cultivada con la vida de otros. En el proceso de desarrollo de esta comunión personal con otros, es indispensable el diálogo. Sin embargo, como lo señala Maritain, en la actualidad semejante comunicación es raramente posible.

.. Por ello, la alienación, personal e intelectual, parece más característica en el hombre moderno que el amor en la unión personal. Este infeliz estado de cosas está directamente asociado al lado material del hombre, cuya fuerza gravitacional interna lo empuja lejos de la demás gente. Sólo las personas pueden surgir en el diálogo, porque sólo ellas son capaces de participar en la vida común. Como individuos, la gente está dividida y alienada unos por otros. En palabras de Maritain, En realidad, como lo ha planteado otro pensador personalista, Martin Buber, el hecho que la gente

- escribe - El novelista católico, Walker Percy, ha representado este estado de alienación del hombre moderno en su libro ‘Perdido en el Cosmo: El último Libro de Auto-ayuda’. Como Maritain, Percy ve la raíz de esta situación en el aislamiento cartesiano del yo consciente tanto del vínculo con su todo personal, como de su lugar en el universo.

La noción de personalidad de Maritain tiene un profundas implicaciones religiosas, específicamente cristianas. Por medio de la comunicación del amor con otros, la persona comienza a apreciar las inagotables riquezas de la subjetividad. Esta imagen de lo infinito implica una Fuente de infinita plenitud.



.La persona ¿no es por ventura el yo? Mi persona ¿no es por ventura yo mismo? Hagamos hincapié, antes de pasar adelante, en las profundas contradicciones a que da lugar esta palabra y esta noción del

; palabras que revelan un carácter terriblemente 'personal'. Y según esto podría creerse que la personalidad consiste en realizarse o desenvolverse a sí propio a costa de los demás, y que implica necesariamente cierta especie de egoísmo e impermeabilidad debidos al hecho de que todo el lugar está ocupado en un hombre preocupado de sí y de sus cosas.. Y cuando de alguien se dice que tiene un carácter muy 'personal', ¿no es cierto que por esas palabras entendemos un carácter encerrado en sí mismo, imperioso, dominante, apenas capaz de amistad? Un gran artista contemporáneo decía: Todo el mundo conoce el dicho de Pascal:

Por otro lado, no obstante, ¿no es verdad que es un grave reproche decir a alguien que carece de personalidad? ¿Y no es cierto, asimismo, que los héroes y los santos aparecen ante nuestros ojos como lo más subido de la personalidad, y a la vez de la generosidad? Nada se ha realizado de grande en el mundo si no es a base de una heroica fidelidad a una verdad que un hombre que dice yo, ha contemplado de frente y por la cual se sacrifica; a una misión que ese hombre, persona humana, debe realizar, y de la que sólo él, acaso, tiene conciencia, y en aras de la cual sacrifica su vida entera.

Basta abrir el Evangelio para cerciorarse de que no ha existido personalidad mejor asentada que la de Cristo. El dogma revelado nos enseña que se trata de la personalidad misma del Verbo encarnado.

.En consecuencia, y como contrapartida de las citadas palabras de Pascal, surgen en nuestra memoria aquellas otras de Santo Tomás:

Pascal afirma que el yo es odioso. Mas Santo Tomás enseña que el que ama a Dios debe también amarse a sí mismo por Dios; debe amar su cuerpo y su alma con amor de caridad.

El replegarse sobre sí mismo – los psicólogos modernos llaman a eso introversión – puede ser causa de muchos desarreglos; y es opinión mía que muchos de aquellos que han sido formados en un estricto puritanismo se lamentan del dolor y de la especie de parálisis interior a que da lugar la auto conciencia de sí mismo. Mas, por otra parte, los filósofos, Hegel en particular (después de San Agustín), nos dicen que la facultad de tomar conciencia de sí mismos es uno de los privilegios del espíritu, y que los grandes progresos de la humanidad no son sino progresos en ese tomar conciencia de sí.

¿Qué decir de tales contradicciones? Ellas significan que el ser humano está situado entre dos polos: uno material, que no atañe, en realidad, a la persona verdadera, sino más bien a la sombra de la personalidad o a eso que llamamos, en el sentido estricto de la palabra, la individualidad; y otro polo espiritual, que concierne a la verdadera personalidad.

Al polo material, al individuo convertido en centro de todas las cosas, se refieren las palabras de Pascal; y el polo espiritual, en cambio, la persona, fuente de libertad y de bondad, es lo que hay que entender por las palabras de Santo Tomás.

Y nos encontramos así cara a cara con la distinción entre individualidad y personalidad.

en la filosofía hindú. Tal distinción es fundamental en la doctrina de Santo Tomás. Los problemas sociológicos, y aun los problemas espirituales, le han dado actualidad en nuestros días. Escuelas muy diversas la invocan: los tomistas, ciertos discípulos de Proudhon, Nicolás Berdiaev y los filósofos que antes de la invasión de la nueva tropa existencialista se llamaban ya "existenciales"… y del Esta distinción no es cosa nueva; es una distinción clásica que pertenece al acervo intelectual de la humanidad. A ella equivale la distinción del

Es fundamental distinguir entre individuo y persona, y no es menos importante comprender bien esta distinción.

