Porlamar, 31 de enero 2015
Pediatras de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría Filial Nueva Esparta
LA SALUD DE LOS NIÑOS EN LA CUERDA FLOJA
"La salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado, que lo garantizará como parte del derecho a la vida. El Estado promoverá y desarrollará políticas orientadas a elevar la calidad de vida, el bienestar colectivo y el acceso a los servicios. Todas las personas tienen derecho a la protección de la salud, así como el deber de participar activamente en su promoción y defensa, y el de cumplir con las medidas sanitarias y de saneamiento que establezca la ley, de conformidad con los tratados y convenios internacionales suscritos y ratificados por la República". Artículo 83 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Es prácticamente un axioma que, ante cualquier crisis, a los más débiles siempre les tocará acarrear con la mayor parte de la carga de sufrimientos y pagar una parte desproporcionada de las deudas contraídas por otros. Y si nos referimos en particular a la crisis en el sector salud, son los ancianos, los enfermos crónicos, los minusválidos y los niños los que terminan disputándose el dudoso honor de encabezar el listado de víctimas, con la burla adicional de considerárseles también, por una estrafalaria e ilógica inversión de la relación entre causa y efecto, como parcialmente culpables de esa misma crisis. Queremos aquí romper una lanza por la salud de los niños. Los niños tienen voz, pero hay que saberla escuchar y entender, y como las autoridades se excusan en la incomprensión para ignorarlos, les daremos una voz adulta. Un niño no es solo una cara para adornar con inconfundible estética kitsch un afiche proselitista, sino un ser con derechos y necesidades.
Desde hace ya bastantes años el deterioro de la atención a la salud en Venezuela ha progresado de manera implacable, sin prisa pero sin pausa, cada día un escalón más abajo. Multitud de planes en apariencia bienintencionados han devenido en sucesivos fracasos. Los numerosos hospitales alegremente prometidos no han pasado de la primera piedra, y la red hospitalaria actual es fundamentalmente la misma de hace 20 o 30 años, con poquísimas adiciones, sometida al deterioro del uso y el tiempo, o peor aún, a la de las "remodelaciones" que se eternizan, y que
cuando concluyen demuestran ser un parto de los montes. Dos sistemas de salud paralelos ni compiten, ni colaboran, ni se complementan, llevando a un despilfarro continuo de recursos. La red de atención primaria se va haciendo cada vez más disfuncional, al quedar en manos de personal con formación precaria, y en ocasiones nula. El caos, los bajos salarios, la inflación y la inseguridad llevan a la emigración del personal mejor formado: profesionales en los que se invirtieron ingentes recursos por parte del Estado y que son difícilmente sustituibles, parten hacia otras naciones, donde son bien recibidos pues los están recibiendo gratis. Las autoridades de salud ni se inmutan: quizás porque no captan el problema, o quizás por la ilusión (vana) de sustituirlos con médicos proletarios que hicieron su carrera mediante videos.
La llegada de la crisis económica ha dado el golpe de gracia que convierte a las instituciones de salud en poco más que cascarones vacíos. A las públicas, en primer lugar, pero seguidas a muy corta distancia por las privadas, acosadas además por regulaciones insensatas. En Venezuela la "falta de insumos y medicamentos" en los centros de atención no es ninguna novedad, sino un lugar común desde hace décadas. Pero en un tiempo relativamente corto se han ido superando las etapas que van de la deficiencia, a la escasez, hasta llegar a la inexistencia pura y llana. No se trata de la falta anecdótica de algún medicamento, sino en la desaparición absoluta de ramas completas de la farmacopea. Y no estamos hablando de medicamentos costosos y exclusivos, en cuya escasez cabría sospechar la acción de la mano negra del perverso capitalismo, sino incluso de drogas tan sencillas, esenciales y sobre todo baratas como el fenobarbital, la fenitoina y la adrenalina, por citar solo tres. En una emergencia pediátrica (o de adultos), sin adrenalina, simple y llanamente no se puede hacer una reanimación exitosa, así que el paciente en paro cardiaco estará muerto por anticipado. En una población con altísima prevalencia de asma bronquial, las emergencias carecen de broncodilatadores inhalados, así que el niño con crisis depende de que sus padres dispongan del producto, o de la buena voluntad de los vecinos de la sala, que le presten el medicamento. Con los antibióticos se dan situaciones paradójicas, por no decir absurdas: aquellos de uso más común, confiables y económicos, como la penicilina, la ampicilina y el cefotaxime, no existen, han desaparecido, y es preciso tratar a los pacientes con antibióticos de tercera línea, exclusivos y caros, vulnerando la lógica y contra la buena práctica médica y el conocimiento científico universalmente aceptado. Estos son solo algunos ejemplos, de entre aquellos que podrían considerarse críticos por poner a la vida del paciente en peligro inminente (y cuya lista sería muy fácil prolongar), pero la situación va más allá, y tampoco están disponibles productos necesarios
para tratar condiciones no letales, al menos no a corto plazo, como antialérgicos y polivitamínicos, por no hablar de la desaparición de las vacunas diferentes a las del esquema oficial del Ministerio, como hepatitis A, antivaricela y antimeningococo. Y esto es solo haciendo referencia a los fármacos. Insumos como los catéteres intravenosos, las suturas o los reactivos de laboratorio merecen también, por derecho propio, figurar en este capítulo, por no hablar de los equipos médicos.
