Capítulo 4
OTROS PAPAS SOBRE FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN
Además de las declaraciones ex cathedra (desde la Cátedra de Pedro) de los Papas, un católico también debe creer lo que enseña la Iglesia católica como divinamente revelado en su magisterio ordinario y universal, es decir, en la autoridad docente de la Iglesia.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 3, ex cathedra: “Ahora bien, deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio”[1].
La enseñanza del magisterio ordinario y universal consiste en las doctrinas que los Papas proponen, por su enseñanza común y universal, y que deben ser creídas por la Iglesia como divinamente reveladas. Por ejemplo, en su magisterio común y universal, aproximadamente unos diez Papas han denunciado como heréticos los conceptos de libertad de conciencia y de culto por ser contrarios a la revelación. Un católico no puede rechazar esa enseñanza. La enseñanza del magisterio ordinario y universal nunca puede contradecir, por supuesto, la enseñanza de la Cátedra de Pedro (las definiciones dogmáticas), ya que ambos son infalibles. Por lo tanto, el magisterio ordinario y universal en realidad no debe considerarse en absoluto en lo que respecta al dogma fuera de la Iglesia no hay salvación, porque este dogma ha sido definido desde la Cátedra de Pedro y nada en el magisterio ordinario y universal podría contradecir la Cátedra de Pedro. Por lo tanto, téngase cuidado con aquellos herejes que tratan de encontrar la manera de negar la enseñanza dogmática sobre el dogma fuera de la Iglesia no hay salvación llamándola falible, con declaraciones no-magisteriales que contradicen este dogma, como parte del “magisterio ordinario y universal”, cuando no lo son. Esta es una hábil estratagema de los herejes.
Para aclarar mejor este punto, téngase en consideración las siguientes citas de diversos Papas que reafirman el dogma fuera de la Iglesia no hay salvación. Estas enseñanzas de los Papas son parte del magisterio ordinario y universal – puesto que ellos reiteran la enseñanza de la Cátedra de Pedro sobre el dogma católico fuera de la Iglesia no hay salvación.
Papa San Gregorio Magno, citado en Summo iugiter studio, 590-604: “La santa Iglesia universal enseña que no es posible adorar verdaderamente a Dios excepto en ella, y asevera que todos los que están fuera de ella no serán salvos”[2].
Papa Inocencio III, Eius exemplo, 18 de diciembre de 1208: “De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la santa, romana, católica y apostólica, fuera de la cual creemos nadie se salva”[3].
Papa Clemente VI, Super quibusdam, 20 de septiembre de 1351: “En segundo lugar, preguntamos si creéis tú y los armenios que te obedecen que ningún hombre viador podrá finalmente salvarse fuera de la fe de la misma Iglesia y de la obediencia de los Pontífices romanos”[4].
Papa San Pío V, bula excomulgando a la herética reina Isabel de Inglaterra, 25 de febrero de 1570: “La soberana jurisdicción de la única Santa Iglesia Católica y Apostólica, fuera de la cual no hay salvación, ha sido dada por Él [Jesucristo], a quien se le ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra, el Rey que reina en las alturas, sino a una única persona sobre la faz de la tierra, a Pedro, el príncipe de los Apóstoles. (…) Si alguno infringiese Nuestro decreto, Nos lo obligamos con el mismo vínculo de anatema”[5].
Papa León XII, Ubi primum, # 14, 5 de mayo de 1824: “Es imposible que el Dios verdadero, que es la Verdad misma, el mejor, el más sabio proveedor y el premiador de los buenos, apruebe todas las sectas que profesan enseñanzas falsas que a menudo son inconsistentes y contradictorias entre sí, y otorgue premios eternos a sus miembros (…) porque por la fe divina confesamos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. (…) Por eso confesamos que no hay salvación fuera de la Iglesia”[6].
Papa León XII, Quod hoc ineunte, # 8, 24 de mayo de 1824: “Nos dirigimos a todos vosotros que todavía estáis apartados de la verdadera Iglesia y del camino a la salvación. En este júbilo universal, una cosa falta: que habiendo sido llamados por la inspiración del Espíritu celestial y habiendo roto todo lazo decisivo, podáis estar de acuerdo sinceramente con la Madre Iglesia, fuera de cuyas enseñanzas no hay salvación”[7].
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 13, 15 de agosto de 1832: “Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo (Ef. 4, 5), entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo (Luc. 11, 23) y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha (Credo Atanasiano)”[8].
Papa Gregorio XVI, Summo iugiter studio, #2, 27 de mayo de 1832: “Finalmente, algunas de estas personas descarriadas intentan persuadirse a sí mismos y a otros que los hombres no se salvan sólo en la religión católica, sino que incluso los herejes pueden obtener la vida eterna”[9].
Papa Pío IX, Ubi primum, #10, 17 de junio de 1847: “Puesto que hay una sola Iglesia universal fuera de la cual absolutamente nadie se salva; ella contiene prelados regulares y seculares junto con los que están bajo su jurisdicción, todos quienes profesan un Señor, una fe y un bautismo”[10].
Papa Pío IX, Nostis et nobiscum, # 10, 8 de diciembre de 1849: “En particular hay que procurar que los mismos fieles tengan fijo en sus almas y profundamente grabado el dogma de nuestra santa Religión de que es necearía la fe católica para obtener la e terna salvación. (Esta doctrina recibida de Cristo y enfatizada por los Padres y Concilios, está contenida también en las fórmulas de profesión de fe usadas por los católicos latinos, griegos y orientales)”[11].