.Tratemos en primer lugar de la

Fuera del espíritu sólo existen realidades individuales. Y, por supuesto, las realidades colectivas compuestas de individuos, tales como la sociedad. Sólo ellas están en estado de ejercer o realizar el acto de existir. La individualidad se opone al estado de universalidad en el que las cosas están en el espíritu, y designa el estado concreto de unidad o de indivisión necesario para existir, y merced al cual toda naturaleza existente o capaz de existir se pone en la existencia como distinta de los demás seres. La divina esencia, en su soberana unidad y simplicidad, es supremamente individual. Las formas puras, es decir, los espíritus puros están por sí mismos, o sea en razón de aquello que constituye su inteligibilidad sustancial, en estado de individualidad.

Cosa diferente acaece con las cosas de este mundo, es decir, con los seres materiales. Según el Doctor Angélico, la individualidad de las cosas tiene su raíz y razón en la materia, en cuanto exige ésta ocupar en el espacio una posición distinta de cualquier otra posición. La materia es en sí misma una especie de no ser, simple potencia de receptividad y de mutabilidad sustancial, como una tendencia o avidez de ser. Y en todo ser constituido de materia, esta pura potencia va sellada de una energía metafísica – forma o alma – que constituye junto con ella una unidad sustancial, y que la determina a ser lo que es, y que, por el mero hecho de estar ordenada a informar a la materia, queda particularizada a tal o a cual otro ser que, junto con otros muchos sumergidos asimismo en la especialidad, participan de la misma naturaleza específica.

El alma humana, según esta doctrina, constituye, junto con la materia que informa, una sola sustancia, camal y espiritual a la vez. Al revés de lo que creía Descartes, el alma no es una cosa – el pensamiento – que existe en sí misma como un ser completo; ni el cuerpo es otra cosa – la extensión – que existe en sí mismo como un ser completo; sino que el alma y la materia son dos co-principios sustanciales de un mismo ser, de una sola y única realidad que se llama el hombre; y siendo cada alma hecha para animar un cuerpo determinado (cuya materia proviene de las células germinativas que lo han traído a la existencia con toda su carga hereditaria), y teniendo cada alma una relación sustancial a un cuerpo particular, por eso el alma tiene en su propia sustancia caracteres individuales que la diferencian de todas las demás almas.

(la materia considerada como cantidad). Sus formas específicas y sus esencias no son individuales por sí mismas, sino por su relación trascendental a la materia tomada como haciendo relación y situada en el espacio.Tanto en el hombre como en los demás seres corporales, en el átomo, en la molécula, en la planta, en el animal, la individualidad tiene por raíz ontológica primaria: a la materia. Tal es la doctrina de Santo Tomás acerca de la individualidad de las cosas materiales. El carácter común de todos los seres que existen, a saber, el ser unos y distintos de todos los demás, las cosas materiales no lo poseen, como los espíritus puros, en razón de la forma que las constituye en tal o cual grado de inteligibilidad específica, sino en razón de algo que está por debajo del nivel de inteligibilidad en acto que es propio de las formas separadas, ya que existan, ya que sean meras abstracciones de la mente. La razón de que sean individuales es la

Hemos dicho que la materia es como una cierta ansia de ser, sin especial determinación que nazca de ella misma, y que recibe de la forma todas sus determinaciones. Podríase decir que en cada uno de nosotros la individualidad, por ser en mí lo que de mí excluye todo lo que son los otros, equivale a la mezquindad del ego, constantemente amenazada y siempre ávida de tomar para sí, que deriva de la materia en una carne animada por el espíritu.

El hombre, en cuanto individualidad material, no posee sino una unidad precaria, que constantemente tiende a volver a caer en la multiplicidad, ya que la materia tiende por naturaleza a desintegrarse, como el espacio a dividirse.

En cuanto somos individuos, cada uno de nosotros es un fragmento de una especie, una parte de este universo, un puntito de la inmensa red de fuerzas y de influencias cósmicas, étnicas, históricas, por cuyas leyes está regido; puntito sometido al determinismo del mundo físico. Mas cada uno de nosotros es al mismo tiempo una persona; y en cuanto somos una persona, dejamos de estar sometidos a los astros; cada uno de nosotros subsiste todo entero por la subsistencia misma del alma espiritual, y ésta es en cada uno un principio de unidad creadora, de independencia y de libertad.

.Pasemos ahora a la

La personalidad es un misterio aun más profundo, y cuyo significado esencial es todavía más difícil de averiguar. Para entrar en el terreno de la investigación de la personalidad, creemos que el mejor camino es considerar las relaciones de la personalidad y del amor.

. Tales palabras son falsas, y en su autor son reliquias de un racionalismo del que se proclamaba inmune. El amor no se dirige a cualidades, no son cualidades lo que se ama; lo que yo amo es una realidad, la más profunda, sustancial y escondida, la más existente, del ser amado: un centro metafísico más profundo que todas las cualidades y esencias que me es posible descubrir en el ser amado. De ahí tantas y tan variadas expresiones como brotan sin cesar de labios de los amantes.Dice Pascal:

A ese centro es adonde va el amor, sin prescindir, sin duda, de las "cualidades", pero formando un todo con ellas.