Es sangrante, es injusto, atender a un niño epiléptico en un servicio de Emergencia que llega convulsionando varias veces en una misma semana debido a que no recibe el tratamiento prescrito por no existir en las farmacias drogas anticomiciales. Es sangrante que el niño asmático se convierta en residente habitual del centro sanitario, con su escolaridad quebrantada, y que tenga que sufrir una y otra vez la angustia de agonizar intentando respirar, por no haber disponible para su tratamiento ambulatorio prednisona y broncodilatadores presurizados. Es criminal que los pacientes oncológicos, estando su vida en el filo mismo de la navaja, no reciban los tratamientos indicados, o tengan que recibir "lo que haya", con el médico hematólogo rezando porque su invento funcione. Sin llegar a estos casos en que la vida peligra, la injusticia continúa cuando tratar un problemas relativamente sencillos, como una otitis o una parasitosis intestinal, se convierte en una labor titánica, pues encontrar cualquier antibiótico vía oral o un antiparasitario requiere una compleja acción de inteligencia, equiparable al rastreo de un terrorista. Sufre el niño, sufren los padres, sufre el médico que se encuentra en la obligación de hacer posible lo imposible sin contar con los recursos, y se violan los derechos constitucionales de todos.
Otra vuelta de tuerca que agrava aún más la situación son los inventos burocráticos creados para "mejorar los controles" y (supuestamente) lograr una distribución más justa de algunos fármacos (en particular los empleados para patologías reumáticas, endocrinas, renales e infectoinmunes), pero cuyo efecto tangible para el paciente es, una vez que padres y médicos logran superar los escollos administrativos impuestos, alargar el tiempo promedio de respuesta entre 1 y 2 meses, mientras la sintomatología de nuestros hijos progresa, viéndolos sufrir y con la impotencia de la espera. Los pacientes pediátricos con artritis reumatoide juvenil deben padecer un calvario a la hora de cumplir con sus prescripciones, ya que se les ofrecen medicamentos en presentaciones inadecuadas, porque "es lo que hay", y se les trata, siendo niños, con los mismos protocolos de los
adultos, aunando la ignorancia burocrática con el desconocimiento de derechos elementales. Un drama especial sufre nuestra infancia con VIH quienes no cuentan con los recursos de laboratorio que permita controlar el inicio y seguimiento de un tratamiento de alto costo a quienes se les vulnera sus derechos a una atención médica de calidad y obligando al especialista a tomar decisiones terapéuticas basada sólo en la clínica y antecedentes. La lista de los niños cardiópatas neoespartanos a la espera de resolución quirúrgica no para de crecer, siempre esperando "la llamada de Caracas" que pareciera nunca llegar, mientras que el paso de los meses hace que su frágil salud se deteriore y que patologías reversibles se hagan inoperables. La burocratización de la terapéutica, entendida como el único modo que tiene una burocracia incompetente de administrar la escasez, no es cosa de risa, pues no se limita a prescribir un constante flujo de informes y constancias "vigentes", firmadas y selladas, para liberar a su albedrio los medicamentos que un paciente requiere, sino que ya se siente apta incluso para pasar por encima del criterio de los médicos tratantes y decidir si el paciente debe ser tratado o no, con que fármaco, y por cuanto tiempo. Hemos visto pacientes quemados graves a los que después de unos pocos días se le niega la albumina humana "porque ya recibió mucha" y neonatos sépticos a los que se les despacha no el antibiótico o el antimicótico prescrito por Infectología, sino el que el encargado de la Farmacia Hospitalaria decide según su buen entender o más probablemente obedeciendo órdenes superiores de aquellos ungidos que solo tienen en su curriculum ocupar un cargo administrativo superior del organigrama hospitalario.
