miércoles, 16 de mayo de 2012

Genciencia.com - El día en que la fe disminuyó y vinieron los espíritus a renovarla

El día en que la fe disminuyó y vinieron los espíritus a renovarla (I):
372246768_d6bbde8cea_z.jpgLa fe es indestructible. Y no hablo de la fe racional, la fe basada en evidencias o incluso en inferencias, del tipo tengo fe en que mi padre no me asesinará mientras duermo o tengo fe en que mañana saldrá el sol. Me refiero a la fe irracional, la basada en prejuicios dogmáticos, en datos de mala calidad, en falacias de autoridad, en lo que dice la mayoría, en lo que intuimos (aunque lo intuido viole leyes que han sido validadas).
Fe del tipo sé algo aunque no sepa por qué lo sé y no sea capaz de demostrarlo ni repetirlo frente a otras personas.
La fe es indestructible porque, cuando se deposita sobre cualquier aspecto de la realidad, no tardará en cambiar de objetivo cuando aquél ya se haya devaluado, haya perdido demasiados fieles o sencillamente resulte tan ridículo que la razón no deje de palpitar “bip-bip-bip… eres un cazurro”.
Todos podemos tropezar en esta clase de fe. La diferencia, pues, no estriba tanto en que nos dejemos persuadir por ella o no (solo los superhéroes intelectuales están a salvo de estos errores cognitivos, y los superhéroes no existen). La diferencia sustancial estriba en quienes se esfuerzan día a día en evitar esta clase de fe y en los que se solazan en ella, e incluso exigen respeto por la misma (ese respeto que en realidad es: cállate, ni te atrevas a intentar desmotar mi castillo de naipes). 
Por eso, si algún día se pierde la fe en las religiones vigentes, en las sectas más populares, o incluso en las pseudociencias con más gancho, la gente no tardará en inventar nuevas cosas en las que creer, más complejas, más difíciles de someter a un escrutinio científico. Y encima dirán: demuéstrame que no es así. Demuéstrame que no hay un dragón rosa invisible en mi casa. Tal y como ya nadie cree en Zeus hoy en día, si dentro de mil años nadie cree en Jesucristo, brotará espontáneamente otra deidad más creíble, o incluso un sistema de creencias apoyada en terminología científica de último cuño (ahí tenemos la homeopatía y la acupuntura ganando puestos, incluso a nivel académico).
(Si queréis profundizar en qué significa creer, diferencias entre fe raciona e irracional, rudimentos básicos de la epistemología, sutilidades del método científico, diferencias entre verdad y Verdad y otros asuntos sin tener que leer decenas de libros, os recomiendo uno de los mejores resúmenes que he leído nunca en Más allá de las imposturas intelectuales del físico Alan Sokal.)
Este proceso quedó más claramente de manifiesto en la época victoriana, justo cuando los británicos empezaron a disfrutar de avances científicos sin precedentes (sí, la ciencia suele funcionar como una luz que retira las sombras de una estancia, sombras en las que prosperan los miedos y los misticismos, sombras que se rellenan con creencias, pues los conocimientos aún no alcanzan). La Iglesia también fue perdiendo terreno frente a una nueva era de razón. Algunos escritores incluso anunciaron con entusiasmo que la batalla entre ciencia y fe por fin había concluido.
Sin embargo, en 1848 ocurrió algo que volvió a alimentar la fe maltrecha de muchos creyentes. Concretamente el 31 de marzo de 1848La fe es indestructible. Y no hablo de la fe racional, la fe basada en evidencias o incluso en inferencias, del tipo tengo fe en que mi padre no me asesinará mientras duermo o tengo fe en que mañana saldrá el sol. Me refiero a la fe irracional, la basada en prejuicios dogmáticos, en datos de mala calidad, en falacias de autoridad, en lo que dice la mayoría, en lo que intuimos (aunque lo intuido viole leyes que han sido validadas).
Fe del tipo sé algo aunque no sepa por qué lo sé y no sea capaz de demostrarlo ni repetirlo frente a otras personas.
La fe es indestructible porque, cuando se deposita sobre cualquier aspecto de la realidad, no tardará en cambiar de objetivo cuando aquél ya se haya devaluado, haya perdido demasiados fieles o sencillamente resulte tan ridículo que la razón no deje de palpitar “bip-bip-bip… eres un cazurro”.
Todos podemos tropezar en esta clase de fe. La diferencia, pues, no estriba tanto en que nos dejemos persuadir por ella o no (solo los superhéroes intelectuales están a salvo de estos errores cognitivos, y los superhéroes no existen). La diferencia sustancial estriba en quienes se esfuerzan día a día en evitar esta clase de fe y en los que se solazan en ella, e incluso exigen respeto por la misma (ese respeto que en realidad es: cállate, ni te atrevas a intentar desmotar mi castillo de naipes).