Un centro, en cierto modo inagotable, de existencia, de bondad y de acción, capaz de dar y de darse y capaz de recibir no tal o cual don hecho por otro, sino a ese mismo otro como don, a un otro que se da a sí como en don. Y así nos hallamos, mediante la consideración de la ley propia del amor, dentro del problema metafísico de la persona. El amor no tiende hacia cualidades, ni hacia naturalezas o esencias, sino a la persona.

tú eres tú mismo y no un Montesco… Renuncia a tu nombre, Romeo, y en lugar de ese nombre, que no es parte de ti, tómame a mí toda entera”"Tú eres tú mismo

, capaz de rodearse a sí misma de inteligencia y de libertad, y de sobreexistir en conocimiento y en amor. Por eso la tradición metafísica occidental define a la persona por la independencia, como una realidad que, subsistiendo espiritualmente, constituye un universo aparte y un todo independiente (con independencia relativa) en el gran todo del universo y cara a cara del Todo trascendente que es Dios. Y por eso mismo esa misma tradición filosófica ve en Dios la soberana Personalidad, ya que la existencia de Dios consiste en una pura y absoluta sobreexistencia de intelección y de amor.; y no basta existir sólo corno existen las otras cosas, sino que es preciso existir de una manera eminente, poseyéndose a sí mismo, teniéndose a sí mismo por la mano, disponiendo del propio destino, es decir, que hay que existir con una Para poder darse, preciso es existir primero, y no solamente como ese sonido que atraviesa el aire o como una idea que atraviesa por mi espíritu, sino como

La noción de personalidad no radica en la materia a la manera de la noción de la individualidad de las cosas corporales, sino que se basa en las más profundas y más excelsas dimensiones del ser; la personalidad tiene por raíz al espíritu en cuanto éste se pone o realiza en la existencia y en ella sobreabunda. Metafísicamente considerada, la personalidad es, como con muy fundadas razones lo sostiene la escuela tomista, la "subsistencia", este último acabamiento por el cual el influjo creador imprime en ella una naturaleza frente a todo el orden de la existencia, de manera que la existencia que recibe es su existencia y su perfección; la personalidad es la "subsistencia" del alma espiritual comunicada al compuesto humano; siendo en mi sustancia una firma o sello que la coloca en estado de poseer su existencia y de completarse libremente y de darse libremente, ella testimonia en nosotros la generosidad o la expansividad de ser que se debe al espíritu en un espíritu encarnado, y que constituye, en los profundos secretos de su estructura ontológica, una fuente de unidad dinámica y de unificación interna.

De modo que la personalidad significa interioridad propia, en sí misma. Mas por ser precisamente el espíritu el que hace que el hombre, a diferencia de la plantea y del animal, traspase las fronteras de la independencia propiamente dicha y de la propia interioridad, nada tiene que ver la subjetividad de la persona con la unidad sin puertas ni ventanas de la mónada leibniziana, sino que más bien exige la expansión y la comunicación de la inteligencia y del amor. Por el mero hecho de ser yo una persona y de comunicarme a mí mismo, exijo comunicarme con el otro, y con los otros, en el orden del conocimiento y del amor.

Es esencial a la personalidad el exigir un diálogo en el que las almas se comuniquen entre sí. Tal comunicación pocas veces es posible; y por eso la personalidad parece ligada en el hombre a la experiencia del dolor, mucho más profundamente que a la del esfuerzo creador. La persona tiene relación directa con el absoluto, en la que sólo ella puede alcanzar su plena suficiencia; su patria espiritual es todo el universo del absoluto y los bienes indefectibles, que son como la introducción al Todo absoluto que trasciende al mundo entero.

En definitiva, y para pedir al pensamiento religioso la última palabra acerca de esta cuestión, lo más hondo y esencial de la dignidad de la persona humana es el tener con Dios no solamente un parecido común a las demás criaturas, sino el parecérsele en propiedad, el ser imagen de Dios, porque Dios es espíritu, y el alma procede de Dios, ya que tiene por principio de vida un alma espiritual, un espíritu capaz de conocer, de amar y de ser elevado por la gracia a participar de la misma vida de Dios, para conocerle, finalmente, y amarle como se conoce y ama él mismo.

Tales son, a nuestro entender, estos dos aspectos metafísicos del ser humano: individualidad y personalidad, con sus fisonomías ontológicas propias.

Unidad de la individualidad y la personalidad en un mismo ser

Es muy evidente – insistimos para evitar errores y contrasentidos –, es muy evidente que no se trata de dos cosas separadas. No existe en mí una realidad que se llama mi individuo y otra que se dice mi persona; sino que es un mismo ser, el cual en un sentido es individuo y en otro es persona. Todo yo soy individuo en razón de lo que poseo por la materia, y todo entero persona por lo que me viene del espíritu; del mismo modo que un cuadro es todo él un complejo físico-químico por las materias colorantes que lo componen, y a la vez todo entero es una obra bella merced al arte del pintor.

Tengamos también en cuenta que la individualidad material no es en modo alguno una cosa mala en sí. De ninguna manera. Se trata de algo bueno, ya que se trata de la condición misma de nuestra existencia. Pero si es buena la individualidad, lo es precisamente en orden a la personalidad; el mal está en dar, en nuestros actos, la primacía a ese aspecto de nuestro ser. Es incuestionable que cada uno de mis actos es acto mío, de mi individuo, y acto de mi persona; mas precisamente por ser libre y ocuparme todo entero, cada uno de mis actos es arrastrado ya en un movimiento que va hacia el centro supremo al que tiende la personalidad, o bien en un movimiento que va hacia la dispersión en la que, abandonada a sí misma, la individualidad material cada vez cae más bajo.

