Todos los defensores de la Misa Indultada dentro de la Iglesia Conciliar del Vaticano II vienen haciendo desde hace mucho tiempo una gran campaña para que, en el misal de Pablo VI se utilicen las palabras de Cristo de que su sangre iba a ser derramada 'por muchos' y no 'por todos'. Esta alteración no es menor, en efecto, ella misma invalida el Novus Ordo ya que no constan que en ninguna liturgia las palabras de la consagración difieran de aquellas de la Escritura y son las palabras pronunciadas por el sacerdote las que transforman el pan y el vino en verdadero Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor.
El que la jerarquía del Vaticano II haya finalmente 'restituído' las palabras de Cristo en la misa de Pablo VI fue celebrado por los tradicionalistas como una justa 'reforma', quizás no tanto como el indulto de Ratzinger para la Misa Latina, pero si se hicieron sonar los bombos.
Sin embargo ¿Se entiende el sentido de las palabras de Cristo? ¿Por que la liturgia insiste en que la Sangre del salvador se derrama 'por muchos' y no 'por todos'? Nuevamente ¿Cuál es el sentido de estas palabras?
El presente artículo repasa muy brevemente el sentido del “pro multis” respecto a los límites del Sacrificio de Cristo en la Cruz.
Los universalistas sostienen que Cristo murió absolutamente por todos los hombres, es decir, por aquellos que efectivamente se salvarán y por aquellos que se condenan. Cristo derramó, según éstos, su sangre por y para todos. En el modernismo, el universalismo es uno de los pilares toda vez que este sostiene que la fe, subjetiva puede canalizarse por diferentes experiencias religiosas, unas más perfectas que otras (el catolicismo sería, según lo que Ratzinger admitió en varias oportunidades, la más perfecta de estas experiencias). Como la liturgia es una expresión de la fe, entonces la Misa Modernista y Universalista (es decir, ecuménica) debe hacer explícito que Cristo ha muerto por todos, es decir, por los fieles y también por los infieles.
Sin embargo, nosotros sabemos, porque es un dogma de fe católico que no todos los hombres se salvarán, y sabemos que quienes se salvan lo hacen por la Gracia de Dios. Es decir, Dios actúa de manera directa y rescata a algunos y los lleva con él. ¿Quiénes son estos? En los Hechos de los Apostoles (Act XX:28) tenemos una respuesta:
“Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”
Cristo ha muerto por su Iglesia, la cual está compuesta única y exclusivamente por los fieles, es decir, aquellos que fueron regenerados por el agua y el espíritu y se mantienen fieles a la doctrina del Salvador. Cristo, que es el buen pastor nos dice que él conoce efectivamente a sus ovejas, así como estas le conocen a él. Esto significa que hay otras ovejas que no son de Jesucristo, otras ovejas que no son de su rebaño, que son extrañas a él y que ni él las conoce como propias ni ellas le re-conocen a él como su Señor. El Señor dice también “el buen pastor su vida da por las ovejas”, pero las da por sus ovejas, no por aquellas que están fuera del rebaño.
Por lo tanto, debemos volver a las palabras que dijo Nuestro Señor en la última cena y que se repiten en la Consagración que su Sangre “será derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados”. Su sangre se derrama entonces por muchos, que son su Iglesia, su pueblo. He ahí el significado del nombre Jesús (Mt I, 21).
En un texto recientemente publicado en Sursum Corda hemos aclarado que la frase “Dios quiere que todos los hombres se salven” se refiere a aquellos que Dios eligió para salvar y no a todo el género, tal como lo expresa la Sagrada Escritura y el Gran Doctor San Agustín de Hipona. El Concilio de Trento, siguiendo la enseñanza de los padres de la Iglesia insistió en que los efectos de la muerte de Cristo alcanzan únicamente a aquellos que le reciben, aquellos que le aceptan, es decir, su Iglesia, aquellos a los que él ya conocía, en otras palabras el sacrificio de Nuestro Señor sólo alcanza a los predestinados, en caso contrario, la muerte del Salvador habría sido en vano y el mismo Dios nos sería omnipotente ni eterno, ya que las acciones humanas serían concausales a sus dictados, tal como sostenían los semipelagianos.
Por ello, cuando estamos en la Verdadera Misa debemos reflexionar en las palabras de la consagración y pedirle a Dios, que nos permita ser partícipe de los Méritos de Cristo, para que nos contemos, el día final, entre aquellos a los que él rescató a un precio tan alto."
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