El hombre es un animal racional, dijo Aristóteles, y de su afirmación nos hemos nutrido durante siglos. Pero está a la vista el impresionante desfile de irracionalidades y monstruos humanos, construidos por este “racional”.
Los otros animales tienen programación cerrada y repiten del mismo modo su ciclo vital, como la abeja en su colmena y las aves de paso en su ruta de miles de kilómetros. No necesitan escuela ni ética para hacerlo bien. El hombre inventa y aspira a ser lo que todavía no es. Se siente abierto, alejado de sí mismo y sale a buscarse.
En el intento inventa, transforma y señorea, y también destruye y mata, como ningún otro animal.
Es racional e irracional.
Por encima de todo es un animal dotado de utopía, de plenitud deseada para sí y la humanidad; perfección soñada, aunque nunca poseída. Con un mito delante y otro atrás: de paraíso perdido al comienzo y de paraíso buscado al final. Mitos seculares expresados en religiones y creencias, desechados por la modernidad como infantiles y sustituidos por mitos seculares, serios, “científicos” y racionales. Como el mito de la Ilustración, según el cual en el reino de la diosa razón, todo será luz y liberación, sin mal alguno, que desaparecerá con la muerte de la ignorancia. O el mito “científico” marxista de paraíso en la tierra, con plena felicidad, gracias a la supresión de la propiedad privada, sin mío ni tuyo, con abundancia y sin mal alguno.
La “ciencia” convertida en cuento y la razón en sueños de plenitud que desembocaron en guerras y regímenes espantosos. En esta tierra no hay paraísos, ni perdidos, ni hallados, ni religiosos ni seculares. Sólo humanos jugando a ser dioses y matándose para lograrlo.
El tiempo de Adviento corre al abrazo de la Navidad, y en las misas resuenan los profetas bíblicos con promesas de salvación, tiempos sin guerras, pues con las armas de muerte se fundirán instrumentos de cosecha y vida, arados y podaderas. Cuando irrumpa en el mundo la justicia de Dios, desaparecerán la agresión y la muerte: el lobo y el cordero pacerán juntos, el buey y el león retozarán, el niño y la víbora venenosa jugarán como amigos, y la fraternidad triunfará sobre la guerra, nos dice Isaías. Ahí está la utopía como nostalgia de futuro pleno, pero siempre distante de la realidad presente.
La ciencia y la técnica, y con ellas el poder y la riqueza, prometen alcanzar la plenitud y llenar la tierra de sus maravillas, pero sus progresos de modo inevitable incrementan también la capacidad de dominar y matar. Somos animales con una racionalidad descentrada, alocada y desprovista de sabiduría. Animales capaces de inundar el mundo con sus productos abundantes y deslumbrantes que encandilan con brillos de felicidad, mientras inventan nuevas necesidades y búsquedas infinitas que mueven el consumo y engordan la ganancia, para que la máquina económica no se pare. Si algo queda claro, después de tanto delirio moderno, es que no somos dioses y que en el siglo XXI somos tan finitos, limitados, enfermos y con camino hacia la muerte como hace 5.000 años.
Sin embargo, esta visión realista-pesimista es sólo una parte del misterio humano. El cristianismo nos dice que no somos dioses ni hay paraísos en la tierra, pero que Dios está con nosotros y se muestra en el rostro de ese Niño que nace en Belén. El Espíritu de Dios como don gratuito en nuestra conciencia, en nuestro amor, en nuestra responsabilidad, en nuestro salir de nosotros mismos, compasivos con el otro en la necesidad. No es el Dios creado por nuestra soberbia y manos, ni el Dios de los ejércitos y poder que aplasta al pobre y al débil, sino el Dios gratuito que se nos da en la humildad de nuestro corazón, que nos invita a divinizarnos como Jesús, y nos hace hermanos para lograr un mundo cada día más humano. No somos dioses, pero “Dios con nosotros” nos invita a humanizarnos y transformar permanentemente el mundo.
El año próximo estamos llamados a transformar Venezuela. Con la utopía como luz en el horizonte y como motor en el corazón, que moviliza la pasión por la justicia, la libertad, la igualdad de oportunidades para la vida digna, hoy negadas. Utopía con realismo que concreta metas posibles y las lleva a efecto. Feliz Navidad y año 2012.
Publicado originalmente en Analítica.com
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