Débese notar aquí que el hombre debe realizar y completar, por su voluntad, aquello que su naturaleza es en bosquejo. Según una frase conocida que remonta a Píndaro, y que es de mucha profundidad, el hombre debe devenir o hacerse lo que es. Y esto a costa de muchos dolores y a través de grandes dificultades. Con su propio esfuerzo debe alcanzar, en el orden moral, su libertad y su personalidad: En otros términos y como lo hacíamos notar hace un momento, sus actos pueden seguir o bien el camino de la personalidad, o bien la inclinación de la individualidad material. Si el desenvolvimiento del ser humano se realiza en el sentido de la individualidad material, caminará en la dirección del yo odioso, cuya ley es tomar, absorber en provecho propio y egoísta; y por lo mismo la personalidad como tal tenderá a alterarse y disolverse. Si por el contrario, ese desenvolvimiento toma el sentido de la personalidad espiritual, se encauzará el hombre por la senda del yo generoso de los héroes y de los santos. El hombre no será verdaderamente una persona sino en la medida en que la vida del espíritu y de la libertad triunfen en él sobre la de los sentidos y de las pasiones.

Y aquí nos encontramos frente a frente con el terrible problema de la educación del ser humano. Son muchos los que confunden la persona con el individuo; para dar a la personalidad su desarrollo y la libertad de expansión a que naturalmente aspira, comienzan por huir de toda ascesis y privación, pretendiendo que el hombre dé sus frutos sin poda alguna. Y sucede que ese hombre se dispersa y se disocia; el corazón se atrofia y se exaspera el sentido. Otras veces todo lo que en el hombre hay de más humano se achica en una especie de vacío recubierto de frivolidad.

Otros comprenden torcidamente la distinción entre individuo y persona, creyéndola una separación. Piensan que existen en nosotros dos seres separados: el del individuo y el de la persona. Y su sistema de educadores es: ¡Muerte al individuo! ¡Viva la persona! Lo malo es que al matar al individuo, matan también a la persona. El concepto despótico del progreso del ser humano no es mejor que el concepto anárquico. El ideal de esa concepción despótica parece ser, en su primera fase, robarnos el corazón; y en la segunda, reemplazarlo por el corazón de un ángel. La segunda operación es más difícil que la primera y tiene éxito las menos de las veces. En lugar de la persona auténtica, en la que va impresa la misteriosa faz del Creador, surge una máscara, la máscara austera del fariseo.

En realidad, lo que importa más para la educación y el progreso del hombre, en el orden moral y espiritual (así como en el desarrollo orgánico), es el principio interior; aquí, en concreto, la naturaleza y la gracia.

Nuestros medios humanos no son sino auxiliares; nuestro arte, un arte de cooperación al servicio de este principio interior. Y todo ese arte consiste en suprimir, tanto en lo que hace al individuo como en lo que afecta a la persona, de tal manera que en la intimidad del ser la pesadez del individuo disminuya, y en cambio la de la verdadera personalidad y la de su generosidad vaya en aumento. Arte preñado de dificultades.

Persona y Sociedad

Comencemos por los problemas concernientes a la sociedad y a sus relaciones con la persona. Dijimos, al hablar de los caracteres típicos de la persona, que es esencial a la personalidad el tender a la comunión.

., ser miembro de una sociedad. Las sociedades animales sólo en sentido impropio se llaman sociedades o ciudades. No pasan de ser agrupaciones colectivas formadas de simples individuos. La sociedad propiamente dicha, la sociedad humana, es una sociedad de personas; sólo por estar compuesta de personas es la ciudad digna de este nombre. , en virtud de su dignidad así como de sus Importa insistir sobre este punto que tan a menudo se echa en olvido: la persona exige por

mismas que le son propias y en virtud de esa tendencia a la comunicación del conocimiento y del amor de que hemos hablado, y que exigen establecer relaciones con las demás personas. Considerada bajo el aspecto de su generosidad radical, la persona humana tiende a sobreabundar en las comunicaciones sociales, según la ley de la sobreabundancia que está escrita en lo más profundo del ser, de la vida, de la inteligencia y del amor.¿Por qué razón la persona exige por naturaleza vivir en sociedad? En primer lugar, en cuanto es persona, es decir en virtud de las

, es decir, en virtud de las exigencias que derivan de su individualidad material. Considerada bajo el aspecto de esas necesidades, tiende a incorporarse a un cuerpo de comunicaciones sociales, sin lo cual es imposible que llegue a la plenitud de su vida y al cumplimiento de aquéllas. La sociedad aparece así como proporcionando a la persona las condiciones de existencia y de desenvolvimiento que necesita. No puede por sus solos recursos llegar a su plenitud; encuentra en la sociedad bienes que le son esenciales.En segundo lugar, la persona humana exige esa vida en sociedad en virtud de sus

El Bien Común

como fin del todo social; trátase de dos nociones correlativas que se completan mutuamente. El bien común es común por beneficiarse de él las personas, cada una de las cuales es como un espejo del todo. como unidad social se presenta la noción de Frente a esta noción de

En una sociedad animal el individuo no es persona y no tiene el valor de un "todo" moral, ni es sujeto de derechos. Aunque el bien del todo aprovecha a las partes, como e! bien de! cuerpo aprovecha a los miembros, no se puede sin embargo decir que ese bien revierta sobre ellos y entre ellos se redistribuya. Sólo a fin de que el mismo todo subsista y esté mejor servido, son las partes mantenidas en la vida o en buen estado. De esa manera participan del bien del todo, pero solamente como partes del todo. ¿Pues cómo sería posible que fuera el bien del todo, sin aprovechar a la vez a las partes que lo componen (salvo cuando exige el sacrificio de tal o cual parte, que en tal caso ella misma se expone al peligro, como la mano para salvar al cuerpo, ya que ama más al todo que a sí misma? Un tal bien es bien común en sentido general e impropiamente social, mas no es el bien común formalmente social a que nos referimos en el texto.