Por eso, si algún día se pierde la fe en las religiones vigentes, en las sectas más populares, o incluso en las pseudociencias con más gancho, la gente no tardará en inventar nuevas cosas en las que creer, más complejas, más difíciles de someter a un escrutinio científico. Y encima dirán: demuéstrame que no es así. Demuéstrame que no hay un dragón rosa invisible en mi casa. Tal y como ya nadie cree en Zeus hoy en día, si dentro de mil años nadie cree en Jesucristo, brotará espontáneamente otra deidad más creíble, o incluso un sistema de creencias apoyada en terminología científica de último cuño (ahí tenemos la homeopatía y la acupuntura ganando puestos, incluso a nivel académico).
(Si queréis profundizar en qué significa creer, diferencias entre fe raciona e irracional, rudimentos básicos de la epistemología, sutilidades del método científico, diferencias entre verdad y Verdad y otros asuntos sin tener que leer decenas de libros, os recomiendo uno de los mejores resúmenes que he leído nunca en Más allá de las imposturas intelectuales del físico Alan Sokal.)
Este proceso quedó más claramente de manifiesto en la época victoriana, justo cuando los británicos empezaron a disfrutar de avances científicos sin precedentes (sí, la ciencia suele funcionar como una luz que retira las sombras de una estancia, sombras en las que prosperan los miedos y los misticismos, sombras que se rellenan con creencias, pues los conocimientos aún no alcanzan). La Iglesia también fue perdiendo terreno frente a una nueva era de razón. Algunos escritores incluso anunciaron con entusiasmo que la batalla entre ciencia y fe por fin había concluido.
Sin embargo, en 1848 ocurrió algo que volvió a alimentar la fe maltrecha de muchos creyentes. Concretamente el 31 de marzo de 1848.

