Capítulo 2
LAS LLAVES DE SAN PEDRO Y SU FE INFALIBLE
Es un hecho de la historia, de la Escritura y de la tradición que nuestro Señor Jesucristo fundó su Iglesia universal (la Iglesia Católica) sobre San Pedro.
Mateo 16, 18-19: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
Nuestro Señor Jesucristo constituyó a San Pedro como el primer Papa, a él le confió el rebaño entero, y le dio la suprema autoridad en la Iglesia universal de Cristo.
Juan 21, 15-17: “Dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que a éstos? Él le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. Por segunda vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.
Es por la suprema autoridad que nuestro Señor Jesucristo le confirió a San Pedro (y a sus sucesores, los Papas) que viene lo que se llama la infalibilidad papal. La infalibilidad papal es inseparable de la supremacía papal – no tendría sentido que Cristo constituyera a San Pedro cabeza de su Iglesia (como claramente hizo) si San Pedro y sus sucesores, los Papas, pudiesen errar cuando ejercieran esa suprema autoridad para enseñar un punto de fe. La suprema autoridad debe ser infalible sobre materias vinculantes de fe y de moral; de lo contrario, ésta no sería en absoluto la autoridad de Cristo.
La infalibilidad papal no significa que un Papa no pueda errar en absoluto y no significa que un Papa no pueda perder su alma y condenarse al infierno por pecado grave. Ella significa que los sucesores de San Pedro (los Papas de la Iglesia católica) no pueden errar cuando enseñan autoritariamente sobre un punto de fe o de moral que debe ser aceptado por toda la Iglesia de Cristo. Encontramos la promesa de la fe infalible para San Pedro y sus sucesores a la que se refiere Cristo en Lucas 22.
Lucas 22, 31-32: “Simón, Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.
Satanás quería zarandear a todos los Apóstoles (plural) como al trigo, pero Jesús rogó sólo por Simón Pedro (singular), para que su fe no desfallezca. Jesús está diciendo que San Pedro y sus sucesores (los Papas de la Iglesia católica) tienen una fe infalible cuando autoritativamente enseñan un punto de fe o de moral que debe ser creído por toda la Iglesia de Cristo.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra:
“ASÍ, PUES, ESTE CARISMA DE LA VERDAD Y DE LA FE NUNCA DEFICIENTE, FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[1].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra:
“…Esta Sede de San Pedro permanece siempre intacta de todo error, según la promesa de nuestro divino Salvador hecha al príncipe de sus discípulos: Yo he rogado por ti, a fin de que no desfallezca tu fe…”[2].
Y esta verdad ha sido mantenida desde los primeros tiempos de la Iglesia católica.
Papa San Gelasio I, epístola 42 o decreto de recipiendis et non recipiendis libris, 495: “Consiguientemente, la primera es la Sede del Apóstol Pedro, la de la Iglesia Romana, que no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante (Ef. 5, 27)”[3].
La palabra “infalible” en realidad significa que “no puede errar” o “indefectible”. Por consiguiente, el mismo término infalibilidad papal viene directamente de la promesa de Cristo a San Pedro (y sus sucesores) en Lucas 22, esto es, que Pedro tiene una fe indefectible. Si bien que esta verdad ha sido creída desde el comienzo de la Iglesia, ella fue definida específicamente como dogma en el Primer Concilio Vaticano en 1870.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, sesión 4, cap. 4:
“… el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra – esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por toda la Iglesia universal –, por la asistencia divina que fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia”[4].
¿Pero cómo se puede saber cuando un Papa usa su fe indefectible para enseñar infaliblemente desde la Cátedra de Pedro? La respuesta es que lo sabemos por las palabras que usa el Papa o por la manera que enseña. El Concilio Vaticano I definió que deben cumplirse dos requisitos: 1) cuando el Papa cumple su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos según su suprema autoridad apostólica; 2) y enseña una doctrina sobre la fe o las costumbres que debe ser sostenida por toda la Iglesia de Cristo. Un Papa puede cumplir estos dos requisitos en una sola línea, sea anatematizando una opinión falsa (como en muchos concilios dogmáticos), o bien diciendo “Por nuestra autoridad apostólica declaramos…” o bien diciendo “Creemos, profesamos, enseñamos” o usando palabras de similar importancia y sentido, lo cual indica que el Papa está enseñando sobre la fe, en una manera definitiva y obligatoria, a toda la Iglesia.