No es común al todo y a las partes sino en sentido impropio, porque no aprovecha a las partes por ellas mismas al mismo tiempo que por el todo, según las exigencias típicas de un todo compuesto de personas. Es más bien el bien propio del todo; cierto que no les es totalmente extraño a ellas, pero sólo las beneficia en razón de él mismo y del todo. Esta especie de bien común de la sociedad animal es analógicamente un bien "honesto", pero limitado a su propio orden, en el que el todo es un compuesto de individuos, no de personas.

El bien común – formalmente social – de la sociedad humana, para ser verdaderamente bien común, y bien "honesto", propiamente dicho, implica su redistribución o reversión a las personas como tales.

del materialismo individualista, según la cual los deberes de la ciudad se limitan a velar por el respeto de la libertad de cada individuo, y cuya consecuencia es que los fuertes opriman libremente a los débiles., o bien a la vieja concepción De modo que el fin de la sociedad no es el bien individual, ni la colección de los bienes individuales de cada una de las personas que la constituyen. Semejante fórmula destruiría la sociedad como tal en beneficio de las partes; vendría a derivar ya a una concepción francamente

el más elevado acceso posible (es decir, compatible con el bien del todo) de las personas a su vida de persona y a su libertad de desenvolvimiento, así como a las comunicaciones de bondad que de ahí proceden a su vez. Si el bien común de la ciudad implica, como luego volveremos a insistir, una ordinación intrínseca a algo que está sobre ella, es que ya en su misma constitución y en el interior de su esfera, la comunicación o devolución a las personas que integran la sociedad es una exigencia de la misma esencia del bien común. Da por supuestas a las personas y vuelve y se da a ellas, y en tal sentido se completa y realiza en ellas., sobre las cuales se difunde y que con él deben beneficiarse. Si no ha de correr el riesgo de desvirtuarse en su misma naturaleza, implica y exige el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona (junto con los derechos de la sociedad familiar a la que las personas pertenecen mucho antes que a la sociedad política); y encierra asimismo como valor de la multitud, de una multitud de personas; su comunicación en el bien vivir. Es pues, común , como el mismo cuerpo social es un todo de personas humanas, esta fórmula llevaría, por su lado, a otros errores, los del tipo totalitario. El bien común de la ciudad no es ni la simple colección de bienes privados, ni el bien propio de un todo que (como la especie, por ejemplo, respecto a los individuos, o como la colmena para con las abejas) sólo beneficia a ese todo sacrificándole las partes. Ese bien común es la conveniente El fin de la sociedad es el bien de la comunidad, el bien del cuerpo social. Pero si no se comprende bien que este bien del cuerpo social es un bien común de

, y se distribuye y es participado, en cierta medida, por cada uno de los individuos, ayudándoles así a perfeccionar su vida y su libertad de persona. Todas estas cosas son las que constituyen la buena vida humana de la multitud., de buenas costumbres y de sabias instituciones que dan su estructura a la nación, ni la herencia de sus gloriosos recuerdos históricos, de sus símbolos y de sus glorias, de sus tradiciones y de sus tesoros de cultura. El bien común comprende sin duda, todas esas cosas, pero con más razón otras muchas: algo más profundo, más concreto y más humano; porque encierra en sí, y sobre todo, la suma (que no es simple colección de unidades yuxtapuestas, ya que hasta en el orden matemático nos advierte Aristóteles que 6 no es lo mismo que 3 + 3), la suma digo o la integración sociológica de todo lo que supone conciencia cívica, de las virtudes políticas y del sentido del derecho y de la libertad, y de todo lo que hay de actividad, de prosperidad material y de tesoros espirituales, de sabiduría tradicional inconscientemente vivida, de rectitud moral, de justicia, de amistad, de felicidad, de virtud y de heroísmo, en la vida individual de los miembros de la comunidad, en cuanto todo esto es Lo que constituye el bien común de la sociedad política, no es pues solamente el conjunto de bienes o servicios de utilidad pública o de interés nacional (caminos, puertos, escuelas, etc.) que supone la organización de la vida común, ni las buenas finanzas del Estado, ni su pujanza militar; no es solamente el conjunto de leyes

a los pueblos que de esas cosas echan mano; mas esos medios llevan por naturaleza, en cuanto a actos políticos, es decir, en cuanto orientan en cierto modo la conducta común, a la destrucción del bien común de esos pueblos. a un gobierno, y procurar, por el momento al menos, ciertas , bien honesto; porque por un lado es una cosa moralmente buena en sí misma el asegurar la existencia de la multitud; y por otra parte, la existencia justa y moralmente buena de la comunidad debe ser de esa manera asegurada; y sólo a esta condición, a condición de estar conforme con la justicia y la bondad moral, el bien común es lo que es, bien de un pueblo, bien de una ciudad; y no el bien de una pandilla de gángsters y de asesinos. Por eso la perfidia, el menosprecio de los tratados y de la fe jurada, el asesinato político y la guerra injusta pueden ser Echase por ahí de ver, dicho sea de paso, que el bien común no es solamente un conjunto de ventajas y de utilidades, sino rectitud de vida, fin bueno en sí, al que los antiguos llamaban