tabla-ouija-espiritismo-oui-ja.jpgTal  lo que alimentó de nuevo la fe de unos creyentes en una religión maltrecha y unas pseudociencias un tanto ridículas (del tipo un hombre es capaz de alimentar a 5.000 personas con solo 5 barras de pan y 2 peces), ocurrió en 31 de marzo de 1848 en la aldea de Hydesville, a unos 30 km de Rochester, Estado de Nueva York.
Lo explica mejor que yo Richard Wiseman en su libro ¿Esto es paranormal?:
En diciembre de 1847, John y Margaret Fox se trasladaron a una casita a las afueras de la aldea con sus dos hijas, Kate, de once años, y Margaretta, de catorce. Durante los primeros meses la vida de la familia Fox se vio alterada por una serie de extraños sucesos. Los armazones de las camas y las sillas empezaron a temblar, se oían pisadas fantasmales por toda la casa y en una ocasión todo el suelo de la propiedad vibró como una gigantesca piel de tambor. Como las indagaciones de John y Margaret no permitieron explicar aquellos sucesos aparentemente sobrenaturales, se vieron obligados a concluir que su nuevo hogar estaba encantado por un “espíritu inquieto y atormentado.
La noche del 31 de marzo de 1848, el fenómeno se repitió, pero esta vez la joven Kate decidió comunicarse con el espíritu, a base de golpes. Y lo consiguió. Descubrió así que el espíritu pertenecía a un hombre de 31 años que había sido asesinado en aquella casa pocos años antes de la llegada de la familia y cuyos restos mortales permanecían enterrados en el sótano.
Obviamente, en el sótano nunca se encontraron restos de nadie. Pero ello no fue óbice ni cortapisa para que el rumor se extendiera como la pólvora por los pueblos aledaños, trayendo a cientos de personas a Hydesville para oír los golpes secos del espíritu en primera persona.
En Rochester, Isaac Post, viejo amigo de la familia y cuáquero convencido, tuvo una idea:
El código de los golpes era una forma de obtener información procedente de los espíritus que requería bastante tiempo y a veces resultaba confusa. Isaac se preguntaba si sería posible crear un tipo de comunicación más preciso. Una día, al anochecer, invitó a Margaretta a su casa y le preguntó si le importaría experimentar con un nuevo sistema. Escribió las letras del alfabeto en pedazos de papel y explicó a los espíritus que formularía una pregunta y luego iría señalando todos los trozos de papel, uno tras otro. Para comunicar cualquier cosa que les viniera a su descarnada mente, los espíritus sólo necesitaban hacer un golpe seco cuando él señalara la letra adecuada.
Se había inventado el primer atisbo de tabla Ouija, y el primer mensaje de la historia transcrito de tal forma fue tal que éste:
Queridos amigos, debéis proclamar esta verdad al mundo. Éstos son los albores de una nueva era. No pretendáis ocultarla por más tiempo. Cuando cumpláis con vuestra obligación, Dios os protegerá y los espíritus bondadosos velarán por vosotros.
Isaac quedó tan convencido del mensaje (de nuevo no importaba investigar cómo era posible el mensaje, no importara el someterlo a verificación, al filtro de algún ensayo de doble ciego, etc.) que abrazó con entusiasmo la nueva religión del “Espiritualismo”.
espiritismo.jpgLo que había conseguido el Espiritualismo, y por ello había cuajado tan fácilmente en la sociedad, fue muy sencillo: las iglesias oficiales se limitaban a pedir fe frente al auge de la razón. El Espiritualismo, sin embargo,no solo ofrecía una prueba “científica” de la vida después de la muerte, sino que era como el primer teléfono para llamar directamente a los seres queridos fallecidos.
Esta mezcla de razón y emoción fue justo lo que la sociedad necesitaba abrazar de nuevo, y el Espiritualismo arrasó en Estados Unidos en muy poco tiempo. Las hermanas Fox se convirtieron en estrellas, que públicamente empezaron a interrogar a los espíritus sobre toda clase de cosas, incluidas cuestiones filosóficas o hasta de los valores de los ferrocarriles.
Otra razón del éxito arrollador del Espiritualismo la expone Richard Wiseman en su libro ¿Esto es paranormal?:
Se eliminó la idea de los sumos sacerdotes y los pastores intocables, se instauró una democracia espiritual y se animó a los fieles a reunirse y experimentar con diferentes formas de hablar con los muertos.
Sin embargo, como ocurre con cualquier estrella mediática, las hermanas Fox empezaron a morir de éxito. Y aquí viene los más irónico de todo el movimiento del Espiritualismo, así como es un ejemplo esclarecedor de cómo funciona la mente del ser humano.
Tanto Kate como Margaretta empezaron a sentirse presionadas por las imitadores, que competían con ellas para llevarse los favores de los fieles. La cantidad de médiums en el país era apabullante. Y las dos hermanas cayeron en la bebida, allá por la década de 1880. Así que en octubre de 1888, ya no pudieron tolerarlo más: viajaron hasta Nueva York y decidieron que ya era hora de explicar toda la verdad. Que todo había sido un truco, una farsa, y que por tanto todos sus imitadores eran unos farsantes y, por extensión, el Espiritualismo una patraña para crédulos.
por-no-mencionar-al-perro.jpg
La confesión de la verdad fue vendida por Margaretta al New York World por una supuesta suma de 1.500 dólares. Alguno de los trucos que desveló fueron los siguientes:
Cuando nos acostábamos por la noche solíamos atar una manzana a un cordel y mover el cordel arriba y abajo, haciendo que la manzana chocara contra el suelo, o dejábamos caer la manzana sobre el suelo, lo que producía un extraño ruido cada vez que rebotaba. Nuestra madre lo escuchó durante un tiempo. No entendía su procedencia y ni siquiera llegó a sospechar de nosotras porque éramos demasiado pequeñas para hacer trucos.
Lo que ocurrió, no obstante, es que los aproximadamente ocho millones de espiritualistas que había solo en Estados Unidos le dieron la espalda a las hermanas Fox. Eran una mentirosas. Estaban equivocadas. Cualquier excusa era buena antes que renunciar a la consoladora idea de sobrevivir a la muerte del cuerpo físico.
Las hermanas Fox, viendo que la cosa se ponía fea, se retractaron de sus comentarios, intentando recuperar por última vez la fama que se les escapaba de las manos. Pero el público ya había renegado de ellas, el Espiritualismo ya podía existir por sí mismo. Y las hermanas Fox murieron en la pobreza pocos años después.
Fe indestructible, ¿recordáis?
Por cierto, un gran novela sobre el Espiritualismo, desde un punto de vista científico y anti-magufo, es Por no mencionar el perro, de la gran escritora de ciencia ficción Connie Willis. Y además tiene el tono de una comedia británica deliciosa.




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