Entonces, cuando un Papa enseña desde la Cátedra de Pedro de la manera estipulada arriba, él no puede errar. Si él errase bajo esas condiciones, entonces la Iglesia de Cristo estaría oficialmente guiando en el error, y la promesa de Cristo a San Pedro y a su Iglesia defeccionaría (lo que es imposible). Lo que se enseña desde la Cátedra de Pedro por los Papas de la Iglesia católica es la enseñanza de Jesucristo mismo. Rechazar lo que es enseñado desde la Cátedra de Pedro es, simplemente, despreciar a Jesucristo mismo.
Lucas, 10, 16: “El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha…”.
Mateo, 18, 17: “Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil y publicano”.
Papa León XIII, Satis cognitum, 1896:
“Jesucristo instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, (…) pues si en cierto modo pudiera ser falso, se seguiría de ello, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres”[5].
LA CÁTEDRA DE PEDRO DICE LA VERDAD QUE EL MISMO CRISTO ENSEÑÓ
Las verdades de fe que han sido proclamadas por los Papas hablando infaliblemente desde la Cátedra de Pedro se llaman dogmas. Los dogmas constituyen lo que se llama el depósito de la fe. Y el depósito de la fe se concluyó con la muerte del último de los Apóstoles.
Papa San Pío X, decreto Lamentabili, contra los errores del modernismo # 21: “La revelación que constituye el objeto de la fe católica, no quedó completa con los Apóstoles. – Condenado”[6].
Esto significa que cuando un Papa define un dogma desde la Cátedra de Pedro, él no hace que el dogma sea verdadero, sino más bien, él proclama lo que ya es verdadero, lo que ya ha sido revelado por Cristo y entregado a los Apóstoles. Por consiguiente, los dogmas son inmutables. Uno de estos dogmas en el depósito de la fe es que fuera de la Iglesia católica no hay salvación. Puesto que esta es la enseñanza de Jesucristo, no está permitido disputar este dogma o cuestionarlo; uno simplemente debe aceptarlo. No importa si a uno no le gusta el dogma, no entiende el dogma, o no ve justicia en el dogma. Si uno no lo acepta como verdad infalible, entonces simplemente uno no acepta a Jesucristo, porque el dogma nos viene de Jesucristo.
Papa León XIII, Satis cognitum, # 9, 29 de junio de 1896: “(…) ¿puede ser permitido a alguien rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse abiertamente en la herejía, sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en conjunto toda la doctrina cristiana? Pues tal es la naturaleza de la fe, que nada es más imposible que creer esto y dejar de creer aquello. La Iglesia profesa efectivamente que la fe es ‘una virtud sobrenatural por la que, bajo la inspiración y con el auxilio de la gracia de Dios, creemos que lo que nos ha sido revelado por Él es verdadero; y lo creemos no a causa de la verdad intrínseca de las cosas, vista con la luz natural de nuestra razón, sino a causa de la autoridad de Dios mismo, que nos revela esas verdades y que no puede engañarse ni engañarnos’ (Conc. Vat. I, ses.3 cap.3). (…) Al contrario, quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe”[7].
Los que se niegan creer en el dogma fuera de la Iglesia no hay salvación porque no entienden cómo hay justicia en él, están negando su fe en la revelación de Cristo. Los que tienen la verdadera fe en Cristo (y en su Iglesia), primero aceptan su enseñanza y, segundo, entienden la verdad que hay en ella (es decir, por qué es verdadero). Un católico no retiene su creencia en la revelación de Cristo hasta que él pueda entenderla. Esa es la mentalidad de un hereje infiel que posee un orgullo insufrible. San Anselmo resume la verdadera perspectiva católica sobre este punto.
San Anselmo, doctor de la Iglesia, Prosologion, cap. 1: “Porque no busco entender para poder creer, sino que creo a fin de entender. Por esto también creo, porque si no creyera, no entendería”[8].
Romanos 11, 33-34: “¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién primero le dio, para tener derecho a retribución?”.
Isaías 55, 8-9: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice el Señor. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de vuestros pensamientos”.
Capítulo 3
CREER EN EL DOGMA TAL COMO FUE DECLARADO
Sólo hay una sola manera de creer en el dogma: tal como la santa madre Iglesia una vez lo ha declarado.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 2 sobre la revelación, 1879, ex cathedra: “De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia”[9].