de la persona humana, de las personas que constituyen la multitud unida, para integrar un pueblo, mediante relaciones no sólo de fuerza, sino de justicia. Las condiciones históricas y el estado aun retardado del desarrollo de la humanidad hacen que la vida social consiga con dificultad su fin pleno; mas el fin al cual esa vida tiende es el procurar el bien común de la multitud de tal suerte que la persona concreta alcance la más alta medida posible (es decir, compatible con el bien del todo) de independencia real dentro de la dependencia natural; independencia que es asegurada por las garantías económicas del trabajo y de la propiedad, por los derechos políticos, las virtudes morales y la cultura del espíritu.El bien común es una cosa éticamente buena. Y en ese bien común va incluido, como elemento esencial, el máximum de desenvolvimiento posible

También se ha de notar que por una parte el bien común de la sociedad civil implica que el hombre está todo entero ligado con ella – a diferencia del bien común de un sindicato de agricultores o de una sociedad de sabios, que sólo comprometen una parte de sus intereses; mientras que los ciudadanos en cuanto tales comprometen a la vez sus vidas, sus bienes y su honor.

Por otra parte, si bien se puede discutir que la noción de societas perfecta, que supone de lleno la noción del bien común de la sociedad política, se haya jamás realizado plenamente dentro de un grupo social determinado, es cierto al menos que su realización ha pasado por muchas pruebas a lo largo de la evolución histórica. Los Estados de nuestro tiempo están más apartados de ese tipo que la ciudad de los tiempos de Aristóteles o que el cuerpo político del tiempo de Suárez.Hoy el bien común ha dejado decididamente de ser únicamente el bien común de la nación, pero todavía no ha llegado a constituirse en el bien común de la comunidad civilizada. Mas no hay duda de que se encamina a ese término; por eso sería lo más puesto en razón hablar del bien común de un Estado o de una nación como de una simple área de condensación, por decido así, entre otras muchas semejantes, del bien común de la sociedad civilizada en conjunto.

Hemos hablado e insistido acerca de la sociabilidad de la persona y acerca de la naturaleza propiamente humana del bien común, que es un bien según justicia, y que debe revestir a las personas. Y cuyo principal valor es el acceso de la persona su libertad de desenvolvimiento.

Mas no hemos tocado aún un punto que se puede llamar la paradoja típica de la vida social. De nuevo vamos a encontrar aquí la distinción entre individuo y persona. Porque esta paradoja se debe a que cada uno de nosotros es, según lo dijimos ya, todo entero individuo y todo entero persona.

o valor inteligible del todo, de la totalidad, va indisolublemente unida a la de persona. Es ésa una tesis fundamental del tomismo. La persona es como tal un todo. El concepto de parte es opuesto al de persona.Para llevar convenientemente la discusión, no estarán de más algunas consideraciones metafísicas o más bien teológicas. Recordemos que la noción de persona es una noción analógica, que no se realiza plena y absolutamente sino en su analogado supremo: Dios, Acto puro. Y recordemos igualmente que para Santo Tomás la

.. Si tomamos esta expresión en su sentido pleno, llévanos derechamente – ya que la noción de sociedad es también una noción analógica –, a la sociedad de las divinas Personas. Allí, en la divina Trinidad, existe un todo, la esencia divina, bien común de tres Relaciones subsistentes, respecto del cual estos Tres que forman la sociedad trinitaria en modo alguno son partes, ya que son perfectamente idénticos a él: tres Todos que son el Todo.Decir que la sociedad es un todo compuesto de personas equivale a decir que

Debemos tener en cuenta aquí la irremediable insuficiencia de nuestro lenguaje. Basándose nuestra idea de la sociedad en la experiencia, y lo mismo nuestro modo de concebir las cosas, no tenemos otro medio de expresar el hecho de que las personas viven en sociedad sino diciendo que forman parte de la sociedad o que componen esa sociedad. Pero ¿puede decirse, a no ser con gran impropiedad, que las divinas Personas "forman parte" de la sociedad increada, o que "componen" esa sociedad? Precisamente aquí, al hablar de la sociedad por excelencia, de una sociedad de puras Personas, es donde más se echa de ver la irremediable deficiencia de nuestro lenguaje.

Subrayamos este punto esencial que constituye la dificultad propiamente dicha, y que es la clave de las aclaraciones que seguirán a continuación: que si la persona exige por sí misma "formar parte" o "ser miembro" de la sociedad, esto no significa que exija estar en la sociedad como una parte y ser tratada por la sociedad como una parte, sino que exige, por el contrario – y esto es una necesidad de la persona como tal –, el ser tratada en la sociedad como un todo.

Si queremos formamos idea justa de la sociedad humana, hemos de considerarla como situada, en la escala ontológica, entre el ejemplar increado, el sobreanalogado del concepto de sociedad, es decir, la sociedad divina, y aquello que no es siquiera un analogado, sino en sentido impropio y metafórico, del concepto de sociedad, es decir, la sociedad animal.