Todo bebé neoespartano que tiene el infortunio de nacer enfermo y requiere ser hospitalizado en una Unidad Neonatología, entran de una vez en esta espiral maligna: insuficiente personal capacitado, falta de suministro continuo de material para limpieza general y lavado de manos, carencia de material descartable y equipos de infusión, catéteres intravenosos de mala calidad, fármacos escasos o inexistentes y trabas administrativas para su suministro que surgen tan pronto aparecen los gérmenes multirresistentes. Todo esto se traduce en picos de mortalidad neonatal, la cual desgraciadamente parecieran ser el único estímulo que entienden las autoridades para decidirse a tomar alguna medida, sin pensar en el continuo reclamo para la prevención de infecciones intrahospitalarias que realiza el personal calificado. Los prematuritos que egresan, siendo susceptibles a enfermedades respiratorias, ya no reciben el tratamiento preventivo con Synagis, programa nacional que tanto orgullo nos dio en el pasado. Otra baja en esta guerra
asimétrica contra la salud de los niños venezolanos es la extinción del despistaje neonatal de enfermedades metabólicas, desde hace aproximadamente un año.
Insistir en negar, ignorar o minimizar la crisis de la salud que con la saña de una plaga bíblica ha caído sobre los venezolanos no es ya un mero ejercicio de politiquería oportunista, sino una manifestación simple y llana de absoluta estulticia. Increíblemente, no faltan los intentos, fracasados de antemano, de hacerlo. En el año 2015, la epidemia de fiebre chikungunya colapsó durante varias semanas los servicios de emergencia, tanto pediátricos como de adultos. Las autoridades se limitaron a mirar a otra parte, indiferentes ante una situación tan aguda como los feroces dolores articulares que ocasionaba el virus. Últimamente, una alta funcionaria ha acusado a los enfermos de ser responsables de la escasez de fármacos, por su inmoderada afición a ellos. Quizás los antibióticos, anticomiciales y antihipertensivos debieran reclasificarse como drogas controladas, para impedir que sigan siendo usados abusivamente por gente con infecciones, epilépticos e hipertensos. En vano intentan disimular sus responsabilidades, pues estas son clarísimas. El sistema de salud venezolano ha estado en las mismas manos desde hace más de tres lustros. Esas mismas manos han manejado presupuestos milmillonarios, han prometido hospitales que nunca fueron, han comprado a mansalva medicamentos de origen dudoso y chatarra tecnológica, y han creado de la nada miles de "profesionales" de la salud sin un mínimo de preparación académica. Hoy todos sufrimos las consecuencias, y en especial los niños.
Nuestra sociedad no sólo cumple con su deber al denunciar el sufrimiento de los niños neoespartanos, del que somos testigos de primera línea, sino que estamos al lado de todo aquel que quiera trabajar para transformar esta situación. Pero el cambio debe ser estructural. Debe cesar el divorcio entre las instituciones de salud (IVSS-MPPS-Corposalud-Ipasme-Hospital Militar). Es imprescindible sincerar las estadísticas de morbimortalidad, y las autoridades deben asumir de una vez que ocultar los problemas solo contribuye a perpetuarlos. Es urgente asumir correctivos en la atención primaria, para que vuelva a asumir su rol, así como lo es capacitar y recertificar al personal de médicos integrales y enfermería para generar competencias en la atención integral del paciente pediátrico. Las políticas de compra y distribución de fármacos e insumos de las instituciones de salud deben ser transparentes y coordinadas, así como también respetuosas de la opinión profesional de los médicos. Y más allá de lo asistencial, es necesario un cambio global con atención de los problemas más acuciantes de la población, incluyendo mejor distribución de agua
potable, saneamiento ambiental, acceso a una nutrición adecuada y un largo etcétera, así como la evaluación periódica y honesta de los resultados. Y tal vez entonces podamos celebrar el logro de estadísticas positivas, demostrando verdadero interés y amor a todos, los que somos pueblo.
Porlamar, 31 de enero 2015
Pediatras de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría Filial Nueva Esparta
Somos la voz de la infancia venezolana
Documento emanado de su Asamblea Ordinaria
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