Esta definición del Concilio Vaticano I es de vital importancia para la pureza del dogma, porque la principal manera en que el Diablo intenta corromper las doctrinas de Cristo, es logrando que los hombres entiendan los dogmas de la Iglesia de manera distinta a como una vez han sido declarados. No hay un sentido de un dogma que no sea el que las palabras mismas dicen y declaran, es por eso que el diablo intenta hacer que los hombres “comprendan” e “interpreten” esas palabras de una manera que es diferente de cómo la santa madre Iglesia los ha declarado.
Muchos de nosotros hemos tratado con personas que intentan explicar el claro significado de las definiciones fuera de la Iglesia no hay salvación diciendo, “usted debe entenderlos”. Lo que en realidad quieren decir es que usted tiene que entenderlos de una manera diferente de lo que las palabras mismas dicen y declaran. Y esto es exactamente lo que el Concilio Vaticano I condena. Él condena el alejarse de la comprensión de un dogma a un significado diferente a como una vez los ha declarado la santa madre Iglesia, bajo el pretexto (falso) de una “compresión más profunda”.
Además de los que sostienen que hay que “entender” los dogmas de una manera diferente de lo que las palabras dicen y declaran, hay quienes que, cuando se les presentan las definiciones dogmáticas sobre fuera de la Iglesia no hay salvación, dicen, “esa es tú interpretación”. Ellos desestiman las palabras de una fórmula dogmática a nada más que una interpretación privada. Y esto también es herejía.
Papa San Pío X, decreto Lamentabili contra los errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 22: “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados, no son verdades bajadas del cielo, sino una interpretación de hechos religiosos que la mente humana se elaboró con trabajoso esfuerzo. – Condenado”[10].
Papa San Pío X, decreto Lamentabili contra los errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 54: “Los dogmas, los sacramentos, la jerarquía, tanto en su noción como en su realidad, no son sino interpretaciones y desenvolvimientos de la inteligencia cristiana que por externos acrecentamientos aumentaron y perfeccionaron el exiguo germen oculto en el Evangelio. – Condenado”[11].
Los dogmas de la fe, como fuera de la Iglesia no hay salvación, son verdades bajadas del cielo; no son interpretaciones. Acusar a quien adhiere fielmente a esas verdades bajadas del cielo de incurrir en una “interpretación privada” es decir una herejía.
El propósito de una definición dogmática es definir con precisión y exactitud lo que la Iglesia quiere decir por las palabras mismas de la fórmula. Si no se hiciera esto por las palabras mismas de la fórmula o del documento (como dicen los modernistas), entonces ella fracasaría en su objetivo principal – el definir – y sería inútil y sin valor.
El que dice que debemos interpretar o entender el significado de una definición dogmática, de una manera que contradice su redacción real, niega todo el propósito de la Cátedra de Pedro, de la infalibilidad papal y de las definiciones dogmáticas. Él está afirmando que las definiciones dogmáticas son inútiles, sin valor y fatuas, y que la Iglesia es inútil, sin valor y fatua por hacer tal definición.
Además, los que dicen que las definiciones infalibles deben interpretarse por declaraciones no infalibles (por ejemplo, los teólogos, los catecismos, etc.) están negando todo el propósito de la Cátedra de Pedro. Ellos están subordinando la enseñanza dogmática de la Cátedra de Pedro (las verdades bajadas del cielo) a la reevaluación de documentos falibles humanos, invirtiendo de ese modo su autoridad, pervirtiendo su integridad y negando su propósito.
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 7, 15 de agosto de 1832: “(…) nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro, tanto en la palabra como en el sentido”[12].
Por lo tanto, no hay una interpretación “rigurosa” o “liberada” del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación, como les gusta decir a los liberales herejes; sólo debe entenderse como la Iglesia lo ha una vez declarado.
[1] Denzinger 1837.
[2] Denzinger 1836.
[3] Denzinger 163.
[4] Denzinger 1839.
[5] Las Encíclicas Papales, de Claudia Carlen, Raleigh: The Pierian Press, 1990, vol. 2 (1878-1903), p. 394.
[6] Denzinger 2021.
[7] Las Encíclicas Papales, vol. 2 (1878-1903), p. 394.
[8] P. Christopher Rengers, Los 33 Doctores de la Iglesia, Rockford: IL, Tan Books, 2000, p. 273.
[9] Denzinger 1800.
[10] Denzinger 2022.
[11] Denzinger 2054.
[12] Las Encíclicas Papales, vol. 1 (1740-1878), p. 236.
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