La sociedad humana, entre esos dos extremos, es una sociedad de personas que son individuos materiales, y están aisladas en sí mismas pero exigen el comunicar las unas con las otras hasta donde es posible hacerlo aquí abajo, antes de la comunión perfecta entre ellas y con Dios en la vida eterna, y cuyo bien común en la tierra es por un lado superior al bien propio de cada una, aunque revierta sobre cada una de ellas; y por otra parte mantiene en todas ellas las aspiraciones hacia su propio bien eterno, hacia el Todo trascendental, superando así el orden en el que se realiza el bien común de la ciudad terrenal.

, el bien de la sociedad y el bien de cada persona no sería sino un solo y único bien. Pero el hombre está muy lejos de ser pura persona; la persona humana es la persona de un pobre individuo material, de un animal que viene al mundo más pobre que todos los demás animales. Si bien la persona como tal es un todo independiente y lo que hay de más noble en la naturaleza, la persona humana, se halla en el grado más bajo de la personalidad; es una persona indigente y llena de necesidades.La persona como tal es un todo, un todo abierto y generoso. A decir verdad, si la sociedad humana fuera una sociedad de

Cuando entra a formar parte de la sociedad con sus semejantes lo hace en razón de sus deficiencias que son prueba de su condición de individuo dentro de una especie; la persona humana queda en esa sociedad como parte de un todo más grande y de mejor condición que sus partes y cuyo bien común es muy superior al bien de cada uno. Y no obstante la razón por la que exige entrar en sociedad es precisamente la personalidad como tal y las perfecciones que encierra como un todo independiente y abierto; de tal modo que es esencial al bien del todo social como queda dicho el revertir de una u otra manera sobre cada una de las personas. La persona humana es la que entra en la sociedad; y en cuanto es individuo entra como una parte cuyo bien propio es inferior al bien del todo (del todo de personas): el cual sin embargo no es lo que es – y de consiguiente superior al bien privado – si no sirve a las personas individuales y se distribuye entre ellas y respeta su dignidad.

, la sociedad misma y su bien común están indirectamente subordinadas, como a un fin de otro orden que está sobre ambos, a la realización perfecta de la persona y de sus aspiraciones supratemporales. Una sola alma humana vale más que todo el universo y que todo el conjunto de los bienes temporales; ninguna cosa es superior a un alma inmortal, sino Dios. Con respecto al destino eterno del alma, la sociedad es para cada persona y queda subordinada a ella.Por otro lado, en razón de su ordenación al absoluto y según que es llamada a un destino superior a lo temporal; dicho de otro modo, según las más altas exigencias de la personalidad como tal, la persona humana en cuanto totalidad espiritual subordinada y referida al Todo trascendental, está sobre todas las sociedades temporales y es superior a ellas. Y bajo este aspecto, respecto a las cosas

Decíamos poco ha que el bien común deja de ser lo que es si no retorna a las personas y se redistribuye entre ellas. Añadamos ahora – cosa que tiene mayor alcance, aunque deriva de los mismos principios –, que el bien común de la ciudad o de la civilización – bien común esencialmente humano y del que ningún hombre está separado –, no se mantiene en su verdadera naturaleza si no respeta aquello que es superior a él; si no está subordinado, no como puro medio sino como un fin infravalente, al orden de los bienes eternos y a los valores supratemporales de los que depende la vida humana.

Tal subordinación intrínseca se refiere antes que todo a la beatitud sobrenatural a la que la persona humana está directamente ordenada. Refiérese también y fundamentalmente, y deber del filósofo es hacerla resaltar, a todo aquello que, al pertenecer por naturaleza al orden de lo absoluto, trasciende de por sí a la sociedad política: me refiero a la ley natural y a las reglas de la justicia y a las exigencias' del amor fraterno; me refiero a la vida del espíritu, y a todo aquello que es en nosotros una incoación natural a la contemplación; me refiero a la dignidad inmaterial de la verdad, en todos los dominios y en todos los grados, por humildes que puedan parecer, del conocimiento especulativo, y a la dignidad inmaterial de la belleza; cosas ambas mucho más nobles que los objetos de la vida común y que se vengan y toman su desquite siempre que por éstos son suplantadas. Si la sociedad humana intenta desconocer esta subordinación y, en consecuencia, erigirse ella en bien supremo, pervierte automáticamente su naturaleza y la naturaleza misma del bien común, y destruye este mismo bien.

El bien común de la sociedad política es un bien honesto; mas es un bien práctico y no el bien absoluto, el objeto supremo del entendimiento especulativo. El bien común de la vita civilis es un fin último ciertamente, pero un fin último secundum quid y en un orden particular. Desnaturalízase si se encierra en sí mismo; por naturaleza !leva el secundar los fines superiores de la persona humana, la vocación de esa persona hacia bienes superiores a e!la está dentro de la esencia misma del bien común. Pasar por alto estas verdades es pecar a la vez contra la persona humana y contra el bien común.

Concepción personalista y comunitaria de la vida política

Cuando la persona humana mantiene frente a la opresión social el derecho de la justicia y de la caridad fraterna, cuando se remonta sobre la vida social en la vida solitaria del espíritu, cuando renuncia al banquete de la vida común para nutrirse de manjares trascendentales, cuando se adhiere, olvidando al parecer la ciudad, a la objetividad diamantina de la belleza y de la verdad, cuando obedece a Dios antes que a los hombres, en todas estas cosas esa persona sirve al bien común de la ciudad de una manera eminente.