Papa Pío IX, Syllabus de errores modernos, 8 de diciembre de 1864, proposición 16: “Los hombres pueden encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la salvación eterna y alcanzar la eterna salvación. – Condenada”[12].
Papa León XIII, Tametsi futura prospicientibus, #7, 1 de noviembre de 1900: “Cristo es el ‘Camino’ del hombre; la Iglesia también es su ‘Camino’. (…) De aquí que todos los que quieran encontrar la salvación fuera de la Iglesia son descarriados y se esfuerzan en vano”[13].
Papa San Pío X, Iucunda sane, # 9, 12 de marzo de 1904: “Pero al mismo tiempo no podemos dejar de recordar a todos, grandes y pequeños, como lo hizo el Papa San Gregorio, de la necesidad absoluta de recurrir a esta Iglesia para tener salvación eterna...”[14].
Papa San Pío X, Editae saepe, # 29, 26 de mayo de 1910: “La Iglesia sola posee junto con su magisterio el poder de gobernar y santificar la sociedad humana. Por sus ministros y sirvientes (cada uno en su propia posición y cargo), ella confiere sobre la humanidad los medios apropiados y necesarios de salvación”[15].
Papa Pío XI, Mortalium animos, # 11, 6 de enero de 1928: “Sólo la Iglesia católica es la que conserva el culto verdadero. Ella es la fuente de la verdad, la morada de la fe, el templo de Dios; quienquiera que en él no entre o de él salga, ha perdido la esperanza de vida y de salvación”[16].
Capítulo 5
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO ES LA ÚNICA PUERTA DE ENTRADA A LA IGLESIA
La Iglesia católica siempre ha enseñado que la recepción del sacramento del bautismo es la única vía para entrar a la Iglesia de Cristo, fuera de la cual no hay salvación.
Papa Julio III, Concilio de Trento, sobre los sacramentos del bautismo y de la penitencia, sesión 14, cap. 2, ex cathedra:
“Por lo demás, por muchas razones se ve que este sacramento [la penitencia] se diferencia del bautismo. Porque, aparte de que la materia y la forma, que constituyen la esencia del sacramento, están a larguísima distancia; consta ciertamente que el ministro del bautismo no tiene que ser juez, como quiera que la Iglesia en nadie ejerce juicio que no haya antes entrado en ella misma por la puerta del bautismo. Porque ¿qué se me da a mí – dice el Apóstol – de juzgar a los que están fuera? (1 Cor. 5, 12). Otra cosa es que los domésticos de la fe, a los que Cristo Señor, por el lavatorio del bautismo, los hizo una vez miembros de su cuerpo (1 Cor. 12, 13)”[17].
Esta definición tiene particular significancia porque prueba que sólo por el bautismo de agua es uno incorporado en el cuerpo de la Iglesia. La significancia de esto se volverá más clara en las siguientes secciones, en donde se prueba qué tipo de pertenencia en el cuerpo de la Iglesia es necesaria para la salvación.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Exultate Deo, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, si no renacemos por el agua y el Espíritu, como dice la Verdad, no podemos entrar en el reino de los cielos (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[18].
Papa Pío XII, Mystici corporis, # 22, 29 de junio de 1943: “Pero entre los miembros de la Iglesia, sólo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y profesan la verdadera fe”[19].
Papa Pío XII, Mystici corporis, # 27, 29 de junio de 1943: “Él (Cristo) también determinó que por el bautismo (Juan 3, 5) los que creyeren serían incorporados en el cuerpo de la Iglesia”[20].
Papa Pío XII, Mediator Dei, # 43, 20 de noviembre de 1947: “Así como el bautismo distingue a los cristianos y los separa de aquellos que no han sido lavados en el agua purificadora y no son miembros de Cristo, así el sacramento del orden distingue a los sacerdotes de todos los demás cristianos no consagrados”[21].
[1] Denzinger 1792.
[2] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 230.
[3] Denzinger 423.
[4] Denzinger 570b.
[5] Citado por Rev. Dr. Nicholas Sander, El Ascenso y Crecimiento del Cisma Anglicano, Rockford, IL: Tan Books, 1988, pp. 301-304.
[6] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 201.
[7] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 207.
[8] Las Encíclicas Papales, Vol. 1 (1740-1878), pp. 237-238.
[9] Las Encíclicas Papales, Vol. 1 (1740-1878), p. 229.
[10] Las Encíclicas Papales, Vol. 1 (1740-1878), p. 289.
[11] Las Encíclicas Papales, Vol. 1 (1740-1878), p. 297 y nota a pie #4.
[12] Denzinger 1716.
[13] Las Encíclicas Papales, Vol. 2 (1878-1903), p. 474.
[14] Las Encíclicas Papales, Vol. 3 (1903-1939), p. 22.
[15] Las Encíclicas Papales, Vol. 3 (1903-1939), pp. 121-122.
[16] Las Encíclicas Papales, Vol. 3 (1903-1939), p. 318.
[17] Denzinger 895; Decretos de los Concilios Ecuménicos, Vol. 2, p. 704.
[18] Denzinger 696; Decretos de los Concilios Ecuménicos, Vol. 1, p. 542.
[19] Denzinger 2286.
[20] Las Encíclicas Papales, Vol. 4 (1939-1958), p. 42.
[21] Las Encíclicas Papales, Vol. 4 (1939-1958), p. 127.
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