Lo vivido les dejó desconcertados hasta un punto que abrió paso a la decepción. Y es que no lograban ver por sí mismos el sentido de una entrega que cuenta hasta con la propia vida. Sus certezas se volvieron inservibles. Sus expectativas, frustradas y su deseo, debilitado. Lo único razonable era volver a lo de siempre.
Fue justo en ese momento cuando se encontraron de bruces con lo inesperado: cuando la propia lógica se agota estuvieron en disposición de acoger una novedad que no procedía de ellos mismos sino que les era regalada de la mano del Señor resucitado que les acompañaba. Necesitaron tiempo y seguir caminando para nombrar lo que les estaba sucediendo. De pronto, se dieron cuenta: el corazón se volvía a apasionar
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