Y cuando sacrifica lo que más ama al bien común de la ciudad, y sufre tormentos, y da su vida por ella, en todas estas cosas, a la vez que busca hacer el bien y obrar según justicia, ama también su propia alma, según el orden de la caridad, más que a la ciudad y más que al bien común de la ciudad.

, ya que estas dos palabras se completan y se exigen mutuamente. Así se comprende que nada hay de más erróneo que plantear el problema de la persona y el del bien común en términos de oposición. Este problema se plantea en realidad en términos de recíproca subordinación y de relación mutua.Por ahí se echa de ver que la verdadera concepción de la vida política no es ni exclusivamente personalista ni exclusivamente comunitaria, sino que es, según lo escribíamos hace años,

. (J.M. 'Los Derechos del Hombre y la Ley Natural')Por la naturaleza misma de las cosas, el hombre, como parte de la sociedad, se ordena al bien común y la obra común para la que se asocian los miembros de la sociedad, y renuncia si es preciso a otras actividades por naturaleza más nobles que las del cuerpo político, en aras de la comunidad; y por esa misma razón, la vida social impone a su vida de persona, tomada como parte del todo, no pocas restricciones y renunciamientos. Mas por lo mismo que estos sacrificios y renuncias son exigidos por la justicia y la amistad, contribuyen no poco a elevar el nivel espiritual de la persona.

Y cuando el hombre, como decíamos antes, acepta libremente, y no como esclavo fanatizado o como una víctima ciega, sino como hombre y ciudadano, la muerte por su pueblo y por su patria, entonces afirma, por un acto de tan excelsa virtud, la suprema independencia de la persona respecto a las cosas del mundo; al perderse temporalmente por la ciudad, la persona ofrece el sacrificio más real y más completo, y no obstante no hace ese sacrificio en vano, y aun en este caso la ciudad le beneficia, porque el alma del hombre es inmortal y el sacrificio la hace más acreedora a la gracia.

El simple hecho de existir, digámoslo de paso, ni es el bien supremo ni ninguno de los bienes absolutos a los que la persona como tal está ordenada; es no obstante la primera condición que se requiere para su ordenación a estos bienes. Menos preciosa que el bien moral y que el deber de asegurar la salud de la comunidad, y que el patrimonio humano y moral de la comunidad, y que el papel humano y moral asignado a lo largo de los siglos a la comunidad, la vida de un hombre es sin embargo, en cuanto es la vida de una persona, un bien superior a cualquier valor de simple utilidad social, por tratarse de la vida de una sustancia dotada de un alma espiritual y con derecho a su existencia. Pero no es la menor paradoja de nuestra condición el que este bien, de tan alto valor metafísico, está naturalmente expuesto y aun malgastado en innumerables contingencias, y a veces por razones bien insignificantes. Invocando bienes e intereses que apenas tienen relación con el bien común, la misma sociedad abusa con frecuencia de él y lo expone inconsideradamente.

La historia de la humanidad nos enseña con demasiada frecuencia que, como vida de un individuo en el todo, la vida humana apenas tiene importancia. Todos hemos podido ver del otro lado del Rin, y en nuestros días, a qué suerte de atrocidades es capaz de llegar una concepción biológica de la sociedad, en nombre de la cual llegó a considerarse lícito y hasta loable suprimir vidas humanas en cuanto esa sociedad las consideró como una carga para la comunidad.

En realidad, el privilegio inherente a la dignidad humana es inalienable, y la vida humana posee derechos sacratísimos. Es un crimen dar la muerte a un inocente para librar a la sociedad de bocas inútiles, o por razones de Estado. Es crimen exponer a la muerte a un prisionero para experimentar en él ciertas drogas que salvarán acaso a millares de enfermos. El cuerpo social, en una guerra justa, tiene el derecho de obligar a los ciudadanos a exponer su vida en la batalla; pero su derecho no se extiende a más, ni a decretar la muerte de un ciudadano por la salvación de la ciudad. Cuando se trata de ciertas misiones especiales en las que hombres van a una muerte cierta o casi cierta, échase mano de voluntarios: lo cual es sin duda una prueba de que se reconoce el derecho de la persona humana a la vida.

Aun en tales casos extremos hay algo que afirma el valor trascendental de la vida humana en cuanto es vida de una persona. Puede ésta en ciertos casos verse obligada en conciencia a exponer su vida, mas nunca a aceptar el estigma de ser considerada carne para el matadero como una bestia. Y precisamente porque es dueña de sí misma, y haciendo un acto de virtud, acepta la muerte.

. (J.M. 'De Bergson a Santo Tomás')Fuera, pues, de estos últimos casos exigidos por su dignidad, es cierto que, precisamente por ser toda entera (en cuanto individuo) parte de la comunidad, y por haber en cierto modo recibido todo lo que es de la misma comunidad, la persona está obligada en justicia a exponer su vida por la salud del todo cuando éste corre peligro. Y la razón de esta obligación no es otra sino que el bien común terrenal encierra en sí valores suprahumanos, y se refiere indirectamente al fin último del hombre.

Resumiendo: la persona humana como tal es una totalidad; el individuo material como tal o la persona como individuo material es una parte. Mientras que la persona, como persona, o como totalidad, tiene derecho pleno a que el bien común de la sociedad temporal retorne a ella; y aunque, por su ordenación al Todo trascendente, está por sobre la sociedad temporal, esa misma persona, como individuo o como parte, es inferior al todo y a él está subordinada, y como órgano del todo debe estar al servicio de la obra común.




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